La marca del lado oscuro

Buscando perdón.

Uricel siente la agonía de la muerte y esto le impulsa a confesarle a Zara la verdad, ya no buscando su amor, si no su perdón, pues sabe que le hizo mucho daño, que fue egoísta pues sólo pensó en su felicidad y no en la de ella, y ese amor que decía sentir por ella, se le convirtió en otra cosa que ni él mismo sabía que era... sabía que Zara lo iba a odiar y que era lo mínimo que merecía, pero no podía morir sin decir la verdad:. - Necesito que sepas que después de haber destruido el cultivo, pensé que Don Felipe quedaría arruinado, y que eso haría que tú le dejarás, pues pensé que tú estabas a su lado porque te daba estabilidad económica, cosa que yo no podía...; pero al saber que iban a casarse a pesar de todo, me llevó a pensar que debía sacarlo de tu vida para siempre, por eso decidí planear matarlo. - ¡Fuiste tú! Fuiste capaz de tanto! Cómo no pensaste en el daño que me harías?; - Perdóname por favor! Te lo pido...Zara estalla en llanto, una mezcla de dolor y rabia, pues había tenido en frente al asesino de su esposo y no lo sospechaba...se quedó sin palabras y le pidió a Uricel que se fuera, no quería verlo...que más podía hacer, al verlo cómo estaba, al bordo de la muerte, sabía que estaba teniendo lo que merecía. 

Zara no supo más de él  durante un buen tiempo, y la verdad no podía estar en paz, no dormía tranquila y tenía constantes pesadillas, veía que a Uricel era deborado por la maligna serpiente y su alma era consumida por el fuego; se preguntaba que habría pasado con él...acaso habrá muerto?... 

Llegó el momento para Zara de dar a luz, afortunadamente tenía el apoyo de su familia, todos estuvieron pendientes de ella, sobre todo su mamá. Durante el parto todo salió muy bien, y nació un hermoso niño a quién por su puesto llamó Felipe cómo su padre, definitivamente Zara podía ser más feliz, claro que sin duda le hubiera gustado compartir este hermoso momento con Felipe su esposo...pero prefería no pensar en ello, pues esto le traía a la mente a Uricel, de sólo pensar en que él era el asesino de su esposo, se llenaba de rabia, impotencia y dolor, pero ella no quería alimentar esos sentimientos, quería concentrarse en su hijo, y disfrutar de la felicidad de ser mamá. 

Un día Zara se levantó pues oyó que tocaron la puerta y al abrir y salir encontró una hermosa rosa que habían dejado allí, pero no había nadie, la verdad no prestó mucha atención, sólo la tomó y la puso en agua, pues era tan hermosa que no podía dejarla por ahí tirada; al día siguiente se sorprendió pues hacia la misma hora tocaron la puerta y esta vez abrió su mamá y encontró una rosa que habían puesto allí; esto ya comenzó a parecerle extraño. Pasaron los meses y él bebé iba creciendo, cada vez más hermoso, Zara debía pensar en que tenía que solventar su situación económica, pues aunque la familia le apoyaba, no contaban con el dinero suficiente cómo para cubrir todos los gastos que se incrementaron con la llegada del bebé y esto le preocupaba. Zara estaba cada vez más extrañada pues todos los días encontraban en la puerta de la casa una hermosa rosa; era inevitable pensar en Uricel, no supo más de él en todo este tiempo, pensaba que quizás había muerto. 

Zara  se disponía a salir a buscar empleo, ya había acordado con su mamá que ella cuidaría del bebé mientras ella trabajaba; más o menos a la misma hora de siempre tocaron la puerta, pensaron que era lo de siempre, y está vez no se preocuparon por salir, pero volvieron a tocar insistentemente y Zara fue a abrir la puerta, allí se encontró con la persona que Zara menos imaginaba; era Ana Maria la madre de Felipe y llevaba a las dos niñas, Anna y Danna. Ellas se lanzaron a abrazarle y Zara lloró de felicidad, estaban grandes y hermosas... - Hola Zara, le dijo Ana María, quisimos venir a verte, nos costó mucho encontrarte, pero en cuanto supimos donde te encontrabas no lo pensamos dos veces y aquí estamos. - Doña Ana María, no le niego que me asombra que usted esté aquí, y que halla traído a las niñas, pues recuerdo bien que usted me pidió que no volviera a aparecer en sus vidas. - Lo sé Zara y te pido perdón, sé que fui demasiado injusta, que te juzgue y desquite mi dolor contigo, sabiendo que tú también estabas sufriendo; me sentí aún más culpable cuando llegó a mi casa un hombre moribundo, y me contó todo...confesó que el había mandado envenenar a mi hijo, y tú eras inocente y además que iba a tener un nieto, me dio tu dirección, pero no pudimos venir de inmediato, pues mi esposo hacia unos pocos días había fallecido, y yo estaba muy mal, además de que debía resolver muchas cosas que él dejó pendientes. -¡Dios mio!, siento mucho lo de su esposo Doña Ana María, me imagino lo difícil que ha sido para usted y para las niñas. - Sí, así  es,esto ha sido muy duro, pero bueno Dios es bueno y nos ha dado la fortaleza para enfrentarlo.todo.    - Y el hombre moribundo que fue a confesarle todo... sabe usted que fue de él? - No, no lo sé, yo lo denuncié, pues me ocupe de grabar su confesión como prueba, pero no sé si iría a parar en la cárcel, pues estaba tan mal que quizás pudo morir...la verdad ese hombre no tiene perdón. - Sí, lo sé, nos hizo mucho daño. En medio de todo me alegra que hayan venido y que las niñas y usted puedan conocer a Felipe. - Gracias por darnos esa dicha; la verdad pensé que no nos ibas a permitir tan siquiera entrar, pero tú tienes un gran corazón. - No, yo no les puedo negar ese derecho, pues ustedes son su familia. Las niñas estaban felices pues conocieron a su hermanito, al igual que Doña Ana María quien quedó enamorada de su nieto y por su puesto quería continuar compartiendo con él. Todo esto hizo que Zara se sintiera muy bien y feliz de volver a ver a sus niñas. Aunque en su mente no podía evitar pensar que sería de Uricel.

 




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