La Marca de la Luna

Capítulo 78 – La llamada de la Luna

La noche estaba tan clara que parecía que la Luna había descendido solo para presenciar lo que estaba por suceder. El aire del bosque vibraba con la energía de los aullidos de la manada, respondiendo al llamado de Aiden. Cada árbol, cada sombra, cada rincón del territorio parecía inclinarse hacia la guarida donde Selene se aferraba a su compañero, el sudor perlándole la frente y los labios apretados contra el dolor.

Aiden no la soltaba. Una de sus manos apretaba con fuerza la de Selene, mientras la otra acariciaba su rostro con torpeza, como si quisiera transmitirle calma y fuerza al mismo tiempo. Sus ojos dorados brillaban, intensos, casi salvajes.

—Estoy aquí, mi Luna —susurraba una y otra vez, como un mantra, como si esas palabras fueran la única verdad que podía sostenerlo frente al miedo que lo devoraba—. No estás sola, nunca estarás sola.

El anciano médico de la manada llegó con paso firme, seguido de dos hembras de rango alto que traían hierbas frescas, paños y pieles. Al entrar, se inclinó levemente ante Aiden y luego se colocó junto a Selene, observándola con ojos sabios.

—El momento ha llegado —declaró con voz grave—. La cachorra quiere nacer bajo esta Luna.

Selene dejó escapar un grito contenido cuando otra contracción la atravesó como fuego. Su vientre se endureció y la respiración se le entrecortó. Se aferró con desesperación a Aiden, sus uñas arañando su piel como si buscara anclarse a él para no hundirse en aquel mar de dolor.

—¡Aiden! —soltó entre jadeos, con lágrimas brillando en sus ojos—. No me sueltes…

El corazón de Aiden se desgarró, pero su voz permaneció firme, grave y protectora.

—No podría soltarte aunque quisiera, Selene. Tú eres mi vida.

Las hembras colocaron pieles limpias bajo ella, mientras el anciano preparaba una infusión de hierbas para darle fuerzas. Todo estaba dispuesto, y la guarida se llenó de un silencio solemne, solo interrumpido por la respiración agitada de Selene y el rugido bajo de Aiden, que parecía querer mantener alejados a todos los peligros invisibles.

Afuera, la manada esperaba en círculo, aullando de vez en cuando, enviando fuerza y protección a su alfa y a la hembra que estaba a punto de dar vida a una nueva generación. Era más que un nacimiento: era un símbolo, un renacer para todos.

Selene, entre jadeos, abrió los ojos y miró fijamente a Aiden.

—Tengo miedo… —susurró—. ¿Y si no soy lo bastante fuerte? ¿Y si la Luna me abandona como antes?

Él inclinó su frente contra la suya, obligándola a sentir el calor de su piel, el latido de su corazón.

—Mírame, Selene. No eres débil. Has sobrevivido a las sombras más oscuras, a las cicatrices que otros jamás soportarían. La Luna no te ha abandonado… te eligió. Y ahora te entrega el mayor regalo.

Las lágrimas rodaron por el rostro de Selene, pero sus labios se curvaron en una débil sonrisa.

—Nuestro regalo…

Una nueva contracción la estremeció, más fuerte que las anteriores. Su cuerpo se arqueó y un grito salió de su garganta, un rugido ancestral que parecía mezclar dolor y poder.

El médico asintió, satisfecho.

—Está avanzando. No falta mucho.

Aiden rugió suavemente, acariciando el cabello húmedo de Selene, susurrándole al oído entre palabra y palabra de aliento:

—Respira conmigo… uno, dos… muy bien, mi Luna… aguanta… ella viene hacia nosotros.

El aire se volvió denso, sagrado. La Luna brillaba justo sobre la guarida, bañando el vientre de Selene con su luz plateada, como si en ese instante el mismo cielo estuviera bendiciendo la llegada de la cachorra.

El anciano levantó la vista, conmovido.

—La Luna los protege… será una cachorra marcada por su luz.

Y mientras los gritos de Selene se mezclaban con las palabras de amor de Aiden y los aullidos de la manada afuera, comenzó la etapa final. El destino estaba a un paso: la pequeña estaba por nacer.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.