La Marca de la Luna

Capítulo 46: Ecos de la sangre

El amanecer llegó lento, teñido de un rojo inquietante. La cabaña de Aiden estaba destrozada: maderas rotas, muebles hechos añicos y el olor penetrante de sangre y humo impregnando cada rincón. El ataque de la criatura no había sido un simple aviso. Había sido una declaración de guerra.

Selene se sentía agotada, con el cuerpo dolorido y el corazón aún más herido. Apenas había dormido después de que la bestia se esfumara entre los árboles. Cada vez que cerraba los ojos, veía esos colmillos brillando, esas marcas ardientes sobre la piel del monstruo… tan parecidas a los lunares que ella cargaba en su espalda.

Aiden, firme como siempre, no había pegado ojo. Pasó toda la noche vigilando la entrada de la cabaña, en forma de lobo, hasta que el sol comenzó a asomar. Cuando volvió a su forma humana, estaba cubierto de polvo y sangre seca, pero su mirada seguía siendo la de un alfa: dura, decidida, aunque en el fondo ardía una chispa de preocupación por la mujer que temblaba envuelta en una manta junto al fuego.

—Vendrán más —dijo él, rompiendo el silencio mientras se colocaba una camisa limpia—. Eso no fue un ataque aislado. Fue un reconocimiento. Una prueba.

Selene levantó la mirada, los ojos grises empañados en lágrimas.

—Él sabía quién era yo… lo dijo… me llamó hija de la luna maldita. —Se apretó el pecho con ambas manos—. Ese monstruo está ligado a mí, Aiden. Es por mi culpa que vino. Es por mi sangre que mis padres murieron.

El alfa dio un paso hacia ella y, con una firmeza que la hizo estremecerse, la sujetó del mentón para que lo mirara directamente.

—No vuelvas a decir que es tu culpa. No eres la maldición, Selene. La maldición te persigue, sí, pero tú no eres su dueña. Eres más que eso.

La joven bajó la mirada, pero la calidez en la voz de Aiden le impidió derrumbarse del todo.

Un fuerte aullido rompió el aire. Era un llamado de la manada. Aiden entrecerró los ojos.

—Ya saben lo que pasó —dijo con gravedad.

Poco después, varios lobos llegaron al claro, transformándose en humanos al acercarse. Entre ellos estaban Kael, el segundo de Aiden, y la sanadora Elara, con el rostro preocupado. Los guerreros cargaban armas y parecían listos para la batalla, aunque el miedo brillaba en sus pupilas.

—Alfa —saludó Kael con una reverencia breve—. El rugido se escuchó hasta el río. Todos en la manada están inquietos. ¿Qué fue eso?

Aiden cruzó los brazos sobre su pecho.

—No era un lobo. No era un enemigo común. Era algo más antiguo. Una criatura maldita.

Los murmullos estallaron entre los guerreros. Algunos hicieron el gesto de la luna sobre sus frentes, buscando protección. Elara frunció el ceño, acercándose a Selene.

—¿La criatura te hirió?

Selene negó con la cabeza, aunque todavía temblaba.

—No físicamente… pero me habló. Dijo que mi sangre abriría un portal. Dijo que finalmente me había encontrado.

Los presentes guardaron silencio. Nadie osó pronunciar palabra. Hasta Kael, que siempre había sido firme, apretó la mandíbula, nervioso.

—Entonces… la profecía era cierta —murmuró, apenas audible.

Selene sintió que las piernas le fallaban. Aiden se acercó y le rodeó la cintura con un brazo, sosteniéndola antes de que cayera. Su voz, firme como una roca, resonó entre todos:

—No importa lo que esa bestia quiera. No tendrá a Selene. No mientras yo respire.

Los lobos alzaron la cabeza, aunque la tensión seguía viva en sus rostros.

Elara, con el ceño fruncido, dijo:

—Si la criatura está ligada a la maldición de Selene, debemos buscar respuestas en los ancestros. Los textos de la Vieja Luna quizás nos den una pista. Pero… —sus ojos se posaron en la muchacha—. Ella será el centro de todo.

Selene tragó saliva, temblando. No quería ser el centro de nada. Solo quería una vida tranquila, un futuro junto a Aiden… tal vez cachorros, como habían soñado la noche anterior. Pero la realidad la arrastraba hacia la oscuridad, como un río desbordado.

Más tarde, cuando la manada se dispersó para reforzar las fronteras, Aiden llevó a Selene a caminar por el bosque. El aire olía a tierra mojada, y cada rama parecía un ojo vigilante.

—No voy a mentirte —dijo él, caminando junto a ella—. Esto apenas comienza. La criatura no vino a matarnos anoche. Vino a probar nuestras fuerzas. Vino a advertirnos.

Selene lo miró de reojo.

—Tengo miedo, Aiden. Miedo de que esta guerra me arrebate lo poco que he encontrado contigo. Miedo de que… nunca sepamos lo que es tener una vida normal. —Sus ojos se llenaron de lágrimas, pero su voz se quebró en un susurro—. Miedo de perderte.

Aiden se detuvo. La tomó de los brazos y la obligó a mirarlo a los ojos.

—Escúchame bien, Selene. Te protegeré. Protegeré nuestro futuro, sea cual sea. No importa si esta maldición quiere separarnos, no importa si los monstruos vienen en manada, yo lucharé hasta el último aliento. Porque ya no sé vivir sin ti.

Las palabras del alfa la atravesaron como fuego. Y aunque el miedo seguía allí, un pequeño destello de esperanza nació en su pecho.

Esa noche, mientras la manada reforzaba guardias y preparaba planes, Selene soñó de nuevo con sus padres. Los vio de pie, a la distancia, cubiertos por una neblina plateada. Esta vez no estaban llorando, ni gritando. Solo la miraban con ternura, como si le entregaran fuerzas que ella no sabía que poseía.

Al despertar, supo que la guerra estaba más cerca que nunca. Pero también que no estaba sola.




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