=El Loft, Lauría - Mañana=
El primer día del resto de la vida de Andrea fue un estudio sobre el silencio. Un silencio denso, cargado, que se pegaba a las paredes de la jaula dorada. Nicolás permaneció en su estudio, una presencia invisible pero omnipotente, cuya autoridad se sentía en cada rincón del loft. Ella, por su parte, se negó a darle la satisfacción de verla derrumbada.
No lloró más. En cambio, una furia fría se asentó en sus huesos. Caminó por el apartamento, tocando los muebles caros, mirando por los ventanales una ciudad que ahora le era ajena. Era una prisionera, sí, pero se negaba a ser una víctima pasiva.
Al mediodía, harta de las mismas cuatro paredes, una idea la golpeó. El edificio. La piscina. Aún estaba dentro de la fortaleza de él, pero era un territorio diferente, un espacio neutral. Era un riesgo, pero la alternativa era volverse loca.
Se puso un sencillo traje de baño y se cubrió con un caftán. Al pasar por el pasillo del estudio, la voz de Nicolás sonó a través de un intercomunicador que ella ni siquiera sabía que existía.
—¿A dónde vas? —Su voz era neutra, pero la pregunta era una correa invisible.
Andrea se detuvo, sintiendo un escalofrío.
—A la piscina del edificio.
Hubo una pausa. Podía imaginarlo mirando sus monitores, verificando el plano del edificio.
—Bien. No salgas del edificio.
—Entendido, mi señor carcelero —murmuró para sí misma antes de caminar con la cabeza en alto hacia el ascensor.
=Piscina del Edificio, Lauría - Mismo día=
El área de la piscina era un oasis de mármol y cristal, un espacio cavernoso donde el sonido del agua resonaba contra las paredes. El aire era cálido y olía a cloro. Y no estaba vacío.
En el agua azul y tranquila, una figura se deslizaba con una elegancia hipnótica. Seraphina.
Andrea se detuvo en seco. Su corazón dio un vuelco. No podía ser una coincidencia. Seraphina llegó al borde de la piscina, cerca de donde estaba Andrea, y se quitó las gafas de natación. Sus ojos, del color del cielo antes de una tormenta, se encontraron con los de Andrea. Había urgencia en ellos.
—Tu mensaje —dijo Seraphina en un susurro, su voz apenas audible por encima del murmullo del agua—. Sabía que intentarías salir a tomar aire.
—Él... me ha encerrado —susurró Andrea, acercándose al borde de la piscina.
—Lo sé. A los hombres como ellos les aterra lo que no pueden controlar por completo. La libertad es su enemiga. —Seraphina miró a su alrededor, asegurándose de que estuvieran solas—. Mi marido me ha prohibido terminantemente hablar contigo. Dice que la guerra de tu hombre no es la nuestra.
—Entonces, ¿por qué estás aquí? —preguntó Andrea, una mezcla de esperanza y miedo en su voz.
Una sonrisa triste y rebelde curvó los labios de Seraphina.
—Porque no soy buena obedeciendo. Y porque reconozco el aspecto de una jaula cuando la veo. —Se impulsó fuera del agua, sentándose en el borde, el agua goteando de su escultural figura—. Escúchame, Andrea. No puedes luchar contra los barrotes. Te agotarás y él disfrutará viéndote luchar.
—¿Entonces qué hago? ¿Me rindo?
—No. Te vuelves más inteligente que el carcelero —dijo Seraphina, su voz ganando intensidad—. La llave de la jaula de un hombre obsesionado no está en la puerta. Está en su cabeza. Y la única que tiene acceso a su cabeza... eres tú. Tienes poder sobre él, aunque ahora no lo veas. El hecho de que te quiera aquí, encerrada, es la prueba de ese poder. Tienes que aprender a usarlo. A manipular su obsesión a tu favor.
Andrea la miró, procesando sus palabras. Era un concepto aterrador y, a la vez, extrañamente empoderador.
—No sé cómo.
—Aprenderás. —Seraphina deslizó una mano en el bolsillo de su albornoz y sacó un objeto pequeño envuelto en un pañuelo de seda—. Esto te ayudará.
Se lo entregó a Andrea. Dentro había un teléfono desechable, pequeño y delgado.
—Es un teléfono limpio. Sin registrar. Solo para emergencias. Para que no estés completamente aislada. No lo guardes en el loft, él podría encontrarlo. Escóndelo en algún sitio del gimnasio, en una taquilla. Úsalo solo cuando sea imprescindible.
Andrea lo tomó, sus dedos temblando. Era un salvavidas. Un arma.
—Gracias, Seraphina.
—Ahora vete —apremió la mujer—. No podemos arriesgarnos a que nos vean juntas mucho tiempo. Sé fuerte. Y sé lista.
=Estudio de Nicolás, El Loft - Tarde=
Nicolás observaba la interacción en el monitor con el ceño fruncido. La mujer de Volkov. Seraphina. Hablando con Andrea. No podía oír lo que decían, pero la conversación era demasiado larga, demasiado íntima. Otra variable que no había considerado. Hizo una nota mental para investigar a Seraphina más a fondo.
Su distracción fue interrumpida por una llamada entrante cifrada en su portátil. Era su segundo al mando en Cauria.
—Nicolás —dijo la voz, tensa—. Malas noticias.