La Marca de la Luna

Capítulo 84 – El filo y la cuna

Los días posteriores al ataque fueron un torbellino de cambios. El bosque, que antes parecía un santuario de paz, ahora se había convertido en un territorio en constante vigilancia. Guardias recorrían los límites a cada hora, los guerreros practicaban rutinas más duras, y hasta los aprendices más jóvenes entrenaban con la fiereza de quienes entendían que su futuro dependía de ello.

El amanecer se alzó con un rojo ardiente en el cielo, y el claro de entrenamiento ya estaba lleno de lobos sudorosos, jadeando mientras chocaban sus cuerpos en simulacros de combate. Aiden caminaba entre ellos con la mirada severa y el porte de un Alfa que no admitía debilidades.

Selene lo observaba desde la orilla, con Lyria dormida en un cesto de pieles a su lado. La niña, aunque aún tan pequeña, parecía absorber toda la energía de la manada; su respiración tranquila contrastaba con la tensión del ambiente.

Aiden la notó y se acercó. Su cabello estaba pegado al rostro por el sudor, pero sus ojos brillaban con una determinación implacable.

—Hoy empiezas tú también, Selene.

Ella arqueó las cejas.

—¿Hoy? Aiden, apenas estoy… —miró al cesto, donde Lyria se movía suavemente—. Soy madre ahora.

Él posó una mano en su mejilla, con firmeza pero también ternura.

—Y por eso mismo debes entrenar. No solo como Luna, sino como protectora de nuestra hija. Lo que hiciste aquella noche fue instinto. Lo que aprenderás aquí será control. Fuerza que no se desgasta en exceso, precisión que mata sin vacilar.

Selene lo pensó un momento y luego asintió. Su corazón estaba dividido, pero entendía que Aiden tenía razón.

Dejó a Lyria bajo el cuidado de una de las ancianas de la manada, quien la arrulló con un murmullo cálido, y dio el paso al círculo de entrenamiento. Los guerreros la miraron con respeto. Ya no era solo la Luna bendecida: era la madre que había jurado morir antes que dejar a su hija indefensa.

Aiden le tendió una espada de madera, usada para los primeros ejercicios.

—Empezaremos con lo básico. Defiende.

El choque fue brutal desde el primer instante. Aiden no tuvo compasión: golpeaba con fuerza, probando sus reflejos, su resistencia, su enfoque. Selene retrocedía, sus brazos ardían, sus pies se enredaban en la tierra… pero cada vez que su cuerpo gritaba por rendirse, el rostro de Lyria aparecía en su mente.

“No. Nadie tocará un pelo de mi hija.”

Un rugido escapó de su pecho, y bloqueó un golpe que parecía imposible de detener. Su respiración era pesada, sus músculos temblaban, pero la chispa en sus ojos había cambiado. Ya no luchaba por seguir el ritmo: luchaba porque dentro de ella ardía un fuego indomable.

Aiden bajó la espada, con una sonrisa satisfecha.

—Eso es. Esa mirada… es la de una loba que no conoce la rendición.

Los guerreros a su alrededor empezaron a golpear el suelo con los puños, reconociendo la fuerza de su Luna. Selene, exhausta, dejó escapar una risa corta y amarga.

—¿Esto es solo el inicio, verdad?

—Esto es solo el filo de la hoja —respondió Aiden—. Te forjaremos hasta que seas tan letal como yo… y aún más.

Esa noche, cuando Selene volvió a recostarse junto a su hija, las manos aún le dolían y los músculos le ardían. Pero mientras acariciaba el cabello oscuro y suave de Lyria, una paz cálida llenó su pecho.

—Lo hago por ti, mi pequeña —susurró—. Seré tu escudo, tu espada y tu refugio.

La niña se removió, como si pudiera sentir sus palabras, y un débil aullido escapó de su garganta, apenas audible. Selene sonrió, con lágrimas brillando en sus ojos.

La madre y la guerrera estaban aprendiendo a convivir en un mismo corazón.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.