Unos días después, todos estaban despidiéndose en el aeropuerto sevillano. Matito, Mía y Valentina volvían a casa, felices en parte y tristes por tener que dejar a su tío, hermano e hijo respectivamente, hasta no sabían cuándo.
—Los vamos a extrañar—Valentina abrazó primero a su hijo y después a Álex que prefería mantenerse en un segundo plano como siempre—Me encantó conocerte hermosa, ya te lo dije hace días, pero te lo repito otra vez, en Argentina tenés tu casa para cuando gustes, las puertas siempre estarán abiertas para vos.
—Muchas gracias, de verdad—aquella despedida le estaba doliendo más de lo que imaginaba. Había encontrado en esas personas que la miraban con lágrimas en los ojos, una verdadera familia—Ojalá que, si alguna vez volvéis por aquí, me hagáis una visita ¿Eh?
—No tenés ni que decirlo—la abrazó de nuevo y volvió junto a su hijo—Mi amor, espero que nos veamos muy pronto, mientras tanto cuídate mucho ¿Ok?
—Lo haré vieja, lo prometo—despedirse de su madre era una de las cosas más difíciles que había hecho en su vida, y esa era la segunda vez que tenía que hacerlo—Te amo mamá.
—Y yo a vos hijo—le dolía en el alma dejarlo en uno de los momentos más vulnerables de su vida, pero no tenía más tiempo.
—¡Amiga! Te voy a echar un montón de menos tía—dijo Mía imitando el acento español de forma peculiar.
—Yo también a vos, tarada—respondió Álex imitando el argentino mientras las dos rompían a reír—Gracias Mía por todo lo que has hecho por mí y por considerarme una amiga.
—Y de las buenas—la muchacha la abrazaba con lágrimas en los ojos—Ve juntando plata porque vos tenés que ir a vernos en algún momento de tu vida.
—Nunca me he subido a un avión. A lo mejor que la primera vez que lo haga sea para estar ahí trece horas volando, no es lo más recomendable. Pero prometo que, si en algún momento surge la oportunidad, iré.
—Como dijo mi mamá, allá te esperaremos con los brazos abiertos—Mía soltó la mano de Álex—¡Mi hermanito!—se arrojó a sus brazos—A pesar de pelear, de no estar de acuerdo casi en nada, te amo un montón y te voy a extrañar más de lo que vos pensás.
—Y yo a vos Mía. Prométeme que vas a tener cuidado que no vas a dejar que te vuelvan a lastimar ¿De acuerdo?
—Te lo prometo René—enterró la cara en el cuello de su hermano y le susurró sólo para que sólo él lo escuchara—Si me necesitás, sólo háblame, sé que vendrán tiempos difíciles para vos cuando ella también se marche. Y ni se te vaya a ocurrir decir que no sabés de lo que estoy hablando, porque lo sé tan bien como vos mismo.
René la volvió a abrazar sin decir nada. Si ella lo sabía ya no podía evitarlo, pero tampoco se lo iba a confirmar. Conocía a Mía y le constaba que no sabía guardar secretos.
—Tío—el joven se acuclilló para abrazar al pequeño—Me encantó poder conocerte en persona. Ojalá ya sí nos podamos ver más seguido para que me sigas contando historias sobre el fútbol. Algún día seré tan bueno como vos—dijo con orgullo—Pero fuera del arco, obvio.
—Vas a ser muchísimo mejor que yo, ya vas a ver. Y por supuesto que nos veremos seguido, ahora puedo viajar para allá cuando quiera. Te amo mucho, no lo olvides.
—Y yo a vos tío—el niño se acercó a Álex que lo estaba observando todo en silencio—Y a vos también te voy a extrañar y cada vez que use mi remera de España, me acordaré de vos, siempre.
—No se puede ser más bonito que tú, canijo—le acarició la cabeza con cariño—Yo también te quiero un montón. Gracias a ti, me volví tolerante a los niños, aunque dudo mucho que alguno sea mejor que tú—Matito la abrazó durante unos segundos para después volver con su madre—Yo me despido ya ¿Vale?—comentó Álex—Te esperaré aquí hasta que vuelvas—informó a René.
Los vio caminando por la terminal a los cuatro con el corazón encogido mientras se abrazaba a sí misma. No quería llorar delante de ellos, aunque por dentro era lo que más le apetecía, sabía que cuando René volviera, le tocaría consolarlo como la buena amiga que era. Pensó que ella sola no podría, así que sacó el móvil para pedir refuerzos. Veinte minutos después, lo vio volver. Estaba serio, cabizbajo y con los ojos brillantes por las lágrimas que no se atrevía a derramar.
Tenía que ser fuerte, no podía derrumbarse en mitad del aeropuerto y mucho menos frente a Álex. Pero en cuanto la tuvo a un metro de distancia y vio que abría sus brazos para recibirlo, olvidó todo y se dejó abrazar por la mujer que amaba con locura y pudo confirmar que allí mismo tenía su hogar, su refugio.
No sabía qué podía decir para hacerlo sentir mejor, así que se le ocurrió abrazarlo para hacerle saber que no estaba solo, la tenía a ella y a más gente que lo quería. Le sorprendió que se abriera tanto llegando al punto incluso de llorar, pero le gustó saber que no era el tipo de hombre que se hacía el duro y no demostraba sus sentimientos.
—¿Nos vamos a casa?—preguntó sin separarse de él ni un milímetro.
—Sí…—fue René quién rompió el abrazo—Perdóname…yo ¡Vaya papelón! Lo siento.
—Ningún papelón. No pidas perdón por tener sentimientos y poder mostrarlos al mundo. Eso es algo precioso y no todos sabemos cómo hacerlo. Ven—se agarró a su brazo—Nos vamos a casa, yo te llevo.
En el camino, René recordó las palabras de Álex y sonrió con tristeza. Se dio cuenta de algo más, jamás la había visto llorar frente a él. Alguna vez la había pillado con los ojos hinchados y rojos, pruebas más que evidentes de que lo había hecho, así era ella, siempre estaba para todos, pero incapaz de pedir ayuda si la necesitaba.