La mascota del Rey Alfa

26. No quería molestarte

Lancé un suspiro lleno de cansancio mientras observaba al instructor que Ciel contrató para que nos enseñara a tocar instrumentos musicales. Durante la fiesta de cumpleaños de mi padre, Ciel y yo acordamos que vendría a recibir clases los lunes y jueves. El instructor Carlos, que era un hombre rubio de ojos grises, estaba buscando unas partituras.

— Deja de suspirar, pareces una anciana.

Ciel se quejó con voz quejumbrosa. Ante sus palabras, suspiré de nuevo solo para molestarlo. Ciel infló sus mejillas luego se mordió el labio, incluso su pie empezó a moverse al azar, lo que hizo que me diera cuenta de que él estaba nervioso.

— ¿Puedes mantener los pies tranquilos? — me quejo al sentir cómo vibraba mi cuerpo debido a su movimiento.

— ¿Puedes dejar de suspirar? — contraatacó.

— No puedo controlarlo, no sabes las preocupaciones de esta anciana — le dije con cierto aire depresivo que hizo reír a Ciel.

— ¿Cuántos años tienes para que te llames anciana? Creo que soy mayor que tú, diablita. Ya pasé mi ceremonia de transformación, por lo visto — acercó su nariz a mi rostro como si buscará algún aroma en mí — tú no.

Hice un puchero ante sus palabras descorazonadoras, después de todo, anhelaba quedarme en mis 17 para siempre y así no tener que pasar por la dichosa ceremonia de transformación. Había visto algunas series sobre hombres lobos y todas tenían algo en común, la transformación era sumamente dolorosa.

— Solo faltan dos meses para que cumpla 18 — susurré con pesar — ¿No puedo quedarme así para siempre?

— No debes tener miedo — mencionó Ciel con una sonrisa en los labios — Estaré ahí para ti.

No pude contenerme más y pellizqué sus mejillas.

— ¿Por qué eres tan lindo, Ciel? Dime la verdad, eres un ángel, ¿cierto?

— Deja de molestarme — se quejó alejando su rostro de mis manos.

Sacudí la cabeza mientras miraba a mi alrededor, la casa de Ciel era tan diferente a la mansión del duque, todo era tan luminoso y brillante como si la luz del sol se hubiera aposentado en este lugar, para nada comparado al ambiente lúgubre en casa.

Después de todo, desde que llegué me di cuenta de la gran brecha entre nuestras familias. Mientras pensaba en los dulces que fueron conmigo los padres de Ciel, me di cuanta de que ahora entendía la razón por la que Ciel tenía este tipo de personalidad pura y mimada. El chico vivía en su propio paraíso personal, en dónde la oscuridad no acechaba.

— Tu casa es hermosa y acogedora. Dime… ¿Tus padres no me quieren adoptar?

Ciel me miró desconcertado, antes de torcer los ojos en una mueca.

— Estás loca.

Sonreí con los dientes apretados dejando que tome mis palabras como broma, aunque no eran una broma en lo absoluto. Después de todo, antes de venir a este reino, cuando aun mi mamá estaba viva, durante algún tiempo, muchas veces quise que alguien me adoptará. Me reí entre dientes cuando recordé haberle dicho eso a una pareja en un parque de diversiones.

— Te cansarías al vivir aquí, es un poco sofocante — susurró haciendo que lo vea confundida.

Sin embargo, no tuve que esperar mucho tiempo para darme cuenta a lo que se refería, Ciel.

Ciel, ¿quieres más pastelitos?

— Ciel ponte un abrigo porque está haciendo frío.

— Ciel no te olvides de lavar tus manos.

— Ciel, bebé, pareces un poco enfermo.

— Ciel, toma tu leche.

— Ciel, eres el más lindo.

Contemplé a Ciel con diversión mientras veía cómo su madre entraba a la habitación por enésima vez. Ciel parecía un poco avergonzado, mientras contestaba cada una de las cosas que su madre le preguntaba. Al notar su intercambio, me di cuenta de que la madre de Ciel lo trataba como si fuera de porcelana que al menor impacto se quebraría en mil pedazos.

Si tan solo mi madre hubiera sido una décima parte de lo que era la madre de Ciel. Es una lástima.

— Lo siento — se disculpó Ciel mientras su madre salía.

El instructor sacudió la cabeza como si no estuviera molesto por la interrupción. Luego le dijo a Ciel que se sentará mientras le pedía que practique los ejercicios de respiración.

— Sus bases son algo inestables. Ciel tiene el conocimiento, pero le falta habilidad. Debes trabajar más en ejercicios de respiración y concentración. Sobre todo tu oído, para seguir el ritmo. En cuánto a Mia, vas muy bien, parece que no se te hará difícil aprender a tocar el piano. Eso es todo por hoy, nos vemos en la próxima clase.

Tras decir aquello el instructor empezó a recoger sus cosas, pronto, la madre de Ciel entró de nuevo, con un paquete de pañitos húmedos. Ella, al notar que el instructor de música estaba por salir se ofreció a acompañarlo.

— Límpiate las manos, bebé. Voy a acompañar a tu instructor.

— Adiós, chicos.

— Nos vemos profesor.

Ciel y yo coreamos al unísono. Después de la salida del instructor, cayó un incómodo silencio entre los dos. Mientras pensaba en que decir, Ciel me miró fijamente antes de bajar la cabeza.

— Mi mamá tuvo cinco abortos antes de darme a luz. Incluso cuando se embarazó de mí, estuvo a punto de abortar, pero por suerte, el embarazo llegó a su etapa final sin ningún inconveniente, o al menos así parecía. Sabes, Mia, nací con una enfermedad congénita y casi toda mi infancia la pasé dentro de la habitación de un hospital. Puedes imaginar el dolor por el que tuvo que pasar mi madre. Así que aunque sé que está siendo un poco irracional con su sobreprotección, lo acepto. Te estoy diciendo esto porque no quiero que me menosprecies al pensar que soy un hijo de mamá.

Tras decir aquello alzó la mirada y me miró fijamente, la comisura de sus ojos estaba enrojecida como si estuviera a punto de llorar en cualquier momento.

— Nunca te he menospreciado, Ciel — le dije mientras lo abrazaba — Tampoco he pensado que eras un chico superficial y mimado. Es más, incluso envidio la relación que tienes con tu madre. Sabes, mi mamá nunca me dio un abrazo, ni me dijo te quiero, nunca se preocupó por mí como lo hace tu madre contigo. Eres tan afortunado.




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