La guarida aún olía a tierra húmeda, sudor y vida recién llegada. Selene permanecía recostada, agotada pero radiante, con la pequeña acurrucada contra su pecho. La niña dormía profundamente, su respiración pausada, como si la Luna misma la meciera en un sueño sagrado.
Aiden no se apartaba de su lado. Se mantenía de rodillas junto a Selene, con una de sus grandes manos acariciando con delicadeza la espalda diminuta de la cachorra, temeroso aún de romperla con su fuerza. Cada vez que su hija suspiraba o se movía, sus ojos brillaban como brasas encendidas de amor y orgullo.
Esa misma noche, la manada entera aguardaba fuera de la guarida. Nadie dormía. Los lobos habían encendido antorchas alrededor del claro, y cada llama parecía rendir tributo a la recién nacida. Todos esperaban el momento en que sus alfas salieran a presentar a la cachorra bajo la Luna llena.
El anciano médico se acercó despacio, inclinando la cabeza.
—Ha nacido fuerte y con voz de guerrera. Es momento de darle nombre, Alfa, Luna. La primera palabra que llevará será su guía en este mundo.
Selene levantó la mirada hacia Aiden. Sus ojos estaban enrojecidos, cansados, pero en ellos ardía una ternura infinita.
—Siempre soñé con este momento… pero nunca pensé que llegaría a vivirlo.
Aiden tomó su mano y la besó con reverencia.
—Tú me lo diste, Selene. Tú trajiste a nuestra hija. Tú eliges su nombre.
Selene acarició la mejilla de la pequeña y, por un instante, recordó a su madre y a su padre. Recordó las noches en que, de niña, buscaba consuelo en la Luna, preguntándose si algún día tendría un lugar donde pertenecer. Ahora ese lugar estaba en sus brazos, hecho carne y vida.
—Quiero que tenga un nombre que le recuerde que siempre brillará, aunque la oscuridad la rodee. Que será fuerte, pero también esperanza.
Aiden inclinó la cabeza hacia ella.
—¿Cuál, mi Luna?
Selene sonrió, con lágrimas cayendo por sus mejillas.
—Lyria.
El nombre flotó en el aire como un susurro bendecido. Aiden lo repitió, su voz grave haciéndolo sonar eterno.
—Lyria… nuestra hija, nuestra luz.
El médico asintió solemnemente.
—Lyria, hija de la Luna, bendecida por el destino.
Con cuidado, Aiden ayudó a Selene a incorporarse. Ella sostenía a la pequeña Lyria envuelta en una manta blanca. Juntos salieron de la guarida.
El murmullo de la manada se convirtió en un silencio reverente. Todos los lobos, en sus formas humanas o semi-transformadas, inclinaron la cabeza al ver a los alfas y a la recién nacida. El resplandor de la Luna iluminaba el claro, bañando a la pequeña en una luz plateada que parecía reclamarla como su hija predilecta.
Aiden alzó la voz, grave y orgullosa.
—¡Manada de la Luna Plateada! Hoy recibimos el mayor de los dones. Una nueva vida ha llegado, la hija de nuestra Luna y nuestro Alfa. ¡Ella será conocida como Lyria!
Un aullido poderoso estalló desde cada garganta. Hombres, mujeres, lobos en cuatro patas: todos unieron sus voces en un coro ancestral que resonó en las montañas. Era el canto de bienvenida, el rugido de unidad que sólo se entonaba con el nacimiento de un heredero.
Selene, con lágrimas en los ojos, alzó a Lyria hacia el cielo, como ofreciendo a su hija directamente a la Luna. Y en ese instante, una ráfaga de viento suave recorrió el claro, apagando algunas antorchas pero haciendo que la luz de la Luna brillara aún más fuerte.
El anciano, maravillado, susurró con devoción:
—La Luna misma la ha aceptado. Lyria está marcada.
Aiden abrazó a Selene por detrás, cubriéndolas con sus brazos como si quisiera envolver a sus dos tesoros en un caparazón de acero. Su voz resonó con promesa.
—Nadie tocará a mi hija. Nadie le arrebatará su luz. Porque junto a ti, Selene, la protegeré hasta el último aliento.
Selene apoyó la cabeza en su pecho, con Lyria dormida entre sus brazos.
—Somos una familia, Aiden. Y la Luna nos lo ha confirmado esta noche.
Y así, bajo los aullidos de toda la manada y la bendición plateada del cielo, la pequeña Lyria fue recibida en el mundo. Un nuevo capítulo se abría, no sólo para Selene y Aiden, sino para todo el destino de su linaje.