La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 19: Juego de Leones

=Penthouse Volkov, Lauría - Noche=

Dimitri Volkov observaba el perfil de Seraphina mientras ella leía, iluminada por la suave luz de una lámpara de diseño. La amaba con una ferocidad que lo consumía, una debilidad que se permitía en el santuario de su hogar, pero que se convertía en una paranoia helada en cuanto pensaba en el mundo exterior.

Sobre la mesa de caoba, había un informe. Era delgado, casi insultante en su brevedad.

—No hay nada —dijo, su voz era un retumbar grave que hizo que Seraphina levantara la vista—. Absolutamente nada sobre esta "Andrea Paz".

—¿Nada? —preguntó ella, dejando el libro a un lado.

—Nació en Cauria. Sus padres murieron en un accidente de tráfico hace diez años. Fue acogida por una familia adinerada, los Barreiros. Obtuvo una beca de literatura en la universidad de aquí. Fin de la historia. —Dimitri hizo un gesto de frustración—. No hay deudas, no hay enemigos, no hay afiliaciones políticas, no hay vicios. Es un fantasma. Un perfil demasiado limpio. Y eso, moya zvezda, me preocupa más que si fuera la hija de un rival. Los enemigos que conoces son predecibles. Los fantasmas, no.

Se acercó a ella y se arrodilló, apoyando las manos en los brazos del sillón, atrapándola en su espacio. Su rostro, tan atractivo como peligroso, estaba a centímetros del de ella.

—Te lo he dicho mil veces. Eres mi única debilidad. Ya han intentado llegar a mí a través de ti dos veces. No habrá una tercera. —Su pulgar acarició su mejilla, un gesto tierno que contradecía la dureza de su mirada—. Que esta chica aparezca de la nada, en nuestro edificio, y se acerque a ti... no me gusta.

—Solo es una chica, Dimitri. Está sola. Asustada. Lo veo en sus ojos.

—Los ciervos asustados a veces guían a los lobos hasta el rebaño —replicó él—. Hasta que no sepa quién es y qué lobo la sigue, quiero que mantengas la distancia.

Seraphina asintió, sabiendo que no era una petición. Dimitri se levantó y besó sus labios. Era un zar protegiendo su tesoro más preciado, y no dudaría en aniquilar cualquier amenaza, real o imaginaria.

=Ascensor del Edificio, Lauría - Al día siguiente=

Andrea necesitaba salir del loft. Aunque fuera solo para bajar al vestíbulo y volver a subir. Necesitaba sentir que sus pies aún podían llevarla a alguna parte, aunque fuera en círculos. Pulsó el botón del ascensor, las puertas se abrieron con un suave zumbido.

Y el aire se le atascó en los pulmones.

Dentro no estaba vacío. Estaba él, el hombre que había visto en la azotea con Seraphina. Y sus dos guardaespaldas. Dimitri Volkov la miró desde el fondo del ascensor, su presencia era tan abrumadora que parecía consumir todo el oxígeno. Andrea entró con el corazón desbocado, intentando hacerse pequeña en una esquina.

Sintió su mirada sobre ella. No era como la de Nicolás, una mirada de posesión y obsesión. Esta era diferente.

Era una mirada analítica, depredadora. La de un león evaluando a una nueva criatura que ha entrado en su territorio. El poder que emanaba de él era más crudo, más primario que el de Nicolás. La hacía sentir como una presa.

El ascensor se detuvo en la planta baja. Andrea se movió para salir, pero Dimitri dio un paso, bloqueándole sutilmente el paso. No la tocó, pero su cuerpo era una barrera infranqueable.

—Disculpe —dijo él, su voz era profunda, con un marcado acento ruso que le erizó la piel—. ¿Vive usted en este edificio?

Sus ojos grises, fríos como el hielo de un invierno siberiano, se clavaron en ella. Andrea, intimidada por su imponente figura y la cercanía de sus guardias, solo pudo asentir con la cabeza.

—¿Es usted Andrea? —continuó, su voz bajando un tono, volviéndose más personal, más peligrosa—. ¿La nueva amiga de mi mujer, Seraphina?

Andrea abrió la boca para responder, pero las palabras no salieron. El miedo la había paralizado. Justo en ese instante, las puertas del ascensor, que habían empezado a cerrarse, se abrieron de nuevo.

Nicolás estaba allí, con el teléfono en la mano, a punto de entrar.

Su mirada pasó de su teléfono a la escena dentro del ascensor en una fracción de segundo. Vio a Andrea, arrinconada, pálida, con el miedo pintado en el rostro. Vio a los dos guardaespaldas. Y vio al hombre que la estaba interrogando. No necesitó más.

En un movimiento fluido, Nicolás guardó el teléfono en su bolsillo y se interpuso entre Dimitri y Andrea, colocándose a su lado. Su cuerpo se convirtió en un escudo.

—¿Está todo bien, Andrea? —preguntó, su voz era tranquila, pero tenía un filo de acero. No apartaba la vista de Dimitri.

Andrea, sintiendo el calor del cuerpo de Nicolás junto al suyo, solo pudo asentir de nuevo, el alivio inundándola con tanta fuerza que casi la hizo tambalearse.

Los dos hombres se miraron. Dos reyes, dos depredadores de mundos diferentes, evaluándose en el silencio de un ascensor. No había miedo en ninguna de las dos miradas. Solo un reconocimiento mutuo de poder.
Nicolás rompió el contacto visual. Sin decir una palabra más, tomó la mano de Andrea. Su agarre fue firme, cálido, una declaración de propiedad y protección que ella sintió como una corriente eléctrica. Y sin mirar atrás, la guio fuera del ascensor, pasando junto a Dimitri y sus hombres como si no fueran más que estatuas en su camino.




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