Helena
Salir a correr todas las mañanas se había vuelto una especie de escape para mí. Levantarme a las cinco, buscar mis zapatillas más viejas y emprender la marcha. Llegar a la colina más alta y observar cómo el sol empezaba a iluminar aquel lugar que, en poco tiempo, se había vuelto un hogar para mí.
Después de todo, solo me quedaba regresar a mi cabaña, tomar el desayuno, leer un poco, mirar Legacies toda la tarde, entrenar un poco más hasta la hora de la cena, ducharme y, por fin, después de un día largo, ir a la cama sabiendo que al día siguiente volvería a repetir toda mi rutina, de principio a fin, un día a la vez.
No voy a engañarme a mí misma: me aburría, me aburría demasiado. Pero mi yo interno sabía perfectamente que esto era mejor que regresar al infierno al que tuve que someterme durante casi veinte años.
Aunque, pensándolo bien, no fue un infierno.
Sam me mataría si supiera que estoy hablando pestes de la compañía a la que dedicó con tanta entrega los mejores años de su vida. Creo que, en realidad, solo hablo desde el dolor que tuve que pasar durante mi último año allí. Muchos recuerdos inundan mi mente, y no puedo evitar que me dé jaqueca.
Debo olvidarme de eso.
Tengo que hacerlo.
....
A la mañana siguiente me levanto mas tarde de lo normal ya que mis tontos pensamientos no dejaban de atormentarme anoche, creo que es porque el día que tanto anhelaba evitar pronto llegaria. Agarro mi telefono entrando directamente a mi calendario y si, era eso. Faltaban solo tres días para reunirme con Steve.
Suspiro.
-Tres días...
Como sea me levanto y empiezo la mañana, por ahora lo que menos quiero hacer es pensar en las excusas que le dare a Steve sobre porque no le contesto las llamadas y los emails que me envía. No quiero ser grosera con él ya que en teoria es la unica familia que me queda, pero por ahora solo necesitaba estar sola.
Tal vez si se lo explico pueda entenderlo. Si, Steve lo entendería.
Los días continuaron sin muchas novedades, a excepción de que mi vecina Lana me hizo una cordial invitación a una fiesta. Por supuesto, tuve que rechazarla, ya que no estaba de buen ánimo y no quería arruinar la noche. Me encontraba preparando la cena mientras miraba en mi iPad cómo Landon Kirby besaba a Josie, mientras Hope los observaba a la distancia. En verdad, casi lloro.
Ten fuerzas, Hope.
Entonces, entró una llamada.
Steve.
Dios, no me dejaba ni respirar. Esperé unos segundos, fui a mi escritorio para intentar acomodar algo de mi desorden y, después de un largo respiro, acepté la llamada.
Ahí estaba Steve, en su pequeña sala de estar, con la mirada juzgadora de siempre.
—Helena.
—Hola, S. ¿Qué tal todo? —le respondí con una enorme sonrisa, carente de toda sinceridad.
—Estoy bien. Y tú, ¿cómo va todo? ¿Te gusta el lugar que escogí para ti?
—Es bonito y, sobre todo, tranquilo. Salgo a entrenar y hago distintas cosas para mantener la mente ocupada. Ya sabes, lo de siempre.
Ahí estaba esa mirada inquisitiva que ya me veía venir.
—Helena, mira...
—No, Steve. No iré a vivir contigo y Zora. Sé que tienen las mejores intenciones, pero hablo en serio cuando digo que justo ahora me siento tranquila y en paz conmigo misma. No tengo intenciones de irme.
—Lo sé. Sé perfectamente que eres tan terca como Sam lo era como para siquiera pensar en convencerte, pero no era eso lo que quería informarte.
Mi expresión pasó de ser serena a una de completa confusión en segundos.
—¿Qué sucede, S?
Steve solo suspiró y se frotó las sienes, lo que no me daba buena espina.
—Es Bram.
Solo oír ese nombre hizo que toda mi piel se erizara, poniendo mi cuerpo tenso. Temí preguntar algo más, y Steve, en vista de mi silencio, decidió continuar.
—Está empezando a mover gente. Según mis informantes, está buscando inversores y de los gordos. Algo trama, y me temo que no será sencillo vencerlo. Por eso quería preguntarte...
—Quieres que regrese.
—No te lo pediría si no fuera importante. Sé que podría conseguir algunos agentes que quizá lo logren, pero también sé que no hay nadie más capacitado que tú para esta tarea.
Maldita sea.
Si Steve dice que la situación es grave, es porque en verdad lo es. Me preocupaba hasta dónde podría llegar Bram para joder todo por lo que había trabajado.
—Steve, no puedo hacerlo. Lo de Sam aún no lo supero. Perdón, pero duele demasiado, y no quiero tener nada que ver con Bram ni con su hijo, porque no me lo vas a negar: Chase sigue de su lado, ¿cierto?
—Helena, no puedo pasarte mucha información por este medio, ya que sería arriesgado. Mira, aún no me des una respuesta, ¿sí? Hablaremos mañana en el cementerio. Hasta entonces, piénsalo bien. Cuento contigo. Es hora de irme. Cuídate, nos vemos mañana.
Y sin más, colgó.
Miré al techo y, por un rato largo, me quedé así, congelada en el tiempo, sin saber muy bien cómo ordenar mis ideas.
—Necesito una ducha caliente. Muy caliente.
¿De verdad iba a tan siquiera pensarlo?
No.
¿O sí?
Abrí uno de los cajones del escritorio y saqué una cajita rosada con bordes dorados, colocándola sobre la mesa. Había jurado quemar todo lo que había dentro, pero sinceramente no pude. Así que solo la guardé allí, en un rincón lejano, donde no pudiera atormentarme. Y, sin darme cuenta, dos años después sería yo quien la volviera a sacar del lugar en donde la había ocultado.
Ahí estaba, tal como la recordaba.
Cartas de Chase, los pendientes del día de su cumpleaños, la memoria con todas las canciones y fotos de Sam, una flor reseca y marchita por el tiempo, y el colgante.
Recuerdo el día en que Chase me lo obsequió. Estábamos a vísperas de mi cumpleaños y tuvimos la gran idea de meternos en la piscina de la agencia. Hacía un frío horrible y el agua estaba helada, pero ambos estábamos tan empeñados en querer nadar que no nos importó.