La más perfecta imperfección

El precio de perder el control

La oficina de dirección tenía ese olor a muebles viejos, café frío y miedo.
Las paredes color crema, el ventilador girando lento en el techo y un cuadro torcido de una paloma sobre una rama.
Todo parecía estar en pausa.
Menos yo.

Emma se sentó a un costado, sin que nadie se lo indicara.
Renata quedó parada justo detrás mío, como una sombra que no me dejaba sola.

El director cerró la puerta con un chasquido seco.
Era un hombre alto, de bigote finito y lentes que bajaban por la nariz.
No parecía enojado.
Parecía decepcionado, lo cual dolía más.

Me miró fijo por un segundo, luego dejó su carpeta sobre el escritorio con suavidad.

—Antes de empezar con esto… —dijo, en tono grave— necesito llamar a tus padres, Pilar.

Se sentó con lentitud, como si lo que estuviera por decir pesara demasiado.

—Tienen que venir urgente.

Yo no respondí.
Solo asentí con la cabeza.
La garganta se me había secado.
Sentía los nudillos aún tensos.
Las palmas sudadas.
El pulso latiendo en la sien.

—¿Querés tomar agua? —preguntó la preceptora, más amable que el resto.

—No —dije, en un hilo de voz.

El director tomó el teléfono de línea y marcó con calma.
Mientras esperaba que atendieran, abrió una hoja en blanco y escribió con su letra elegante y firme: Incidente violento / agresión física.

Yo lo vi.
Cada letra.
Como un sello en mi conciencia.

Cuando atendieron, su voz cambió.
Formal. Seria.

—Hola, señora... sí, soy el director del colegio. Necesitamos que venga urgente. Se trata de su hija… sí, está bien físicamente, pero hubo un incidente grave y debemos hablarlo en persona.
Sí… sí… la esperamos. Gracias.

Cortó.

Nadie habló.

El silencio era espeso.
El ventilador seguía girando.
Yo sentía que me estaba asfixiando.

El director entrelazó los dedos sobre el escritorio y me miró.

—Pilar… —dijo con una mezcla de lástima y decepción— lo que pasó hoy es grave. Muy grave.
Golpear a otra alumna. Causarle una fractura de tabique. Hacerlo en un espacio público, frente a decenas de testigos…

Me mordí el labio inferior.
No me defendí.
No dije nada.

Emma no me miraba.
Pero estaba ahí.
Sentada.
Respirando despacio.

Yo sabía que en cualquier momento me iban a pedir que explique.
Que cuente.
Que diga qué pasó.

Pero ¿cómo se explica algo cuando lo que se rompió no fue una nariz, sino una parte de vos que venías aguantando demasiado?

El director suspiró y tomó otra hoja.

—Vamos a esperar a tus padres para continuar —dijo, sin emoción—. Y cuando lleguen, necesito que estés preparada para contar exactamente lo que pasó. Todo.

Me sentí tan chiquita en esa silla que apenas podía sostenerme.

Y justo cuando creí que ya no iba a soportar ni un minuto más de ese silencio...

Emma habló.

—Yo puedo empezar.

La voz fue baja.
Pero clara.

El director levantó la mirada, sorprendido.

—¿Vos?

Ella asintió.

—Sí. Yo la vi. Desde antes.
Sé por qué pasó.

Mi corazón se frenó por un segundo.
Todos la miraron.

Emma se mantuvo firme.
Sentada.
La espalda recta.
Las manos entrelazadas sobre sus piernas.

—Yo puedo empezar —dijo otra vez, con el mismo tono calmo, pero seguro.

El director frunció el ceño y se quitó los lentes, apoyándolos sobre el escritorio.

—Te agradezco, Emma —dijo, medido—. Pero por más que tengas algo que aportar… esto involucra una agresión física muy grave.
Necesito la presencia de los padres de Pilar para continuar formalmente.

Emma asintió sin discutir.
No se ofendió.
No insistió.

Solo… bajó la mirada.
Y volvió a su silencio habitual.

Yo seguía en mi lugar.
Con la garganta dura.
El pecho ardiendo.
Sentía el sudor frío bajarme por la nuca.

Renata, al lado mío, seguía con los brazos cruzados, como si intentara contener su rabia para no explotar también.

Y entonces…
se escucharon pasos.

Tacones apresurados sobre el pasillo.
Una puerta abriéndose sin golpear.
Y la voz reconocible de mi madre:

—¿Dónde está? ¿Dónde está Pilar?

Se asomó por la puerta como un vendaval.
Mi papá venía detrás, con cara de no entender todavía del todo qué pasaba.

—Acá estamos —dijo el director, poniéndose de pie.

Mi mamá me miró, escaneándome de arriba abajo.

—¿Estás bien? ¿Te hicieron algo?

—No —dije bajito—. Fui yo.

Mi papá frunció el ceño.

—¿Qué querés decir?

El director les pidió que pasaran y cerró la puerta con suavidad, pero con ese tono formal que transforma todo en más serio.

—Gracias por venir tan rápido —les dijo—. Lamentablemente, tenemos que hablar de algo que no puede esperar.

Yo bajé la cabeza.
Sentía la cara arder.
No de vergüenza…
De todo lo que no sabía cómo explicar.

Mi mamá se sentó a mi lado.
Mi papá quedó de pie, con los brazos cruzados, esperando.

—¿Qué pasó? —preguntó él, directo.

El director se acomodó en su silla, tomó la hoja del informe y empezó a leer.

—Pilar agredió físicamente a otra estudiante, Violeta Ledesma. Fue una agresión directa, con múltiples golpes. Hay testigos. La alumna fue atendida en la enfermería y derivada al centro médico. Tiene una fractura confirmada en el tabique nasal.

Mi mamá me miró como si no entendiera quién era yo.
Mi papá no se movió, pero algo en su rostro se endureció.

—¿Por qué? —preguntó él.

Y entonces, por primera vez desde que llegamos, Emma volvió a hablar.

—Porque Violeta no se calla nunca.
Y porque Pilar… ya venía aguantando demasiado.

Todos la miraron.

El director entrecerró los ojos.

—¿Querés decir algo más?

Emma se giró, esta vez mirándome directamente.
Sus ojos no tenían reproche.
Tenían otra cosa.
Como si dijeran: “No lo voy a justificar, pero sí lo voy a explicar.”



#5908 en Novela romántica

En el texto hay: amorjuvenil, secretos, voley

Editado: 11.07.2025

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