Mia
Me asusté al escuchar las palabras de Esther. Contemplé a mi alrededor si había alguien para que me ayude, pero Carl ni Emily estaban presentes, incluso si lo estaban dudo que me ayuden. Las demás personas alrededor tampoco lo iban a hacer, ya que estaban más preocupados por no llegar tarde a la próxima clase. Así que la única opción que quedaba era correr. Sin embargo, antes de que pudiera poner en práctica mis planes, Esther me sujetó del cuello para luego arrastrarme hacia algún lugar desierto.
— Te voy a matar — repitió con furia, ella parecía que en cualquier momento me iba a morder lo que me hizo preocupar.
— Al menos tienes una vacuna contra la rabia. Ya sabes, con eso de que somos lobos y estos son familia de los perros.
— ¿De qué diablos estás hablando? — preguntó alterada — ¿Acaso estás insultando mi intelecto?
— No, no, no.
Esther sacudió la cabeza, parecía un poco histérica.
— ¿Por qué me mentiste? ¿Por qué dijiste que el duque era tu sugar daddy? ¿Por qué? Ahora Emily me odia. Intenté decirle que tú eras la responsable del rumor, pero no me escuchó, me tachó de mentirosa.
Me sentí un poco mal ante sus palabras, pero, vamos, ella misma se lo buscó por indiscreta.
— En mi defensa, bebé te dije que era un secreto. Además, no pensé que te lo tomaste en serio. Solo le estaba jugando una broma a mi padre, ya que tuvimos una pequeña pelea. Pero tu también bebé, te di un fósforo e hiciste un incendio.
— Tú… tú… ¿Quién es tu bebé?
Tras decir aquello agarró mi brazo y me mordió. Su acto me tomó por sorpresa. Empecé a llorar no por el dolor, pues su mordida no fue para nada dolorosa, bueno, solo un poco, pero no lo suficiente para hacerme llorar. Estaba llorando porque no quería tener rabia. Dicen que la rabia es contagiosa.
¡No, no quiero tener rabia!
— Lo admito sé que me equivoqué al decirle a todo el mundo lo que me dijiste. Este es mi karma, pero es tan injusto. Tú, me tienes que compensar en el futuro. Y no llores, yo debería llorar. No sabes todos los enredos que terminé por tu causa.
Lloré aún más por sus palabras. Esther pronto se unió a mi llanto y me abrazó a modo de consuelo, mientras yo la abrazaba a ella para consolarla.
— Todos están en mi contra, me miran mal — se quejó Esther — ¿Qué tiene de malo ser una persona informativa?
— Lo sé, bebé. Lo sé.
No sé cuánto tiempo lloré en los brazos de Esther, sin embargo, tuve que separarme debido a la tos mal disimulada de alguien. Era la chica que tenía ojos parecidos a la lava. Si no estoy mal su nombre es Leila y es la prometida de Bastian.
— Sin querer escuché algo divertido — dijo mientras sacaba su celular.
— Señorita Leila — susurró Esther horrorizada.
Aún no entendía qué era lo que estaba pasando y por qué Esther tenía una expresión llena de horror en su rostro. Sin embargo, en cuanto escuché el audio que reprodujo Leila, mis dudas fueron aclaradas.
— ¿Por qué me mentiste? ¿Por qué dijiste que el duque era tu sugar daddy? ¿Por qué? Ahora Emily me odia. Intenté decirle que tú eras la responsable del rumor, pero no me escuchó, me tachó de mentirosa.
— En mi defensa, bebé te dije que era un secreto. Además, no pensé que te lo tomaste en serio. Solo estaba jugando una broma a mi padre, ya que tuvimos una pequeña pelea. Pero tu bebé te di un fósforo e hiciste un incendio.
¡Oh, no! Estábamos en grandes problemas. Dios, ¿por qué eres así? Me estás tratando como si yo fuera descendiente de Adolf Hitler.
— ¿Qué haré con esto? — susurró Leila de manera provocativa.
— Por favor, señorita Leila, eliminé el audio. Por favor — rogó Esther.
Sus súplicas estaban cayendo en oídos sordos. La chica delante de mis ojos de aspecto heroico no iba a ceder. Por algo se había tomado la molestia de grabar nuestra conversación.
— ¿Por qué debería hacerlo? — refutó Leila con las cejas alzadas.
— ¿Qué es lo que quieres? — le pregunté.
— Parece que eres inteligente, rubiecita.
Cualquiera con sentido común tendría una idea de lo que ella quería. De nuevo, parecía que me había bañado con sal porque desde que llegué a este lugar en medio de la nada todo me estaba saliendo mal.
— Haré lo que usted quiera, seré su perro, lo que desee…
— De ti no quiero nada — interrumpió Leila las palabras llenas de súplicas de Esther mientras me miraba fijamente.
Al estar frente a su mirada que se sentía como la de un depredador, tuve la sensación de que mis días serían, más qué difíciles, serían un infierno.
— Quiero que está rubiecita se convierta en mi juguete. Te daré hasta el final del día para que me respondas. Si no lo haces mandaré este audio a tu querido padre.
¿Qué? Pensé que yo era la enferma, pero había alguien más enfermo que yo. Justo cuando iba a negarme, ella se alejó.
Por cierto, ¿a qué se refería con que sea su juguete? ¿Acaso estaba diciendo que me convierta en su juguete sexual? ¡Qué miedo! Ahora que lo pienso para ser una chica ella no luce muy delicada, también su voz es algo gruesa y ni hablar de su rostro. ¿Acaso será un chico disfrazado de chica? ¿Quizás por eso usa esa extraña gargantilla en el cuello? ¿Tal vez se enamoró de mí y por eso me pidió que sea su juguete? Tsk. Lo sabía. Sabía que mi belleza sería mi tragedia.
Señor, ¿por qué me hiciste tan hermosa?
Al notar hacia la dirección extraña que estaban girando mis pensamientos, sacudí la cabeza, luego observé a Esther, la cual me abrazó de manera imprevista.
— No me debes nada, Mia. Es más, seré tu amiga toda la vida. Solo trata de tolerar a la señorita Leila durante un mes, ese es el tiempo que le toma aburrirse de sus “juguetes”. Te estaré animando. Es más, si necesitas algo solo dímelo, te ayudaré.
Ella estaba actuando tan amable que por un momento no supe qué pensar.
— ¿Gracias? Supongo. Pero, ¿es tan mala esta chica Leila?
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Editado: 17.11.2024