Asther suspiró mientras miraba el árbol de ciruelos, al contemplar la trayectoria de una flor rosa que caía suavemente al suelo, a su mente llegó un recuerdo haciendo que sus orejas se pusieran rojas. Pronto, Asther recogió la flor y la miró fijamente, una dulce sonrisa adornó sus labios sin que se diera cuenta.
— Lo siento — susurró con cierto aire melancólico a nadie en particular.
Mientras Asther esperaba a que la campana sonará para ir a clases, su corazón que había permanecido en calma como un estanque de agua, comenzó a fluctuar. Esto tomó por sorpresa a Asther, ya que durante mucho tiempo, la alegría y la tristeza habían sido emociones extrañas en su vida, pero algo había cambiado sin que él se diera cuenta. Su mundo, anteriormente blanco y negro poco a poco fue adquiriendo color. Incluso el cielo le parecía más azul que nunca, los rayos del sol brillaban con una intensidad radiante, y el canto de las aves se sentía más lleno de viva.
Quizás esto es lo que llaman felicidad.
Asther pensó para sus adentros.
Él bajó la cabeza mientras trataba de recordar cuándo fue la última vez que sintió que vivir no era una carga.
— No lo recuerdo — susurró mientras miraba la flor.
Asther estaba consciente de que no debería involucrarse con Mia, que debería cortar las cosas antes de que lleguen a un punto de no retorno, en dónde la mayor perjudicada sería aquella muchacha. Pero como una polilla que persigue la llama a pesar de que sabe que se va a quemar, él no podía detenerse aunque sabía que todo podía terminar muy mal. Aun así, no podía detenerse. El muro impenetrable que había construido durante muchos años estaba mostrando fisura.
Tal vez esto se debía precisamente a que era ella. Su compañera destinada por la Diosa Luna.
— Mia. — saboreo cada letra de su nombre.
Desde la primera vez que la vio se dio cuenta de este hecho, sus ojos solo podían verla a ella, su lobo interior estaba jubiloso por este hecho, lo instaba con euforia a acercarse, pero Asther no podía hacerlo. Su mundo era un caos, su existencia un desastre, su vida estaba plagada de miseria, él no podía ser egoísta. Por lo que, decidió no involucrarse con ella mientras esperaba a que tenga su ceremonia de transformación para rechazarla y dejarla en libertad.
Él no quería que sufriera por su causa y estar a su lado solo la haría miserable.
Por lo que, al principio, Asther se mostró distante y cruel. Pero quizás por el hilo que unía sus almas, poco a poco fue bajando la guardia y dejándola entrar a su corazón.
Mientras Asther contemplaba la flor rosa, pensó que lo mejor sería terminar las cosas con Mia, pero una parte de él se sentía tan reacio a hacerlo.
¿Por qué debería renunciar a todo? ¿Por qué no podía ser feliz? ¿Por qué?
Asther sabía muy bien la respuesta de esta pregunta. En el pasado no le importaba, pero justo ahora se sentía reacio a aceptar aquello.
Con delicadeza tocó la máscara que ocultaba la cicatriz de su rostro mientras recordaba cómo en ese entonces no solo su cara fue destruida sino su alma. Los grilletes que lo encadenaban a esta vida de miseria empezaron el día en que murió la reina.
El mundo perfecto que pensó tener fue destruido en pedazos.
— Hermano, deberías revisar el foro de la academia, creo que te hará muy feliz — enunció una voz detrás de él.
Asther dejó de pensar en el pasado y enfrentó a Bastián, él tenía una sonrisa irónica en el rostro tan característica de él.
Un suspiro salió de los labios de Asther mientras pensaba en que cosa diabólica se le había ocurrido a Bastián está vez.
— Solo di lo que quieres — enunció Asther.
— Tan serio. No eres nada divertido hermano. Mejor revísalo, es una sorpresa si te lo digo ya no será una sorpresa.
Cualquiera que escuché su conversación podría decir que su relación era llevadera, sin embargo, solo Asther sabía que ese no era el caso, Bastián lo odiaba. Este odio no nació de la noche a la mañana.
Desde que eran niños antes de que ocurra la tragedia había cierta rivalidad entre ellos. Asther siempre era el número uno en todo, y era muy querido por todos a su alrededor. Bastián no quería quedarse atrás por lo que siempre estaba compitiendo con Asther. Pronto se formó una brecha entre los dos, en dónde cada cosa que tenía Asther, Bastián la quería también. Este tipo de comportamiento no pasó desapercibido por sus padres, pero al considerarlo como un juego no tomaron cartas en el asunto haciendo que la personalidad de Bastián se volviera un poco retorcida.
Luego cuando murió la reina, fue como un detonante para Bastián. Culpó por completo a Asther de la muerte de la reina, aunque decir que Asther no era una de las razones, era una mentira.
— Tus sorpresas nunca traen nada bueno — replicó Asther con hastío.
— Te gustará.
Asther lo miró por un momento, él no quería caer en las provocaciones de Bastián, si lo hacía sería él el más perjudicado.
Bastián al notar su negativa dejó de sonreír y miró a Asther con una mirada gélida.
— Parece que te he consentido mucho durante estos días, bastardo. Será mejor que me hagas caso o se lo diré a papá, y eso no te va a gustar. Recuerda, él dijo que debías complacerme en todo, perro. Si no fuera por mí, te estarías pudriendo en un sótano. Eres mi esclavo, mi mascota, mi juguete personal al que atormentar. Si digo que ladres, lo haces.
Tras decir aquello, Bastián se acercó a Asther y acunó su rostro mientras lo miraba con odio.
— Es lo que me debes, asesino. Solo viéndote ser infeliz seré feliz. No eres más que basura, hermano. Ahora mira el foro de la academia.
Asther sintió que ese “hermano” sonó más como un insulto.
Los grilletes en su alma se apretaron haciendo que la burbuja que lo había encerrado explotara, dejándolo enfrentar su cruel realidad.
Él no era un príncipe sino un monstruo.
Bastián tenía una razón para odiarlo, el rey tenía una razón para aborrecerlo como su hijo, y él tenía una razón para aceptar todo esto. Era su castigo, su condena. Sin embargo, mientras Asther revisaba su celular, sintió que su sangre se transformaba en lava por el enojo.
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Editado: 17.11.2024