=Lauría, Calle de los Artesanos - Mediodía=
El mundo se había detenido. El aire, antes lleno del murmullo de la vida, ahora solo vibraba con la tensión que emanaba del sedán negro. La puerta abierta era una boca oscura, una invitación a un abismo de lujo y control. Andrea miró el rostro de Nicolás, tan dolorosamente familiar, y vio en sus ojos la promesa de un mundo donde ella nunca más tendría que luchar. Porque él lucharía por ella.
Incendiaría el planeta por ella. Y ese era el problema.
A su lado, sintió a Luciano tensarse. Vio la conmoción en su rostro dar paso a una ira fría, la furia del hombre que acaba de ser golpeado no con un puño, sino con el peso aplastante de un imperio.
El ofrecimiento de Nicolás
—“Sube. Yo te cuido.”— no era una muestra de afecto. Era la jugada final de una partida que él creía haber ganado.
Andrea respiró hondo, un aliento que pareció rasgarle los pulmones. Levantó la barbilla y sus ojos, dos fragmentos de ámbar endurecido, se clavaron en los de Nicolás.
—No.
La palabra fue un susurro, pero resonó en la calle como un disparo.
La sonrisa de Nicolás vaciló.
—¿Qué has dicho?
—He dicho que no —repitió ella, su voz ganando fuerza—. No voy a ir a ninguna parte contigo, Nicolás. Ya no soy la niña a la que podías ordenar y obedecia.
Dio un paso, interponiéndose ligeramente entre Nicolás y Luciano, un gesto protector que no pasó desapercibido para ninguno de los dos hombres.
—Y te lo advierto —continuó, cada palabra afilada como un cristal roto—. Si vuelves a amenazar a Luciano, o a cualquiera que respire cerca de mí, el odio del que te hablé te va a parecer un juego de niños. Porque te enseñaré lo que es odiar de verdad.
Sin esperar respuesta, tomó el brazo de Luciano.
—Vamos.
Fue como romper un hechizo. Luciano reaccionó, sus ojos verdes fijos en los de ella, y juntos, le dieron la espalda y comenzaron a caminar, dejando a Nicolás solo en el silencio de su coche de lujo, con la puerta abierta y su oferta rechazada flotando en el aire como ceniza.
=Lauría, Interior del Sedán Barreiros - Tarde=
—¿Señor?
La voz del chófer lo sacó de su estupor. Nicolás no respondió. Seguía mirando la calle vacía por donde ella se había marchado, aferrada al brazo de otro hombre. El eco de su "No" reverberaba en su cráneo.
No era solo un rechazo. Era una declaración de guerra.
La humillación pública, la herida en su orgullo, todo se desvaneció, reemplazado por el fantasma de una herida mucho más fresca, la cicatriz sobre la que se construía toda su obsesión.
…hace solo unos meses, Mansión Barreiros…
La biblioteca olía a cuero y a la promesa de lluvia. Andrea, con el brillo de sus dieciocho años ardiendo en los ojos, estaba frente a él. Vibraba de vida, de un valor que él nunca había poseído.
—Te amo, Nicolás. Siempre te he amado. No como un hermano. Te amo como un hombre.
Sus palabras fueron el agua que él había esperado en un desierto interminable. Cada fibra de su ser gritaba “bésala”. Quería estrellar su boca contra la de ella y borrar años de distancia forzada. Dio un paso adelante, su mano se alzó para acariciar su rostro…
Y su teléfono vibró.
La llamada del hospital. La voz urgente de una enfermera. La recaída de su tía. Grave, le dijeron. Él corrió, dejando a Andrea allí, con el corazón en la mano, suspendida en el momento justo antes de un beso que nunca llegó.
En el hospital, el doctor Rivera, amigo de la familia, le había hablado con un rostro sombrío sobre arritmias y un corazón delicado que no podía soportar disgustos. Luego la vio. Vio a Clara, pálida en la cama de hospital, con vías intravenosas en su brazo delgado, y su mano, fría como el mármol, se aferró a la suya con una fuerza desesperada.
—“No me dejes, Nico” —le había suplicado, sus ojos llenos de un miedo que él, en su pánico y su culpa, creyó absolutamente real. —Con tus padres siempre lejos… eres lo único que tengo. No podría soportar que cometieras un error… que te fueras con ella. Me mataría.”
Se sintió atrapado entre dos deberes imposibles. El amor de su vida frente a la vida de la mujer que lo había criado. Y eligió. Creyó que era un sacrificio noble, un aplazamiento temporal hasta que tia Clara mejorara. Vio desde la ventana de la biblioteca cómo el taxi de Andrea se alejaba por el largo camino de la entrada, y sintió cómo se le desgarraba el alma. No supo que esa elección no era un paréntesis. Era una sentencia.
—Al hotel —dijo finalmente, su voz desprovista de toda emoción.
El chófer asintió, y el coche se deslizó en el tráfico.
El dolor en el rostro de Nicolás se había transformado en una máscara de granito. El mundo le había robado la oportunidad de estar con ella una vez. No iba a permitir que pasara de nuevo.
=Lauría, Apartamento de Andrea - Tarde=