El fuego de la pasión se había apaciguado, pero el calor entre ellos seguía ardiendo. Selene descansaba sobre el pecho de Aiden, dibujando círculos con la yema de su dedo, como si quisiera grabar su silueta en la memoria. La respiración del alfa era profunda, y cada latido bajo su mejilla le recordaba que no estaba sola, que ese corazón ahora también le pertenecía.
El silencio de la cabaña era apenas roto por el crujido del viento afuera. El mundo estaba quieto, como si la luna misma los observara en secreto, bendiciendo aquella unión.
—No puedo creer lo que acabamos de hacer… —susurró Selene, aún ruborizada.
Aiden soltó una carcajada suave, acariciándole el cabello con ternura.
—¿Arrepentida?
—No —respondió ella enseguida, alzando la mirada. Sus ojos brillaban, firmes—. Nunca. Solo… siento que mi vida cambió esta noche.
Él la besó en la frente, dejando que sus labios descansaran un momento sobre su piel.
—Porque cambió. Y no habrá vuelta atrás.
Selene suspiró, acurrucándose más contra él. Por primera vez no le pesaban los recuerdos oscuros, las voces del pasado que solían atormentarla. En su lugar había paz… y algo nuevo, desconocido, que se sentía como esperanza.
—Cuando dijiste lo de los cachorros… —murmuró ella, con la voz tan baja que casi se la tragó el aire—. Me dio miedo.
Aiden la miró con calma, sin juzgarla.
—¿Por qué miedo?
—Porque nunca he tenido una familia. Nunca he sentido lo que es pertenecer de verdad a un hogar. No sé si sería capaz de… de ser madre.
Las manos del alfa se posaron en sus mejillas, obligándola a mirarlo a los ojos. Su voz, profunda y cálida, fue tan firme como una promesa.
—Selene, ser madre no significa saberlo todo desde el inicio. Significa amar, proteger, aprender junto a ellos. Y tú… tú ya amas más de lo que crees. No lo dudo ni un segundo.
Ella lo miró, con lágrimas formándose en sus ojos.
—¿Y si no puedo? ¿Y si mi pasado me rompe antes de poder darles algo?
Aiden sonrió, inclinándose hasta rozar sus labios con los de ella en un beso suave.
—Entonces yo estaré ahí para sostenerte. No lo harás sola. Nunca más. Nuestros cachorros tendrán a dos padres que los amarán con todo lo que somos.
Selene cerró los ojos, dejando que esa certeza la envolviera. Por primera vez, imaginó lo que nunca se había permitido: pequeñas figuras de pelaje blanco y ojos dorados corriendo entre los árboles, riendo, cayendo y levantándose mientras la manada los observaba con orgullo.
—Los imagino… —confesó, sonriendo entre lágrimas—. Cachorros con tu fuerza y… con mis ojos.
Aiden rió suavemente, acariciándole la espalda.
—Yo los imagino siguiéndote a todas partes, preguntándote cosas sin parar. Y yo celoso, porque no me dejarán un segundo contigo.
Ella se echó a reír, cubriéndose el rostro.
—¿Tú? ¿Celoso de nuestros hijos?
—Claro —respondió él con fingida seriedad—. Ya me cuesta compartirte con la luna, imagínate con cinco cachorros encima de ti todo el día.
Selene lo golpeó suavemente en el pecho, riendo entre lágrimas. Aiden la atrapó enseguida, rodeándola con sus brazos y hundiéndola bajo él en un juego suave, lleno de besos.
Se quedaron un largo rato así, entre risas, confesiones y caricias que ya no eran urgentes, sino dulces, serenas. Como si después del fuego hubiera llegado la calma necesaria para construir.
En algún momento, Selene se quedó mirando al techo de madera, pensativa.
—¿Crees que la manada acepte a nuestros cachorros?
La pregunta cargaba una sombra de miedo, esa que nunca terminaba de abandonarla.
Aiden, sin dudar, respondió con voz firme:
—La manada los amará porque serán nuestros. Y si alguien se atreve a ponerlos en duda, yo mismo les recordaría lo que significa ser alfa.
Ella lo miró, conmovida, y supo que no eran solo palabras de orgullo. Era un juramento.
Antes de dormirse, Selene apoyó la cabeza en su pecho y murmuró casi soñando:
—Sí… quiero ese futuro, Aiden. Lo quiero contigo.
Él sonrió, besándola en el cabello, y la abrazó más fuerte.
—Entonces la luna ya decidió, Selene. El futuro es nuestro.
Y así, bajo la luna que brillaba en lo alto, los dos lobos se durmieron con el corazón lleno de promesas, sin saber que en las sombras del bosque los ojos rojos seguían vigilando, aguardando el momento de romper su paz.