La más perfecta imperfección

¿Quién sos cuando nadie te ve?

El despertador volvió a hacer su concierto de pi-pi-pi sin alma a las seis y media de la mañana. Esta vez no me quejé (tanto). Solo dije:

—Otra vez vos, ¿no tenés otros hobbies?

Estiré la mano desde abajo de las sábanas, lo apagué a ciegas como una heroína medio dormida, y me quedé abrazada a la almohada cinco segundos más, que claramente fueron veinte.

Mamá golpeó la puerta con el mismo entusiasmo de siempre.

—¡Buen día, florcita! ¿Cómo dormiste? ¿Lista para el segundo round?

—¿No podemos hacer clases por carta, tipo palomas mensajeras?

—No, pero podés desayunar como reina. ¡Hay tostadas con mermelada!

Eso sí me levantó. No sé qué tiene la mermelada de frutilla casera que te convence de que todo va a estar bien. Me puse un buzo sobre el pijama y bajé las escaleras como un koala humano. Papá ya estaba sentado en la cocina, leyendo el diario como si fuera de 1950.

—Buen día, mi escritora favorita —dijo sin levantar la vista.

—Buen día, mi lector imaginario —respondí, sentándome.

La cocina olía a tostadas, café y hogar. Mamá bailaba entre la heladera y la tostadora como si tuviera una coreografía secreta. Me puso una taza de leche caliente enfrente, con una sonrisa que casi era ilegal a esa hora.

—Contá, contá, ¿cómo te fue ayer? —dijo, sentándose también con su mate.

—Sobreviví. Que ya es un montón. Conocí a una chica que habla más rápido de lo que pienso, una profesora que le habla a su planta y una deportista que parece personaje secundario misterioso de novela.

— ¿Eso es bueno o malo? —preguntó papá, medio divertido.

—Es... interesante. Y me reí bastante. Más de lo que esperaba. Y no me perdí en ningún pasillo, lo cual es casi un milagro.

Mamá me miró con ese orgullo que solo se reserva para cosas como aprender a andar en bici o no llorar en la primera vacuna.

—Estoy tan feliz de que estés bien —dijo, mientras me untaba una tostada como si yo no supiera hacerlo.

—Y hoy ya te sentís más confiada, ¿no?

—Un poco. Sigo sin entender por qué hay que correr a las ocho de la mañana, pero bueno...

Papá se rió detrás del diario.

—Lo mismo digo desde que tenía tu edad. Spoiler: no mejora.

Justo cuando estaba por darle el primer mordisco a la tostada, mamá sacó una hoja impresa del bolsillo del delantal.

—Ah, esto me olvidé de darte. Mandaron por el grupo de padres el formulario de inscripción a los talleres extracurriculares. Tenés que entregarlo firmado esta semana.

—¿Talleres? —pregunté, masticando como quien encuentra un tesoro.

—Ajá. Hay de todo: teatro, música, ajedrez, fotografía... literatura.

Ahí sí abrí bien los ojos. Casi se me cae la tostada.

—¿Hay taller de literatura?

—Lo dice clarito —respondió papá, ahora sí leyendo el papel—: "Taller de lectura y escritura creativa, martes y jueves a última hora. Coordinado por la profesora Vera."

Casi me atraganto con el café.

—¿La misma Vera que le habla a su planta?

—Esa misma —dijo mamá, como si no fuera la frase más rara que haya dicho en su vida.

—Estoy adentro —dije sin pensarlo dos veces.

—¿Estás segura? Son dos días por semana —comentó papá, alzando una ceja—. Y te podés quedar sin siesta...

—Estoy dispuesta a sacrificar el sueño por la gloria literaria. O por leer poemas tristes con dramatismo.

Mamá me miró como si fuera una mezcla entre loca y adorable. Que, en resumen, soy yo.

—Bueno, completalo y llevalo hoy. Pero fijate si no te querés anotar a otra cosa también. Hay uno de huerta escolar.

—¿Huerta? No, gracias. Ya me cuesta mantener viva la flor que tengo en el escritorio.

Terminé el desayuno con la cabeza llena de imágenes: libros, letras, hojas garabateadas, y la profe Vera hablándole a un cactus mientras corregía relatos. Ya podía sentir el olor a tinta y los suspiros poéticos flotando en el aula.

Me vestí rápido, agarré mi mochila y el papel de inscripción. Antes de salir, mamá me puso la flor del pelo como quien te da suerte en una película de aventuras.

—Segundo día —dijo—. Que sea tan bueno como el primero.

—O mejor —le respondí, abriendo la puerta con paso decidido.

Caminé hasta la escuela con el formulario del taller bien doblado y guardado en el bolsillo de la mochila, como si fuera un contrato de película en el que estaba a punto de firmar mi destino literario.

El sol estaba más tímido que ayer, y el viento me movía el vestido como si también quisiera opinar sobre mi peinado. La flor que mamá me puso resistía como una guerrera. Yo iba en modo alegre, con pasos tranquilos y mirada de "hoy va a ser un buen día".

Pero apenas doblé la esquina y vi el portón del colegio, noté algo raro.



#2663 en Novela romántica

En el texto hay: amorjuvenil, secretos, voley

Editado: 11.07.2025

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