La noche era espesa, cubierta por un manto de estrellas que parecían arder más brillantes de lo normal. Selene despertó de golpe, su respiración acelerada, el corazón palpitando como si hubiese corrido kilómetros. Aiden, que dormía a su lado en estado de alerta, abrió los ojos de inmediato.
—¿Qué ocurre? —preguntó, tomándola de los hombros con fuerza.
Selene parpadeó, aún atrapada entre el sueño y la vigilia. Lágrimas silenciosas se deslizaban por sus mejillas.
—La vi… —murmuró con un hilo de voz—. Vi a mi madre.
El silencio que siguió fue tan profundo que incluso los aullidos lejanos de la manada parecieron apagarse.
—¿Qué te dijo? —inquirió Aiden, su voz ronca, con un matiz de miedo y reverencia.
Selene tembló, apretando la manta entre sus manos.
—Me habló de la niña… de nuestra hija. Dijo que es un regalo, pero también una prueba. Que el linaje de los lunares no desapareció con ellos, que ella llevará la marca. Y que debo ser fuerte, más fuerte de lo que nunca imaginé.
El pecho de Aiden se expandió con un rugido bajo, como si quisiera desafiar a la misma Luna.
—No permitiré que nada ni nadie les haga daño. La manada, yo… todo lo que soy será para protegerlas.
Selene lo miró con ternura, pero también con una tristeza que no lograba ocultar.
—A veces me pregunto si la Luna me eligió a mí o si me condenó con este destino. Desde que era niña, las pesadillas me perseguían. Veía la sangre de mis padres, el fuego, los gritos. Ahora vuelven más vívidas que nunca, como si el nacimiento de nuestra hija despertara viejas sombras.
Aiden tomó su rostro entre sus manos, obligándola a mirarlo a los ojos.
—No estás sola. Nunca más. Esos recuerdos son cicatrices, pero no determinan quién eres. Tú eres mi Luna, la madre de nuestra cachorra. Y tu fuerza es más grande que cualquier sombra.
Selene se quebró, apoyándose contra él mientras los sollozos la sacudían. La presión, el cansancio, el miedo y el amor se mezclaban en un torbellino difícil de contener. Aiden no dijo nada más, simplemente la sostuvo con sus brazos poderosos, dejándola llorar hasta que la calma regresó poco a poco.
Cuando la respiración de Selene se estabilizó, ambos salieron de la guarida hacia el claro. La Luna llena los envolvía en su resplandor plateado, bañando el bosque de una luz casi sagrada.
Selene, con una mano en su vientre abultado, levantó la mirada al cielo.
—Madre, Luna… si de verdad escuchas mis plegarias, protégela. Protégela a ella aunque yo deba caer.
Aiden gruñó suavemente, su instinto rebelándose contra esas palabras.
—No volverás a caer en sacrificios. Este no es un destino de muerte, Selene. Es un destino de vida.
En ese instante, una ráfaga de viento recorrió el claro, levantando las hojas y haciéndolas girar a su alrededor como una danza. La manada, que los observaba en silencio desde las sombras, se inclinó en señal de respeto: era evidente que la Luna respondía.
Selene sintió un movimiento fuerte dentro de su vientre, como si la cachorra hubiese escuchado aquella plegaria. Sonrió entre lágrimas, acariciando la curva redonda de su abdomen.
—Ella también lo siente. Es como si quisiera salir ya…
Aiden se inclinó y besó el vientre con devoción.
—Espera, pequeña. Tu padre y tu madre aún tienen que preparar el mundo para ti.
La manada entera, unida en aullido bajo la Luna, confirmó aquella promesa. Esa noche no hubo dudas: el nacimiento se acercaba, y con él, el destino de todos.