La Marca de la Luna

Capítulo 64: El Día Después

El amanecer llegó como un bálsamo y como una herida. El sol se alzó lentamente sobre los árboles, pintando de dorado las hojas y tiñendo de rojo las manchas de sangre en el claro sagrado. La bruma de la madrugada parecía arrastrar consigo el olor metálico de la guerra, y cada lobo que aún respiraba lo hacía con la sensación de haber despertado en un mundo diferente.

El silencio era extraño, pesado. No había aullidos de furia ni rugidos de combate, solo los gemidos de los heridos y los sollozos de quienes habían perdido a sus compañeros.

Selene abrió los ojos con dificultad. Su cuerpo estaba agotado, como si toda su energía hubiese sido arrancada por la fuerza del poder que había invocado. Aun así, lo primero que sintió no fue dolor, sino calor: el calor de los brazos de Aiden, que no la había soltado en toda la noche.

Él la miraba como si temiera que se desvaneciera en cualquier momento.

—Sigues aquí… —murmuró, y la besó en la frente—. Sigues conmigo.

Selene sonrió débilmente.

—Y contigo.

El claro de los caídos

Cuando Aiden la ayudó a ponerse en pie, Selene vio la magnitud del costo. Había cuerpos tendidos por todo el claro, algunos cubiertos ya por mantos de piel y ramas como señal de respeto. Otros gemían mientras los curanderos trabajaban sobre sus heridas con hierbas, ungüentos y magia de sanación.

El corazón de Selene se apretó. No había victoria sin dolor. Cada vida perdida era una historia interrumpida, un vínculo roto.

Kaela se acercó, el rostro cansado pero sereno. Se inclinó ante ellos, aunque sus ojos estaban nublados de lágrimas.

—Gracias a ti, Selene, la manada vive. La Madre Luna nos guió a través de tu luz.

Selene bajó la mirada, con el peso de la culpa presionando en su pecho.

—No fue solo gracias a mí… muchos murieron para que llegáramos a este amanecer.

Kaela le tomó las manos con firmeza.

—Así es la guerra. Pero hoy… no fue solo resistencia. Hoy fue renacimiento.

La confesión de Selene

Más tarde, cuando los heridos fueron trasladados y el claro empezó a vaciarse, Selene y Aiden se apartaron hacia la arboleda cercana. Allí, bajo un roble gigante, se dejaron caer juntos, exhaustos.

Aiden acarició su rostro, recorriendo con los dedos la línea de su mandíbula, sus labios, sus párpados cerrados.

—Nunca pensé que vería algo como lo que hiciste anoche. Te vi brillar, Selene. No como una loba… no como mi compañera… sino como algo más.

Ella abrió los ojos y lo miró fijamente. Su voz salió temblorosa, pero honesta.

—Aiden… tuve miedo. Pensé que ese poder me iba a consumir. Pero al mismo tiempo… sentí una fuerza que no era solo mía. Era como si nuestra unión, nuestro hijo… fueran el puente hacia algo más grande.

Él se tensó, sus ojos se suavizaron.

—Nuestro hijo.

Selene posó las manos sobre su vientre. Su corazón latía desbocado al decirlo en voz alta.

—Sí. No lo había dicho con tanta claridad hasta ahora… pero anoche lo supe con certeza. No solo estoy esperando a un cachorro, Aiden. Estoy esperando a nuestro futuro.

Él la rodeó con sus brazos, hundiendo el rostro en su cuello.

—Lo protegeré con mi vida. Los protegeré a los dos.

Ella lo abrazó con la misma fuerza.

—No quiero que mueras por nosotros. Quiero que vivamos juntos. Quiero que estemos allí cuando nazca, cuando dé sus primeros pasos… cuando aúlle por primera vez bajo la luna.

Las lágrimas le resbalaron sin poder contenerlas.

—Nunca tuve familia, Aiden. Perdí a mis padres por la maldición, crecí con miedo de mi propia sangre… pero ahora, contigo, con él… entiendo lo que es tener un hogar.

El juramento

Aiden tomó su rostro entre sus manos y la obligó a mirarlo a los ojos.

—Entonces hagamos un juramento, Selene. Pase lo que pase, sin importar las guerras que vengan, las heridas, las pérdidas… lucharemos por vivir. No por sobrevivir, sino por vivir de verdad.

Selene asintió, y en ese momento, bajo el roble, sellaron ese juramento con un beso largo, lleno de lágrimas, dolor y esperanza.

El eco de la manada

Esa noche, cuando el sol se ocultó, la manada entera se reunió de nuevo en el claro. No fue para luchar, sino para honrar a los caídos. Uno a uno, los nombres fueron pronunciados, y tras cada nombre, la manada aulló al cielo.

Selene se unió al canto, con la mano de Aiden entrelazada con la suya. Sintió que las almas de los que habían partido se elevaban hacia la luna, libres de la oscuridad que los había atrapado.

Al final, el aullido se volvió uno solo, un rugido unificado que estremeció la tierra: no un lamento, sino una promesa. La promesa de resistir, de reconstruir, de proteger lo que había nacido esa noche.

Y en el centro de todo, Selene supo con claridad lo que la Madre Luna le había querido decir:

Su hijo sería el puente.

El futuro no era solo suyo, era de todos ellos.




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