Un golpe de tos la hizo despertarse, le pesaban los párpados, quería abrir los ojos, y tras varios intentos lo consiguió, pero no era capaz de enfocar la mirada. Sentía como si sobre su cuerpo tuviera una pesada losa, no podía moverse, le dolía todo.
Decidió hacer un último intento y abrió los ojos tratando de centrarse. Notaba algo raro, pero no sabía el qué. Ella se había ido a dormir en otra habitación y ahora, no sabía cómo, estaba en la de René. Puede que en ese momento se sintiera confusa, pero recordaba perfectamente que ella no había entrado allí desde que había vuelto a esa casa. Otro golpe de tos despertó a René, estaba llenando un vaso para darle agua cuando la vio.
—Abriste los ojos—susurró emocionado—Por fin…
—¿Qué…hago aquí?—al hablar se dio cuenta que le dolía muchísimo la garganta.
—Tómate esto—puso el vaso al borde de sus labios y Álex se lo bebió con algo de dificultad—Te pusiste mal, de hecho, aún seguís mal… Acá puedo estar al pendiente de vos y estar más a gusto.
—¿Tan mal estoy?—su voz apenas salía de su cuerpo.
—Te pondrás bien, eso es lo que importa—le acarició la cabeza con mimo—Ahora descansá, es tarde.
—Gracias por cuidar de mí—apareció un atisbo de sonrisa en su rostro y volvió a cerrar los ojos, aún se sentía débil.
—Jamás me agradezcas por algo que hago encantado—pero Álex no llegó a escucharlo porque se había vuelto a dormir.
A la mañana siguiente René se despertó temprano y fue a la cocina para preparar el desayuno para los dos. Si Álex despertaba debía comer algo y comenzar con la medicación que hasta ahora no podía tomar. Cuando volvió a la habitación, la encontró despierta y pensativa.
—Buen día ¿Cómo te sentís?
—Un poco mareada, me duele todo—se quejó—Intenté levantarme, pero no puedo.
—Llevás dos días con fiebre muy alta, temblando y sin alimentarte, lo raro sería que pudieras hacerlo—se sentó junto a ella y puso una mano sobre su frente—Parece que aún tenés un poco de calentura, pero en comparación con la que tuviste recién, no es nada.
—¿Me ayudas a sentarme? Estoy cansada de estar tumbada—el muchacho la tomó entre sus brazos y consiguió sentarla para apoyarla sobre el cabecero de la cama—Gracias, ahora mismo me siento como si me hubiera bebido todo el alcohol del mundo, pero sin tanta euforia.
—¿Tenés hambre?—Álex negó con la cabeza—Tenés que comer, aunque sea poquito. No has podido tomarte las medicinas, en cuanto lo hagas, mejorarás.
La sevillana quiso negarse, pero él ya había salido de la habitación en busca de su desayuno. No la cuidaban así desde que era una niña, casi había olvidado lo bien que se sentía. Pero le daba apuro por René, él no era nada suyo como para asumir esa responsabilidad.
—Ya regresé—traía una bandeja con el desayuno y la dejó en la mesita de noche para sentarse a su lado—Traje tu leche con cacao que tanto te gusta, pan tostado con tomate y jamón que te encanta a vos y una manzana chiquita por si querés.
—Te has pasado un poco ¿No? Es mucho y yo no tengo ni hambre.
—Lo que se quede, yo me lo como. Acá no se desperdicia nada ¿Ok? Así que, comience a desayunar señorita—le pasó primero el vaso y la observó bebérselo despacio.
—No me sabe a nada—se lo acercó a la nariz—Ni tampoco lo huelo… ¿Qué se supone que tengo?
—Te contagiaste de Covid, y hasta donde me explicaron, lo que vos decís es normal.
—¿Tengo…Covid? ¿Pero cómo? Si hasta hace nada estaba perfectamente… ¿Y por qué me traer aquí? ¿Y si te lo pego?—se alarmó.
—Ya me dijeron que yo no lo tengo. Y si no me lo has contagiado ya, después de estar dos días acá con vos, dudo mucho que lo hagas ahora.
—No tenías que exponerte a…—René la cortó.
—No me importa, hice lo que tenía que hacer. Y obvio que voy a seguir haciéndolo. Ahora come—le ordenó.
Álex se bebió su vaso de leche y un poco de tostada. Después de tomarse la medicación, siguió durmiendo hasta bien entrada la tarde.
Ya de madrugada, Álex se despertó, necesitaba ir al baño. Aún notaba que le faltaban fuerzas, pero quiso intentarlo por su cuenta. En cuanto se puso de pie, sus piernas le fallaron y se cayó estrepitosamente contra el colchón despertando a René.
—¿Se puede saber qué hacés?—encendió la luz y la encontró con la cabeza en mitad de la cama, los brazos extendidos y las piernas colgando.
—Intentando levantarme, pero no me ha salido muy bien. Perdón, no pretendía despertarte, creo que es hora de volverme a mi cuarto, estoy mejor…casi.
—Ya veo—salió de la cama para ayudarla a levantarse. Cuando la tuvo de pie frente a él, estuvo a punto de caer, pero sus reflejos eran muy buenos y la sujetó por la cintura—¿Para qué querés levantarte a las tres de la mañana?—prefirió centrarse en su rostro a hacerlo en donde tenía las manos puestas, o al menos lo intentaba.
—Tengo necesidades, como todo el mundo—bajó la mirada avergonzada.
—Ah, era eso. Pudiste avisarme, yo te ayudo sin problema—necesitaba con urgencia soltarla o alejarse de ella, lo que fuera menos tenerla ahí pegada a él.