Helena
Moría de sueño. La conversación con Steve me había dejado en vela; cada dos horas me despertaba, atormentada por recuerdos de Chase, Bram y Sam. La impotencia se mezclaba con la frustración. Había jurado dejar ese pasado atrás, empezar de nuevo y encontrar la paz en mi soledad. Pero ahora, con todo lo que Steve me contó, dudaba de que pudiera lograrlo.
Hoy tenía que tomar un avión rumbo a Salem, esa ciudad colorida y ruidosa que no dejaba espacio para el silencio. Un lugar que nunca dormía, lleno de edificios modernos y calles interminables. Había vivido allí, junto a Sam, antes de que todo se desmoronara. Después de su muerte, cada rincón me lo recordaba, y la herida dolía demasiado para permanecer.
Steve me ofreció entonces la cabaña en el pueblito remoto donde vivía ahora. Era perfecta, un refugio para perderse toda una vida si uno quisiera. Acepté de inmediato, con la condición de llamarlo cada semana y visitarlo una vez al año. Y aquí estaba, cumpliendo con el acuerdo.
Al llegar al aeropuerto, lo vi de pie con un cartel que decía "Helena" decorado con brillitos rosas. Me reí al instante. Steve jamás haría algo así por voluntad propia.
—Sophie fue la de la idea —dijo, rodando los ojos.
—Claro que sí —respondí, aún sonriendo, antes de abrazarlo con fuerza.
—Te he echado de menos, S.
—Lo sé. Sophie y yo estábamos preocupados por ti. Tienes que contestar cuando te llamemos, Helena. Pero bueno, ya estás aquí.
Me separé mientras él tomaba mi maleta y me guiaba al auto.
—¿Cómo está Sophie, por cierto? —pregunté.
—Demasiado bien. Ahora quiere que le enseñe defensa personal, pero ya le dije a Zora que eso no va a pasar.
Reí.
—Quizá lo de ser agente encubierta lo lleva en la sangre.
—No quiero eso para ella. Ni siquiera quería que tú te involucraras, pero las cosas nunca salen como uno planea.
Le puse una mano en el hombro.
—Sé que crees que nunca debí ser agente, pero soy feliz así. Nada de esto es tu culpa. En cuanto a Sophie, solo sé el padre que necesita. Lo haces bien, Steve. No te angusties.
—Ay, cómo has crecido, pequeña Helena. ¡Hasta me das consejos! Me haces sentir viejo.
Ignoré su comentario y subí al auto. Era bueno estar de vuelta, aunque fuera solo por un momento.
—Muy bien, ¿quieres hablar sobre Chase?
Sabía que esta conversación llegaría tarde o temprano, pero no esperaba que fuera tan pronto.
—Tengo miedo —admití.
—Lo sé. Yo también. Nunca entendí del todo a Chase. Era muy susceptible con su padre, pero el amor que sentía por ti era más fuerte que eso. De hecho, él...
—No, Steve. No vale la pena hablar del pasado —lo interrumpí. Quería evitar abrir viejas heridas—. Mejor dime qué averiguaste.
Me pasó una carpeta llena de documentos. La primera era una foto de Bram en un restaurante, con su característico saco negro. Se veía más viejo, el tiempo como fugitivo le había cobrado factura. Estaba con un hombre desconocido para mí.
—Ese es Martin Lester, uno de sus socios. Tiene antecedentes por tráfico de drogas y trata de personas. Sospechamos que están planeando abrir un club exclusivo en la ciudad. Una fachada para mover sus negocios con tranquilidad.
Ojeé los documentos de Lester: lavado de dinero, comercialización de drogas a gran escala. Era un tipo peligroso, pero no parecía algo que Steve no pudiera manejar.
—Esto lo pueden resolver tus agentes, ¿no?
—Ese es el problema. Solo confío en unos pocos. Hace una semana organizamos una misión para capturar a Lester. Todo estaba calculado, pero logró escapar.
—¿Me estás diciendo que Bram o Lester tienen infiltrados en la agencia?
Steve desvió la mirada, incómodo. Había algo más. Lo sabía.
—¿Qué me estás ocultando, Steve?
Se frotó las sienes, nervioso. Tras una pausa, soltó la bomba.
—Es Chase. Está en la misma universidad que los gemelos Mika y Nicolás, hijos del alcalde de Salem. No sé qué intenciones tiene Bram con ellos, pero no puede ser nada bueno.
No dije nada. Sabía que faltaba algo.
—¿Y...?
—Chase y la hija del alcalde están saliendo.
El impacto me dejó helada por un momento, pero no iba a permitir que Steve lo notara.
—Me imagino que está usando todas sus tácticas para conseguir lo que quiere —dije con frialdad.
Me afectaba, claro que sí. Pero no iba a darle la satisfacción de saberlo. Steve parecía aliviado de que no rompiera en llanto.
—No hagas esto incómodo, Steve. Estoy bien. Pero no puedo ayudarte. Tengo miedo de lo que Bram pueda hacer, y eso me detiene.
—No solo lo hago por eso. Dejé que te alejaras para calmar el dolor, pero me preocupas. Tu vida está pausada, Helena. Tienes demasiado potencial como para dejarlo morir en el pasado. Esa no eres tú, y lo sabes.
¿Sabia quien era yo realmente?
Me quedé en silencio sin saber qué decir, y es que, la verdad, ni siquiera sabía qué camino debía seguir. Siempre fui guiada por Sam y Steve para trabajar de lleno en la agencia; nunca tuve un momento para preguntarme qué quería hacer con mi vida. No estoy resentida con ello; al contrario, me siento agradecida, ya que gracias a eso tuve una familia con ellos. Pero todo cambió con la muerte de Sam. Nunca creí que él se iría tan pronto. Era todo para mí, y de un momento a otro simplemente murió. Desde ese momento, todo cambió para mí, y creció la duda interna sobre si realmente esto era lo que yo quería para mi vida.
¿Y si en algún momento quisiera tener hijos? ¿Ellos pasarían por lo mismo que yo con Sam? ¿Es esto lo que quiero para ellos y para mí?
Todas esas dudas inundaban mi mente. Durante todo el trayecto evitamos hablar. Siento que, en parte, Steve sabía que tenía demasiado en qué pensar, y agradecía su silencio y compañía. En un momento, encendió la radio; sonó la canción favorita de Sam. Cada vez que conducíamos por carretera, la ponía. Decía, según él, que era la mejor manera de empezar un viaje. Ahora solo nos llevó a la melancolía de su recuerdo.