Ya en la cama, René no se podía quitar de la cabeza todo lo que había vivido esa noche junto a Álex. Sabía que compartir tanto tiempo con ella, a la larga le haría daño. Estaban creando momentos que recordaría para siempre cuando la joven no estuviera en su vida. Eso era lo único que nadie le podría arrebatar jamás.
Su teléfono le avisó que tenía un mensaje, y sólo pedía que no fuera ninguna de sus amiguitas, como las llamaba Toni.
ÁLEX—¿Estás despierto?
RENÉ—Sí ¿Por qué?
ÁLEX—Nada. Se me había ocurrido algo…Pero es una tontería, olvídalo.
RENÉ—Decime que es.
—No me dejés sin saber, la curiosidad me mata.
—¿Estás ahí?
No volvió a responder, y tal y como le había dicho, era una persona curiosa y no podía esperar hasta al día siguiente para saberlo. Se puso lo primero que vio, se plantó ante su puerta y llamó.
—¿Puedo pasar?
—Sí—la abrió, pero no avanzó más—Olvida lo del mensaje, a veces se me va un poco la olla.
—Tarde, ahora quiero saber—Álex se sentó en la cama para hablar con él.
—Si te digo de salir ahora mismo a un sitio… ¿Vendrías?
—Son casi las seis de la mañana… ¿Dónde querés ir?
—Si te lo digo no es sorpresa ¿Confías en mí?—le preguntó con ojos brillantes.
—Si no confiara en vos, ahora no estaríamos acá—si su vida dependiera de Álex, se la confiaría sin dudarlo—Entonces… ¿Dónde vamos?
—No te lo voy a decir. Sólo abrígate ¿Vale?
René siguió sus indicaciones y pocos minutos después, estaba en su propio coche conducido por Álex hacia algún sitio que desconocía. La ocasión anterior, lo llevó a un lugar donde las vistas eran espectaculares, imaginó que volverían ahí.
Cuál fue su sorpresa cuando vio que lo estaba llevando al barrio más emblemático de la ciudad, Triana.
—¿Qué hacemos acá Álex?—no se podía creer que ella lo hubiera llevado ahí sólo por un comentario suyo.
—Tachar una necesidad de tu lista ¿Vamos?—le ofreció el brazo para que lo tomara.
—Vamos—el muchacho la aceptó y pocos minutos después llegaron ante uno de los símbolos de Sevilla. El puente de Isabel II, más conocido como el Puente de Triana, llamado así por la cercanía a la barriada del mismo nombre que conducía hasta allí.
Caminaron en silencio observándolo todo a su paso, la estampa que ofrecía ese lugar con las luces siendo de noche cerrada, era una de las más bonitas que había visto últimamente.
—Sé que de noche no es lo mismo, pero si venimos de días con la de gente que siempre hay por aquí, no ibas a poder disfrutarlo porque no te dejarían tranquilo. ¿Ha merecido la pena o ha sido demasiada impulsividad por mi parte?
—Sí a las dos cosas—le sonrió—Estoy poco acostumbrado a tu impulsividad.
—Por suerte, mi vena impulsiva es como los años bisiestos, aparece una vez cada cuatro años.
—Cada vez que pienso en todo lo que cambiaste desde que nos conocimos, no lo puedo creer Álex, sos otra persona—confesó orgulloso.
—Me cuesta mucho confiar en la gente, tú bien lo sabes. Pero creo que con todo lo que hemos vivido tú y yo, he superado esa barrera…Espero no tener que arrepentirme.
—No te vas a arrepentir, te doy mi palabra Álex—dijo mientras bajaba su mano desde su antebrazo hasta tomarle la suya.
—¿Te puedo preguntar una cosa?—la muchacha se soltó y se cruzó de brazos, René captó el mensaje, aún era pronto para ese tipo de gestos y no dijo nada.
—Sí, se supone que estamos en confianza ¿No?
—¿Por qué no fuiste a firmar los papeles del divorcio?
—Tenía cosas que hacer ese día—mintió.
—¿Y los firmaste?—René asintió levemente—Entonces supongo que viste que eliminé uno de los puntos.
—Sí, lo vi, y no estoy nada de acuerdo ¿Por qué no me dejás ayudarte? ¿Tanto te ofende mi dinero?
—No soy asunto tuyo, ni tu problema como para que me tengas que ayudar. Hicimos un trato, cada uno cumplió su parte y ya. Incluso ya hiciste algo para ayudarme con lo de mi casa, y te agradezco muchísimo todo lo que has hecho por mí, de verdad René. Pero no soy amiga tuya por lo que poseas, si no por la persona que eres, nada más.
—Pero yo…
—Pero nada. Me alegra saber que firmaste sin esa condición, gracias—siguieron con el paseo mientras René seguía mordiéndose la lengua. Cuando pensaba que Álex no podía sorprenderlo más, volvía a hacerlo, convirtiéndolo en un pobre hombre indefenso y más enamorado a cada día que pasaba—¿Por qué fuiste tan frío conmigo cuando me marché de tu casa? ¿Por qué no volví a saber de ti hasta el día de la lesión?—Álex rompió el silencio dejando a René fuera de juego.
—Me enojé con vos—respondió claro y conciso.
—¿Por qué? Tú sabías que me iba a ir cuando tu familia volviera a Argentina.
—Ya sé—musitó—Pero creo que no era necesario que lo hicieras ese mismo día.