La mascota del Rey Alfa

4. En realidad, él es mi sugar daddy

Lancé un suspiro mientras me enfrentaba al duque Storm. Durante todo el día de ayer me negué a abrir mi habitación. En realidad, su petición me enojó un poco por lo que no tenía ganas de verle la cara. Y él estaba al tanto de mis sentimientos porque luego de mandar tres veces a una empleada para pedirme que vaya al estudio para conversar, se dio por vencido.

Sin embargo, ahora me arrepentí un poco de no haber pedido más explicaciones. Dado que las palabras que estaba diciendo en este momento no se procesaban por completo en mi cerebro. Al igual eso de que era un lobo o algo por el estilo, sobre esto aún pensaba que mi padre estaba algo chiflado. Pero también creía que si era verdad aquello eso explicaría mucho, sobre todo, el porqué mi madre me llamó “monstruo” y también la razón por la que no me he enfermado en el pasado y era un poco más fuerte que los demás.

— Mia, la Academia Real no es un campo de recreo en donde te puedes comportar como desees. Hay reglas que debes acatar. También debes tener en cuenta que hay personas que no debes ofender. Hablé de tu caso con el director y prometió ser indulgente. Pero debes recordar que esta es una sociedad en la que el sistema social es la monarquía y no es como las monarquías actuales del mundo humano que solo son de imagen. Aquí incluso existe la pena de muerte. Por lo que debes ser cuidadosa con tus palabras y acciones.

Dios, mire mi reloj mientras esperaba a que el duque acabara de hablar. Pero parecía que su discurso sobre lo que debía y no debía hacer duraría horas. No era tan tonta entendía en parte, bueno, algo. Pero, él parecía pensar que iba a provocar un incendio o algo. Si tanto desconfiaba de mí, de nuevo, ¿por qué no me dejó con mi nana?

— Lo entiendo, duque. Monarquía, sí, vi algo de esto en mi clase de historia. Sobre utilizar honoríficos, reyes, reinas y príncipes, lo entiendo. — le dije un poco fastidiada.

Sin embargo, ante mi respuesta me miró dubitativo. Parecía que mi explicación no era tan confiable. De todas maneras, para mí lo era.

— ¿Estás segura de que quieres ir? No creo que estés preparada, mejor espera una semana hasta que te adaptes a este lugar y mientras busco a alguien que te enseñe la historia del reino y nuestra especie, también algo de etiqueta para las próximas reuniones.

— ¡No! — negué rápidamente, no soportaba quedarme una semana encerrada en mi habitación haciendo nada, me volvería loca si hacía eso. Además de que tenía curiosidad por este nuevo mundo que se ha abierto ante mis ojos. Parecía divertido — Si lo entiendo, no sé preocupe. No me meteré en problemas.

De nuevo me miró con dudas, luego lanzo un suspiro como si no hubiera nada que hacer. La confianza que me tenía era digna de admirar, nótese el sarcasmo. Aunque si yo fuera él tampoco confiaría en mí.

— Está bien. Confiaré en ti. Si necesitas algo puedes hablar con Carl.

— Está bien — dije mientras contemplaba las expresiones disgustadas de Carl y Emily que se encontraban a mi lado, ellos parecen verme como si fuera la persona que traicionó a Jesús. Por lo que no pude evitar preguntarme si es así cómo se sintió alguna vez Cenicienta. Lo bueno es que yo no era tan ingenua como Cenicienta, ni tan buena como ella, tampoco estaba loca para hablar con las ratas, solo hablaba con los gatos. — Ahora me puedo ir. Mi linda hermanita parece que está algo impaciente y no creo que le agrade que siga hablando conmigo, señor duque.

Mi padre me miró con una expresión herida. Tal vez porque desde lo que me dijo ayer no lo he vuelto a llamar “papi”. Quizás solo sean ideas mías. Tal vez esa era su expresión de estreñido. Cómo sea. No me importaba.

— Respira, no puedes matarla — murmuró Emily como si estuviese recitando un mantra. Sin embargo, ella parecía un poco diferente de ayer. Parece que estaba satisfecha con la decisión del duque de ocultar mi identidad como su hija. No pude evitar pensar que la verdad así como la gripe nunca se pueden ocultar. Así que eso de que era su hija no iba a permanecer oculto por tanto tiempo.

— Padre, ¿si ya terminaste de hablar, podemos irnos?

Emily le preguntó remarcando la palabra “padre” mientras me daba una mirada victoriosa. Ella estaba siendo infantil, cómo si me fuera a sentir celosa por este tipo de cosas. Había vivido sin un padre durante la mayor parte de mi vida, no lo extrañaba, ni lo necesitaba.

— Pueden irse. Jack es el chofer de esta familia, él se encargará de llevarlos y traerlos — me explicó.

Asentí. Luego recogí mi bolso. Emily se acercó al duque y plantó un beso en su mejilla, no sin antes mirarme. Sentí algo de pena ajena ante este tipo de demostración de poder. Por un momento me imaginé que ella era la esposa oficial y yo la concubina. Me sentí un poco asqueada ante mi imaginación. No pude evitar fruncir el ceño. Acción que Emily tomó como si me hubiese afectado sus acciones.

Pronto partimos hacia la Academia Real. Mientras salía me di cuenta de lo lujoso y maravilloso que era el nuevo lugar en el que estaba viviendo. La mansión era de aspecto victoriano, se parecía a esas que salían en las películas de época. Por lo que, las decoraciones del interior, el arte, los accesorios, los largos pasillos, así como la actitud y la vestimenta del personal me hizo dar cuenta de que realmente estaba viviendo la vida de una cuchara de oro.

— Jóvenes, buenos días — saludó un anciano de aspecto fornido y ojos marrones. Su expresión era agradable, por lo que supuse que era una persona amable.

— Buenos días — lo saludé.

El señor abrió la puerta del auto, espere a que se subieran Emily y Carl antes de subirme.

— Gracias — le dije al chófer.

No podía negar que me sentí un poco emocionada con todo lo que estaba pasando en mi vida.

El trayecto hasta la Academia Real se sintió un poco incómodo, puesto que, ya sea Carl, Emily o yo ninguno emitió ninguna palabra. Por lo que saque mi celular y revise mis redes sociales. Sonreí al ver un mensaje de mi nana.




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