La más perfecta imperfección

Un lugar para respirar

—Si a “x” le restás tres y te da la mitad de “y”, pero “y” es igual al triple de “z” dividido dos...
entonces, ¿cuánto tardás en tirarte por la ventana?

Eso pensé.
Pero lo único que dije en voz alta fue:

—Profe, ¿puede repetir?

La profesora de matemática me miró como si fuera la razón por la que se le cayó el café esta mañana.
Yo le sostuve la mirada con dignidad.

No sé si alguna vez voy a entender ecuaciones con tres letras y sin sentido.
Pero al menos ahora tengo excusa: estuve suspendida.

Lili, sentada a mi izquierda, me pasó un papelito con un dibujo de una “x” llorando en una esquina.
Renata, desde atrás, me mandó un bollo de papel directo a la nuca que decía:
"Nadie usa esas fórmulas en la vida real. Revolución ya."

Yo me reí en silencio.
La clase seguía su curso normal, con alumnos cabeceando contra los cuadernos, otros garabateando corazones, y los de siempre peleando por si el resultado da 6 o 9.

Y justo cuando la profe estaba por escribir otro jeroglífico en el pizarrón…

—Permiso —dijo una voz conocida desde la puerta.

Todos giramos la cabeza.

Era la preceptora.
Carpeta en mano.
Cara seria… pero no de mala noticia.
Esa cara de “les traigo algo que va a generar caos logístico”.

—Interrumpo un minuto —dijo—. Vengo a informarles que, desde la institución, se ha organizado una actividad educativa y recreativa para los estudiantes de tercero, cuarto y quinto año.

Hubo un murmullo general.

—Vamos a realizar un viaje de una semana a un campamento en las afueras, a tres horas del colegio.
Actividades al aire libre, trabajo en equipo, fogón nocturno, bla, bla, bla… —leyó sin muchas ganas.

Mi corazón dio un mini salto.

¿Viaje?
¿Con todos?
¿Con Emma?

La preceptora empezó a repartir papeles por fila.

—Necesito que cada uno entregue esta autorización firmada por madre, padre o tutor.
Sin excepción.
Sin autorización, no suben al micro.

Lili me miró.
Tenía una sonrisa que ya olía a travesura.

—¿Apostamos a quién arma la carpa más chueca?

—Yo voy a llevar dos por si la primera se incendia —dijo Renata desde atrás.

Mientras la hoja llegaba a mi banco, no pude evitar mirar hacia adelante.
Donde estaba Emma.

Sentada dos filas más adelante, hablaba en voz baja con una chica bajita, de ojos enormes y cara amable.
Era una de las libero del equipo de vóley.

Emma gesticulaba un poco.
Estaba relajada.
Su pelo corto se pegaba al costado de la cara por el calor del aula.
La parte rapada le daba ese aire de fortaleza que contrastaba con lo que vi en ella hace unos días.

No se reía.
Pero no parecía distante.

Y Violeta…

Violeta estaba en el otro extremo del aula.
Sola.
Callada.
Mirando por la ventana como si no le importara el viaje, la clase, o el mundo entero.

No hablaba con Emma.
No hablaba con nadie.

Y por primera vez, eso me generó algo parecido a lástima.
Pero solo un poco.

Guardé la autorización en mi carpeta.
La profe retomó la clase como si nadie se hubiera enterado de nada importante.

Pero yo ya no estaba pensando en álgebra.

Estaba pensando en un campamento.

Con Emma.
Con Lili.
Con Renata.
Con las noches frías.
Con tiendas de campaña.
Con oportunidades que quizás… no vuelven.

Y en mi cabeza, sin poder evitarlo, se instaló una pregunta absurda pero poderosa:

¿Dónde iba a dormir Emma?

La preceptora terminó de repartir las autorizaciones.
Justo antes de irse, volvió a hablar:

—Ah, algo más.

Todos levantamos la cabeza como si nos hubieran gritado “¡examen sorpresa!”.

—En la autorización está toda la información: lugar, duración, normas.
Y sí, antes de que lo pregunten... —hizo una pausa con intención— el viaje dura una semana.

Explosión inmediata.

—¿¡UNA SEMANA!?

—¡Nooooo!

—¡Van a matar a mis plantas!

—¡Al fin algo divertido!

—¡Mi mamá no me va a dejar ir ni a comprar pan, menos una semana afuera!

La preceptora levantó una mano, como si pudiera calmar a un enjambre de adolescentes en crisis.

—Las carpas serán asignadas por el colegio, pero vamos a tomar sugerencias. Son de seis personas.
Después del recreo largo se habilita la caja de sugerencias para que anoten con quiénes les gustaría compartir.
Si hay conflictos, se resolverán desde coordinación.

Renata murmuró:

—¿Conflictos? ¿Tipo “fulana ronca” o “mengana me robó la linterna”?

Lili agregó:

—O “me toca con mi ex y no quiero terminar llorando bajo una lona mojada a las tres de la mañana”.

Antes de que nadie más pudiera decir nada, la preceptora miró a la profe de matemática.

—Profe, el director la necesita urgente en dirección.

La profe frunció el ceño, resopló y dijo:

—¡No destruyan todo! Son adolescentes, no vikingos.

Apenas la puerta se cerró detrás de ella…
empezó la verdadera guerra.

—¡Yo me voy con las chicas del equipo! —gritó alguien del fondo.

—¡Nosotras somos cinco, necesitamos una más! —gritó otra.

—¡Quiero carpa sin drama, sin exs, sin lloronas! —gritó una tercera, alzando la autorización como si fuera una espada.

—¡Carpa mixta o nada! —dijo un chico con cara de payaso profesional.

Renata, Lili y yo nos miramos con ojos entre pánico y emoción.

—¿Nosotras tres? —preguntó Lili.

—Obvio. ¿Y sumamos a dos más? —agregué.

—Tiene que ser alguien que no arme quilombo —dijo Renata, seria—. Y que no me robe mis medias.

Miré hacia adelante.

Emma seguía hablando con la chica bajita del equipo.
Sonreía un poco, apenas.
Pero no miraba a nadie más.



#5940 en Novela romántica

En el texto hay: amorjuvenil, secretos, voley

Editado: 11.07.2025

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