La melodía de la descomposición

afinando

No sé si debiera relatar tan monstruosos acontecimientos, pues fue tan abrumador lo que viví que temo provocar pesadillas a quien escuche o lea esta historia tan particularmente perturbadora.

Mi nombre es José Armando Fuentes, y provengo de una familia con una fuerte tradicion musical. Pero en ocasiones ni aún la belleza pura del arte puede espantar los adefesios monstruosos y abortivos del pozo de la abominación.

La bruma matinal formaba delgadisimas espirales como tenues volutas de humo que se elevaban sobre todo el valle del cibao, que aún dormitaba bajo el abrazo de la madrugada cargada de sonidos y fragancias. mientras otros dormían plácidos, yo me deleitaba escuchando los acordes perfectos de Cristina.

Ah cristina, el gran amor de mi vida... que ironía, ¡que jugada tan desproporcionada del destino!

Sus dedos pequeños y frágiles como el mas fino cristal, acariciaban las cuerdas con una gracia y elegancia sin igual.

Ella, mi alumna favorita; poseedora de un excepcional talento para la música y un don magnífico para apreciar la belleza del arte, era ya parte de mi mismo.

Tan dedicada, tan apasionada, tan entregada a la música. Yo no tenía la menor duda sobre lo lejos que escalaría.

Como subdirector del Conservatorio nacional y miembro de la magna academia de música Dominicana y además miembro de la sublime Sinfónica Nacional, apenas si tenía tiempo para impartir clases particulares, pero con Cristina hube de hacer una excepción.

Con apenas diez y nueve años su gran dominio de las partituras me permitía bosquejar para ella un futuro brillante.

Lo sé esta no es la historia de cristina, se supone que debería ser la mía pero aun esto es falso. Lo que sucede es que me es imposible desenlazar mi historia de la de Cristina y del horror.

Yo nací en la mas romántica ciudad de mi país, Santiago de los Caballeros. "La ciudad corazón". Allí crecí escuchando a los grandes clásicos, deleitando mi alma con las mas grandiosas melodías creadas por la humanidad. Sintiendo la majestuosidad de la música en toda su fuerza.

Desde mi mas tierna edad mi padre ponía a sonar las tonadas de los grandes maestros en los enormes discos de antaño Por lo cual la música caló en mí inundando mi ser y refinandolo.

Mi padre tocaba el contrabajo y mi madre parecia flotar por los aires cuando tocaba la viola. Los dedos de ambos tambien hacian maravillas con el piano, el violín y el saxofón.

Con la misma dedicación mi madre me enseñó a tocar el piano y mi padre me enseñó a leer partituras. Decían que yo era un prodigio, un genio de la música. a mis ocho años ya era capaz de interpretar un enorme repertorio de grandes exitos. La gente se amontonaba para verme y me aplaudían entusiasmados.

Al llagar a la adultez, con apenas veinte años de edad ya dominaba los mismos instrumentos que mis padres y ya había viajado a varios países de tres continentes tocando con mis padres en los mas grandiosos escenarios.

Sentía una cierta aversión a los ritmos patrios como el merengue o la bachata. Los encontraba tan simples, tan incultos y vulgares. En varias ocasiones llegué a afirmar que eso no era música, que era una mezcla mal cosida de marginados y poco delicados y ásperos instrumentos, manipulados por gente rústica y sin la mas mínima educación.

Para mi sus exponentes no eran mas que una masa de brutos, llenos de lascivia que no podían producir un ritmo mas crudo y rústico que aquel. Creía que eran un insulto a la belleza frágil y cristalina del arte. Una descarada y bestial violación a la musa pura y divina que era la música.

Nuestra casa estaba en los suburbios de la ciudad de santiago. Era una casa de dos niveles sobria y soberbia al mismo tiempo. Una casa sólida e intimidante de paredes altas y pisos de madera de cedro y caoba. Sus grandes y espaciosas habitaciones estaban separadas por pasillos largos. Estaba construída en parte de concreto y en parte de madera, con bellas jardineras por doquier y un maravilloso jardín en el patio frontal. El patio trasero estaba lleno de árboles rodeados por una bella grama, en donde había toda clase de aves incluidos los llamativos y vistosos pavos reales.

Mi habitación estaba en la planta alta, y desde allí lo que mas me gustaba era la vista del precioso monumento, que en el Crepúsculo bañado por la luz agonizante y con los cielos carmesí de fondo brindaba un vivificante e inigualable espectáculo. Y en las noches de luna llena después de que la ciudad dormía y cesaba el continuo traginar de las farolas de los automóviles, brillaba suavemente creando una escena única, cargada de romance y sentimientos de amor. Si, sin dudas aquel era el blanco corazón de la ciudad corazón.

Salí de casa una fresca tarde de domingo a dar un paseo caminando. Siempre me ha gustado caminar y en santiago era una delicia escurrirme entre la multitud y andar al compás de sus pasos seguros y firmes. Solía sentarme en una banco de metal en el parque del monumento en la esquina que formaba la calle el sol con la ---. Allí sentado observaba a la gente pasar. Parejas tomados de la mano, niños jugando y correteando, bellísimas jovencitas caminando sonrientes y con aire de damas glamorosas dando ligeros y coquetos pasos, venerables ancianos con boinas de diversos colores y olor a colonias y tabaco caminando encorvados y ensimismados.



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En el texto hay: muertes, amor puro, besos

Editado: 11.03.2018

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