La mascota del Rey Alfa

11. ¿Dónde están tus ojos?

Las clases pasaron sin ningún incidente. Por suerte en este día las materias asignadas eran matemáticas y literatura. Por lo que no estuve tan perdida, incluso me sentí como un cerebrito, ya que los temas eran algo que había visto en el pasado.

Cuando llegó la hora del almuerzo, busqué con la mirada a Esther con la intención de comer con ella, pero la muy astuta se había escabullido antes de que me diera cuenta. Mire alrededor esperando que alguien se me acerque a hablar, pero todos ya tenían sus grupos. Por eso no me gustaba ser la chica nueva. Era tan difícil hacer nuevos amigos. Sobre todo cuando las actitudes de todos estaban sesgadas hacía el interés.

Suspiré y tomé mi tarjeta de estudiante para ir a la cafetería, con amigos o sin amigos igual debía comer.

— ¿A dónde crees que vas, diablita?

Justo cuando estaba por cruzar la puerta alguien sujetó mi mano, era Ciel. Lo miré confundida, después de todo, con la explicación que Esther me dio está mañana me di cuenta de que la jerarquía en este lugar se tomaba en serio. Los alfas se juntaban solo con alfas, betas con betas y omegas con omegas. Por lo que, supuse que él no hablaría conmigo delante de otras personas debido a este pensamiento no me acerque a él.

No es que me gustará seguir este tipo de reglas tácitas que deberían ser abolidas. Pero, con la situación entre Leila y yo no quería otro problema sobre mis hombros. Me sentía como si estuviera cruzando un puente colgante que al menor error iba a caer hacia el abismo sin que nadie me atrape.

— ¿Qué pasa? ¿Acaso olvidaste tu promesa?

— No, no lo he hecho, solo iba a comer. No te preocupes, después te enseñaré, lindura.

— Vamos juntos entonces — dijo animado, sus mejillas se mantenían sonrojadas como dos melocotones. La ternura que me transmite este chico era sin precedentes. Me sentía tan cómoda a su alrededor que ni siquiera me importaban las miradas indiscretas de los demás, así como los comentarios malintencionados.

— Está bien, Ciel — le dije. — Vamos a comer y podrás torturar mis oídos.

— Deja de decir eso, ya te dije que mi música es abstracta — refutó inflando sus mofletes.

Cielos, quería morderlo.

Me sentí horrorizada ante este pensamiento mientras miraba la marca en mi brazo hecha por Esther.

Lo sabía. Sabía que la rabia era contagiosa. Quizás ni debería ir a la cafetería sino a la enfermería o al veterinario. No quiero tener rabia.

— ¿Por qué pones esa cara tan amarga? ¿Acaso no quieres comer conmigo? ¡Tú me estás despreciando!

Solté una risa ante las palabras de ese chico. Aspire hondo, luego negué con la cabeza y entrelazo su brazo con el mío.

— ¡Vamos! Solo estaba pensando algunas tonterías.

— Eso no es nada nuevo.

Cuando Ciel y yo llegamos a la cafetería, todos literalmente nos miraban. Pronto una oleada de murmullos entraron por mis oídos haciendo que me sienta avergonzada.

¡Mis ojos no están mal!, ¿cierto?

— ¿Qué hace Ciel con esa mujer?

— Después de seducir al duque ahora quiere seducir a nuestro dulce y lindo Ciel.

— ¡Cállate! Emily prohibió que hablen del tema.

— Insisto no le veo nada bonito a esa beta.

— Repito, tiene unos dientes blancos como perlas y sus ojos son verdes como la piel de un sapo.

Ciel ni siquiera parpadeo ante los murmullos que se gestaban a su costa, parecía acostumbrado a este tipo de trato. Pude imaginar que debido a su identidad como alfa de sangre pura siempre estuvo bajo el escrutinio público.

— Allá están los demás — murmuró mirando hacia cierta dirección.

En cuanto vi hacia dónde nos dirigíamos, quise soltar el brazo de Ciel y correr. Justo en aquel rincón apartado del resto se encontraba Leila, sus labios tenían una sonrisa llena de burla que me hizo sentir mal. Y no solo estaba Leila, sino también Emily junto Carl y Bastián. Todos parecían llevarse bien. El único que faltaba era Asther.

— Mis personas favoritas en un solo lugar — murmuré para mí misma.

— ¿Dijiste algo?

— Nada.

Lo que sea, no hay nada que pueda hacer. No les había hecho nada para que me ande ocultando. Al menos eso creo.

— Chicos, les presento a mi nueva amiga, ella es Mia — me presentó Ciel con alegría que no fue para nada compartida por los presentes. — Mia, ellos son la dulce Emily junto con el serio de Carl. La heroica Leila junto con el casanova de Bastian, el cual es su prometido. Aunque creo que ya los conoces a todos.

Me mordí el labio mientras contemplaba los ojos llenos de disgusto de Emily. Aunque era el tipo de persona que no le importaba la opinión de los demás, me sentía un poco culpable con ella, por lo que no quería incomodarla. Está situación era frustrante para todos.

— Eres tan divertido, Ciel. Eres como un niño que no sabe nada de relaciones.

Leila dijo mientras miraba de Emily hacia mí como si quisiera que Ciel se diera cuenta de que estaba arando en el desierto. Es decir, que no iba a obtener nada con sus palabras. Emily y yo no íbamos a ser amigas. Al escuchar sus palabras también me di cuenta de la razón por la que a ellos parecía no agradarles. Todo se debía a la lealtad que sentían con Emily.

— ¿Por qué me ofendes, Leila? Mia es una chica divertida y amable, les caerá bien. Ella no tiene la culpa de…

— Es mejor que vaya a otro lado — interrumpí las palabras de Ciel.

— ¿Por qué si aún ni has comido? — se quejó Ciel.

— Olvidé que estoy haciendo ayuno — le dije sonriente. — Come, te esperaré en el salón de música.

Antes de que él quiera detenerme salí corriendo de ahí. Ni siquiera me di cuenta de dónde estaba caminando, al final terminé llegando hasta alguna especie de jardín. Me senté en la banca más cercana mientras me llevaba una mano al pecho. Mi corazón estaba latiendo rápido.

— Creí que iba a morir — susurré — Nana te extraño, espero que tu operación haya salido bien.




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