La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 22: La Jaula y el Trono

=El Loft, Lauría - Mañana=

Andrea no durmió. Pasó la noche en un estado de vigilia febril, con el eco del ultimátum de Nicolás rebotando en el silencio de su habitación. Cuando los primeros rayos de sol se filtraron por el ventanal, iluminando las motas de polvo en el aire como estrellas diminutas, se levantó con una resolución fría y desesperada.

Metódicamente, se duchó y se vistió. No con la ropa cómoda que usaría para estar encerrada, sino con los vaqueros y la blusa que se habría puesto para ir a la universidad. Era un acto de desafío inútil, un grito silencioso contra la jaula invisible que se había cerrado a su alrededor. Se peinó, cogió su bolso y su cuaderno, y caminó hacia la cocina con la intención de salir por la puerta principal, aunque sabía que probablemente se estrellaría contra un muro de la voluntad de él.

Lo encontró allí, de pie junto a la cafetera, vestido con un traje gris marengo que parecía forjado en acero. Ya había una taza de café humeante esperándola en la isla de mármol.

La miró de arriba abajo, registrando su atuendo de batalla. No había sorpresa en su rostro, solo una paciencia casi condescendiente.

—Buenos días —dijo, su voz era tranquila—. Te he preparado un café.

—No quiero tu café —respondió Andrea, su voz tensa—. Me voy a clase.

Nicolás tomó un sorbo de su propia taza, observándola por encima del borde.

—Me temo que no. Mis abogados llamaron a primera hora al rectorado. Tu beca ha sido formalmente rechazada por ti. Alegaste motivos personales. Han sido muy comprensivos.

El aire abandonó los pulmones de Andrea. Era real. No había sido una amenaza nocturna. Lo había hecho.

—No podías...

—Puedo y lo he hecho —la interrumpió, su tono final—. Has luchado mucho, Andrea. Has sido valiente. Ahora, déjame cuidarte yo. Tu única preocupación es ese libro que tienes en la cabeza. El mundo exterior ya no es asunto tuyo.

Se acercó y, con una delicadeza que la enfureció, le quitó el bolso del hombro y lo dejó sobre un taburete.

—Ponte cómoda. Tienes todo el día para odiarme.

Sin otra palabra, se retiró a su estudio, dejándola de pie en medio del salón, vestida para una vida que ya no le pertenecía. La puerta de la jaula se había cerrado con llave.

=Estudio de Nicolás, El Loft - Media mañana=

Nicolás estaba inmerso en su guerra. En la pantalla de su portátil, los números y los gráficos danzaban en una compleja coreografía de poder. Estaba estrangulando las líneas de crédito de Ferrer, presionando a sus proveedores, una muerte corporativa por mil cortes. Y la alianza con Valenti Corp era la pieza clave de su nueva ofensiva.

Justo en ese momento, su teléfono personal vibró sobre el escritorio. El nombre en la pantalla era Stella Valenti. Deslizó el dedo para aceptar.

—Nicolás —dijo la voz de Stella, suave y segura como la seda—. Espero no interrumpir la conquista del mundo.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Nicolás.

—Siempre hay tiempo para las aliadas valiosas, Stella. ¿En qué puedo ayudarte?

—Quería dar el siguiente paso. Formalizar nuestra estrategia de adquisición hostil sobre la división de logística de Ferrer. Mi equipo ha preparado una propuesta que creo que te resultará... muy persuasiva.

—Envíamela. La revisaré de inmediato.

—Oh, lo haré —dijo ella, y Nicolás pudo casi oír la sonrisa en su voz—. Pero una propuesta así merece ser discutida en persona. Necesitamos celebrar nuestra nueva y muy provechosa amistad, Nicolás. ¿Cena? ¿Esta noche? Lejos de las oficinas.

Mientras Stella hablaba, con su voz que olía a poder y a perfume caro, los ojos de Nicolás se desviaron hacia el pequeño monitor en la esquina de su escritorio. Mostraba la transmisión en directo de las cámaras de seguridad del loft. Vio a Andrea. No estaba sentada, ni leyendo. Estaba caminando de un lado a otro en el salón, como un tigre enjaulado, con una energía furiosa y desesperada. Su pelo suelto, sus manos apretando sus propios brazos, su mandíbula tensa.

Estaba rota, estaba furiosa, y estaba allí. Era suya.

Una oleada de posesividad oscura y feroz lo recorrió, tan potente que silenció por completo la voz de Stella en su oído. Esa mujer al teléfono, tan perfecta, tan adecuada, tan poderosa... no era más que una herramienta. Un medio para un fin. La guerra que libraba afuera era solo para asegurar la paz y el control de su santuario interior. Y el centro de ese santuario era la mujer que se consumía de rabia a unos metros de él.

—...Nicolás, ¿sigues ahí? —La voz de Stella lo trajo de vuelta.

—Sí, por supuesto —respondió, su tono volviendo a ser neutro y profesional, aunque su mirada seguía fija en la figura de Andrea en el monitor—. La cena me parece una excelente idea. Mi asistente coordinará los detalles con la tuya.

Colgó la llamada. Stella Valenti quería cenar con él. Quería conquistarlo. Era halagador. Y completamente irrelevante.

Su universo entero estaba contenido en ese apartamento. Y su reina, aunque lo odiara por ello, estaba a salvo en su trono de prisionera.




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