La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 12: La Jaula de Oro

=Lauría, Apartamento de Andrea / Loft en el Distrito de las Artes - Día=

La mañana siguiente llegó no con la promesa de un nuevo día, sino con la certeza de una rendición. A las nueve en punto, sonó el timbre. No era Nicolás. Eran tres hombres vestidos con un impecable uniforme gris oscuro, sin logo. No parecían mozos de mudanza; se movían con la eficiencia silenciosa de los que manejan obras de arte.

—Señorita Paz —dijo el que parecía al mando, su voz respetuosa, pero impersonal—. Estamos aquí para asistirle con su traslado.

Andrea no respondió. Se hizo a un lado y los dejó pasar. Se sentó en el único taburete que quedaba en la cocina y observó, como una espectadora en su propia vida, cómo sus pocas pertenencias eran embaladas con un cuidado casi cómico. Sus libros de bolsillo eran envueltos en papel de seda, su ropa doblada con precisión militar, su viejo portátil asegurado en una caja acolchada. Todo el proceso no duró más de una hora. Era una invasión profesional, fría y devastadoramente rápida.

Cuando se llevaron la última caja, Andrea caminó por el apartamento ahora vacío. El eco de sus pasos resonaba en el silencio. Las marcas en la pared donde colgaba su único cuadro, el hueco en el suelo donde estaba su cama. Huellas de una vida que le habían arrebatado.

El loft en el distrito de las artes era impresionante. Y desolador. Un espacio diáfano con techos de cinco metros, paredes de ladrillo visto y un ventanal que ocupaba toda la pared frontal, ofreciendo una vista panorámica de Lauría que parecía una maqueta. Era el tipo de lugar que aparecía en revistas de arquitectura, un espacio diseñado para alguien que no era ella.

Los hombres de gris depositaron sus cajas en el centro del vasto salón, donde parecían pequeñas e insignificantes. Antes de marcharse, el jefe le entregó una tarjeta.

—Su nuevo armario ha sido abastecido, y la despensa y el refrigerador también. Si necesita cualquier otra cosa, este es el número del conserje del edificio. Está a su disposición 24 horas. Con su permiso, nos retiramos.

Se fueron tan silenciosamente como llegaron. Andrea caminó, como en un sueño, hacia el dormitorio principal. Abrió el armario empotrado y se quedó sin aliento. Estaba lleno de ropa nueva: vestidos de diseñador, jerséis de cachemira, zapatos de piel, todo de su talla. Abrió el refrigerador en la cocina de acero inoxidable: lleno de comida orgánica, quesos importados y agua mineral francesa.

Nicolás no solo le había dado una jaula. La había decorado y abastecido.

=Cauria, Sala de Guerra de Ferrer Corp. - Tarde=

Luciano se frotó los ojos, sintiendo el ardor de la falta de sueño. La sala de juntas de Ferrer Corp. se había convertido en un búnker. Estaba llena de tazas de café vacías, documentos legales esparcidos y el brillo ansioso de las pantallas financieras mostrando flechas rojas. Su padre, al otro lado de la mesa, hablaba por teléfono con sus abogados en Zúrich, su voz tensa por la rabia.

La ofensiva de Barreiros era brutal, un ataque por múltiples frentes que amenazaba con ahogarlos. Durante un breve receso de cinco minutos, Luciano salió al pasillo, buscando un respiro. Sacó su móvil, la necesidad de escuchar la voz de Andrea era una sed física. Marcó su número.

Ella contestó al tercer tono.

—¿Hola?

—Hola —dijo él, intentando que su voz sonara más relajada de lo que se sentía—. Solo llamaba para ver cómo estabas.

Hubo una pausa.

—Estoy bien.

—¿Segura? Suenas... rara.

—No, de verdad. Solo... desempacando algunas cosas —dijo ella, y la mentira fue tan evidente que a Luciano le dolió físicamente. La sentía distante, como si le hablara desde el otro lado de un cristal.

—Andrea, si pasa algo...

—No pasa nada, Luciano. Ocúpate de lo tuyo. Tienes que ganar esa pelea. Hablamos luego.

Colgó antes de que él pudiera decir nada más. Luciano se quedó mirando el teléfono, una sensación de frío y absoluta impotencia apoderándose de él. Sabía que ella le estaba mintiendo. Sabía que algo estaba terriblemente mal. Pero estaba atrapado, a cientos de kilómetros, luchando contra el mismo monstruo que, intuía, en ese preciso instante, estaba acorralando a Andrea.

=El Loft, Lauría - Noche=

La noche cayó sobre Lauría, transformando el ventanal del loft en un espejo oscuro salpicado de luces distantes.

Andrea no había desempacado. Se sentía como una intrusa, una okupa en una vida de lujo que no le pertenecía. El silencio era tan grande, tan profundo, que casi podía oír el latido de su propio corazón.

De repente, un sonido rompió la quietud.

El inconfundible chasquido de una llave girando en la cerradura de la puerta principal.

Su sangre se heló. Ella no tenía llave. Los de la mudanza no le habían dado ninguna. Lo que significaba...

La puerta se abrió y se cerró con suavidad. Nicolás entró en el loft como si llegara a su propia casa. No llevaba flores. En una mano, sostenía una bolsa de papel de una tienda gourmet. La dejó sobre la isla de la cocina con un gesto casual.




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