La Marca de la Luna

Capítulo 58: El susurro de la Luna

La noche había terminado en calma, pero en el corazón de Selene algo seguía latiendo con una fuerza distinta. La celebración se había apagado, los lobos habían vuelto a sus guaridas o a los brazos de sus parejas, y solo el murmullo del río acompañaba ahora el silencio.

Selene se durmió en los brazos de Aiden, con su rostro apoyado en su pecho, escuchando el ritmo firme de su corazón. Sin embargo, al cerrar los ojos fue como si una corriente invisible la arrastrara a un lugar distinto.

El bosque ya no era el mismo. No había hogueras ni música. Solo un claro bañado por una luz plateada que lo llenaba todo. Selene se encontró de pie, con el vientre más liviano que en la vigilia, y un viento suave que acariciaba su piel desnuda.

—Selene…

La voz la envolvió como una melodía, profunda y maternal, imposible de confundir. Selene levantó la mirada, y allí estaba: la Luna. No en el cielo distante, sino frente a ella, en la forma de una mujer luminosa, con el cabello largo como cascada de plata y los ojos infinitos como el universo.

Selene cayó de rodillas, temblando.

—¿Madre Luna…?

La figura asintió, y su luz se intensificó.

—Sí, hija mía. He estado observándote desde el inicio, desde que el destino te marcó con los lunares de tu sangre. Y ahora, el círculo se ha cerrado. Dentro de ti llevas más que un hijo.

El corazón de Selene se detuvo.

—¿Qué quieres decir?

La Luna extendió su mano, y Selene sintió que algo se movía en su vientre. Una calidez poderosa emergió desde adentro, irradiando en todas direcciones, hasta que en el aire apareció una visión: un lobo pequeño, de pelaje blanco con manchas plateadas, ojos brillantes que parecían espejos del cielo.

—Tu cachorro —susurró la diosa—. Él lleva mi bendición, pero también el peso de mi destino.

Selene se estremeció. El cachorro en la visión aulló suavemente, y aquel sonido atravesó sus huesos.

—¿Bendición… o maldición?

La Luna se inclinó hacia ella.

—Ambas cosas. Su nacimiento traerá fuerza a tu manada. Será un puente entre la carne y lo divino, un alfa incluso antes de alzarse sobre sus patas. Pero allí donde hay luz, también vendrá la sombra. Otros lo sentirán. Lo buscarán. Querrán destruirlo… o poseerlo.

Selene apretó las manos contra su pecho, temblando.

—¿Entonces… lo condeno trayéndolo al mundo?

La diosa la miró con ternura y severidad a la vez.

—No, Selene. Tú no lo condenas. Tú lo salvas. Tu misión será guiarlo, protegerlo, enseñarle no solo a ser lobo, sino a ser humano. Enseñarle a amar, como aprendiste tú. Esa será su mayor fuerza, y tu mayor prueba.

Las lágrimas llenaron los ojos de Selene.

—Tengo miedo… No sé si soy suficiente. No sé si puedo…

La Luna se inclinó y posó una mano de luz sobre su rostro. El calor recorrió todo su cuerpo, llenándola de energía.

—Nunca fuiste débil, hija mía. Has sobrevivido a pérdidas, a la soledad y al rechazo. Has soportado pesadillas y maldiciones. Todo eso te preparó para este momento. Y no estarás sola. Tu alfa, tu compañero, caminará a tu lado.

La luz de la diosa se expandió, envolviéndola como un abrazo. Selene sintió cómo la conexión con el cachorro en su vientre se intensificaba, como si escuchara sus pensamientos, sus latidos, su inocente presencia.

—Lo amo —susurró Selene, llevándose las manos al vientre—. Aunque aún no lo conozca, lo amo con toda mi alma.

La diosa sonrió.

—Entonces, eso bastará. El amor es la única fuerza que la sombra nunca podrá arrebatar.

Cuando Selene abrió los ojos, el amanecer se filtraba entre las ramas. Estaba recostada aún en el pecho de Aiden, quien dormía profundamente, su brazo firme alrededor de ella como un escudo.

El aire olía a tierra húmeda y humo apagado. Los restos de la celebración aún ardían en algunas brasas, pero el silencio reinaba.

Selene llevó la mano a su vientre y susurró:

—Te protegeré. Te juro que nada ni nadie te hará daño. Eres mi luz… mi regalo.

Un movimiento dentro de ella respondió, como si el cachorro hubiera escuchado. Una calma cálida se extendió en su pecho, disipando el miedo.

Se inclinó para besar suavemente los labios de Aiden, quien abrió los ojos con un leve gruñido somnoliento.

—Mmm… buenos días, mi luna —murmuró él, sonriendo aún medio dormido.

Selene lo observó con ternura, y sin pensarlo le acarició el rostro.

—Aiden… tenemos mucho que hablar.

Él arqueó una ceja, más despierto al notar la seriedad en sus ojos.

—¿Un mal sueño?

Selene negó con la cabeza.

—No… Un sueño que cambió todo.

Y supo que había llegado el momento de compartir con él el secreto que la Luna le había revelado.




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