La Marca de la Luna

Capítulo 55: La decisión del Alfa

El silencio duró apenas un suspiro.

El cuerpo del alfa oscuro se agitaba bajo el peso de Aiden, que lo mantenía inmovilizado con las fauces hundidas en su cuello. La sangre negra manaba en torrentes, impregnando la tierra con un olor metálico y nauseabundo.

Los guerreros de la manada enemiga dudaban. Algunos retrocedían, otros aullaban en un intento desesperado por animar a su líder caído, pero ninguno se atrevía a acercarse.

Era como si el mundo entero contuviera el aliento, esperando.

Aiden respiraba entrecortado, jadeante, con la mirada ardiendo de rabia.

Podía sentir el pulso del enemigo debilitándose bajo sus colmillos. Solo necesitaba un poco más de fuerza y todo terminaría. Un simple movimiento y aquella amenaza quedaría borrada para siempre.

—Mátalo —susurró un guerrero de su manada, con los ojos brillando de furia.

—¡Acaba con él! —rugió otro.

Los suyos querían sangre. Querían justicia.

Pero en lo más profundo de su pecho, Aiden escuchaba otra voz, suave y firme, que no provenía de ningún guerrero.

—Aiden… —Selene se acercaba, su silueta iluminada por el resplandor de la luna. Su abdomen brillaba, como si la vida que llevaba dentro se uniera a su voz—. Escúchame.

El alfa volteó apenas la cabeza, sin soltar aún a su enemigo. El brillo de los lunares en Selene era sobrecogedor. Sus ojos estaban cargados de lágrimas, pero no de miedo: eran lágrimas de certeza.

—Si lo matas ahora… solo demostrarás que eres igual que él. —Su voz temblaba, pero no por debilidad, sino por la fuerza que le costaba contenerse—. Tu rabia no debe decidir el futuro de esta manada, Aiden. Tu corazón sí.

El alfa oscuro se removió bajo él, soltando una carcajada ronca y amarga, aunque la sangre le llenaba la boca.

—Escucha a tu hembra… —gruñó con voz rota—. ¿Vas a mostrar compasión? Eso será tu ruina…

Aiden apretó los colmillos, sintiendo el latido de aquella criatura bajo su mordida. Podría destrozarlo en un segundo. Podría acabar con el terror que representaba. Y, sin embargo, la mirada de Selene lo mantenía atado a otra verdad.

Recordó todo lo que habían vivido. La desconfianza inicial, el dolor de las cicatrices de Selene, las noches de pasión y ternura, el momento en que supieron que tendrían un hijo. Todo aquello no había sido para terminar convertido en un monstruo que gobernara con miedo y sangre.

El rugido que salió de su pecho estremeció a la manada entera.

Con un movimiento brusco, Aiden retiró los colmillos y, en lugar de matar, hundió su garra en el suelo a centímetros del cuello del alfa oscuro.

La tierra se partió, levantando polvo y piedras.

—No voy a matarte. —Su voz retumbó, profunda y firme, mitad humana, mitad lobo—. Pero tampoco volverás a alzarte contra mi manada.

Con un zarpazo violento, lo marcó en el rostro, atravesándole la piel de arriba abajo, desde el ojo hasta la mandíbula. El alfa oscuro aulló de dolor, su sangre manchando la tierra. Quedaría marcado de por vida.

Aiden lo sujetó por la nuca y lo levantó frente a todos, obligándolo a mirar a sus guerreros.

—Este es el destino de los que desafían la luna y a sus bendecidos. —Alzó la voz, fuerte y clara—. ¡El futuro no pertenece a los que destruyen, sino a los que protegen!

Los lobos enemigos, al ver a su líder derrotado y humillado, empezaron a retroceder, algunos huyendo hacia la espesura del bosque. Otros, confusos, cayeron de rodillas en señal de rendición.

Selene lo observaba con el corazón desbordado. Aiden había elegido el camino más difícil: el de la justicia por encima de la venganza. Y en ese momento entendió algo que nunca antes se había permitido aceptar.

Lo amaba.

No solo como su alfa, no solo como su compañero… lo amaba con todo lo que era, con todo lo que había sufrido y con todo lo que aún estaba por venir.

—Aiden… —susurró al llegar junto a él.

Él la miró, con los ojos aún encendidos por la batalla, y bajó al alfa oscuro al suelo, dejándolo a merced de los guardias.

Entonces, tomó el rostro de Selene con las manos manchadas de sangre, y se inclinó hasta besarla con la fuerza de quien vuelve a respirar tras estar al borde de la asfixia.

Un rugido de victoria brotó de la manada.

No era solo el triunfo de un combate. Era el nacimiento de una nueva era.

Pero mientras las voces de celebración llenaban el bosque, Selene volvió a sentir un estremecimiento en su vientre. Se llevó una mano al abdomen, con los ojos muy abiertos.

Aiden lo notó enseguida.

—¿Selene? —preguntó, preocupado, limpiándole el rostro con torpeza.

Ella lo miró, con lágrimas en los ojos. No de dolor, sino de emoción.

—Se mueve… nuestro cachorro se mueve.

El alfa la envolvió con sus brazos, cerrando los ojos. En medio de la sangre, del dolor, del caos… tenían un futuro.

La luna, brillando sobre ellos, parecía confirmarlo.




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