Cuando Álex llegó a casa, estaba casi amaneciendo, pero por suerte para ella, era domingo, el único día en el que podía descansar de sus dos trabajos. Álex trabajaba de lunes a viernes en una empresa de alimentación, y viernes, sábados o festivos, en la discoteca, con lo cual los domingos eran sagrados para ella.
Vivía sola en su casa de toda la vida. Su padre murió de cáncer cuando ella era muy pequeña, su madre llevaba más de un año ingresada en un centro debido a la enfermedad que padecía. Para Álex fue muy duro tomar esa decisión, pero ella se veía incapaz de seguir cuidando de su madre, más aún cuando ésta ni siquiera era capaz de reconocerla. Así que, con todo el dolor de su corazón, la tuvo que llevar a ese lugar donde estaba bien atendida pero que era bastante caro. Ni teniendo dos trabajos podía llegar a fin de mes, pero debía hacerlo porque nadie iba ayudarla a nada.
Tenía una hermana, Cristina, pero ella se desentendió de su madre y de todo lo que pudiera necesitar. Álex no podía contar con ella para nada, nunca tuvieron buena relación. A pesar de llevarse dieciséis años, Cristina siempre había estado muy celosa de su hermana pequeña, ya que era producto de la relación de Gloria, su madre, con su último marido.
Álex era una chica que le costaba demostrar sus sentimientos y pensamientos, pese a eso, estaba rodeada de amigos que la querían y se sentía afortunada por ello. No necesitaba más en la vida, aunque a veces, al llegar a casa, la soledad la consumía, siempre esperaba a que, al día siguiente, el sol saliera y las cosas le fueran bien.
Días más tarde, al volver al trabajo, Álex encontró otra carta del banco. Sabía lo que contenía incluso antes de abrirla, de nuevo tenía un descubierto en la cuenta tras efectuarse el cobro mensual de la clínica de su madre, y aún tenía que pagar más cosas ese mes.
Soltó la carta sobre la mesa y se sentó en el sofá echando la cabeza hacia atrás. ¿De dónde iba a sacar el dinero para pagar todo lo demás hasta que llegara el siguiente mes? Estuvo tentada en llamar a su hermana, pero finalmente no lo hizo.
Cristina era una persona muy egoísta y sólo miraba por su bienestar. No le importaba nada lo que sucediera con su madre y mucho menos con el «el incordio» de su hermana. Así la llamaba siempre. No tenían relación desde que ella se casó y cuando coincidían en algún lugar o yendo por la calle, ésta siempre volvía la cara para ignorarla.
Álex nunca entendió por qué su relación con Cristina había sido tan mala, su hermana siempre la había tratado fatal y jamás supo el motivo. Y todo empeoró cuando ella se casó tan sólo cinco días después de la muerte de Salva, el padre de Álex. Cristina no era su hija biológica, pero la había criado desde los cuatro años y jamás había hecho diferencia entre las dos hermanas. Pero la muchacha nunca lo quiso y no le importó en absoluto ni su muerte, ni el duelo de su madre, simplemente se casó con Bruno y se olvidó de ellas. Lo único que Álex sabía era que, tanto a ella como a su cuñado, les iba muy bien económicamente y que tenía dos sobrinos, Felipe y David, a los que ni siquiera conocía.
Álex apretaba los puños con rabia, Cristina podía ayudarla con los gastos de su madre si no fuera la mala pécora que era. Pero eso era imposible, antes lloverían ranas a que su hermana tuviera un buen gesto con la mujer que la trajo al mundo.
En ese momento sonó su móvil, y cuando vio de quién se trataba, sonrió.
—Hola Juanmi—saludó fingiendo normalidad.
—¿Qué pasa pelirroja? ¿Dónde te metes? Llevamos días sin saber de ti.
—He estado ocupada, ya sabes…—intentó sonar tranquila.
—Algo te pasa, te lo noto, aunque trates de disimular. Te conozco, cuéntamelo.
—No es nada nuevo. Hoy ha llegado otra carta del banco y, bueno, la misma cantaleta de siempre—suspiró resignada—El maldito dinero…
—Nosotros podemos prestártelo y lo sabes. Si no fueras tan cabezota…
—Juanmi, no. Ni tú ni Noe tenéis por qué responsabilizaros de mis asuntos, aunque os agradezco el ofrecimiento.
—Eres como mi hermana y siempre me voy a preocupar por ti, eso no me lo puedes impedir. Déjanos ayudarte.
—Ya hemos hablado de esto y mi respuesta es no. Creo que ha llegado el momento de hipotecar la casa y…
—¿Vas a hipotecar la casa en la que has vivido toda tu vida? ¿Estás segura de eso?
—Yo ya no estoy segura de nada Juanmi, pero no puedo seguir manteniendo la casa y lo de mi madre yo sola. Y sacar a mi madre de donde está, no es una opción. Algo tengo que hacer…
—Ven a casa a cenar esta noche, entre los tres pensaremos en algo.
—Te repito que…—su amigo la interrumpió.
—Me da igual. Si no vienes tú, iré por ti. Así que tú decides pelirroja—y le colgó el teléfono para que no le siguiera replicando.
Sabía que, si no iba a casa de su amigo, él era muy capaz de ir a buscarla, Juanmi jamás amenazaba en vano.
Juanmi y Álex se conocían desde el colegio, aunque él era un año mayor que ella. Congeniaron enseguida y se hicieron inseparables. Desde entonces eran los mejores amigos, casi como hermanos, siempre habían velado el uno por el otro y estaban para las buenas y para las malas. Ese muchacho era para Álex lo que Cristina nunca fue para ella.