=El Loft, Lauría - Mañana=
Andrea se despertó con una sensación de frío en la muñeca. La pulsera de diamantes seguía allí, un círculo de luz helada contra su piel. Anoche, después de que Nicolás se retirara a su estudio, ella se había quedado mirándola durante casi una hora.
No era una correa. Era un guante, un desafío. Atrévete a jugar en mi liga, parecía decir. Y ella, en el silencio de su habitación, había aceptado.
La resignación de los días anteriores había desaparecido, reemplazada por una calma calculadora. Se levantó y caminó hacia el armario que el servicio había llenado con las selecciones de Madame Laurent. Deslizó los dedos por las telas exquisitas. Ya no las veía como un disfraz que le imponían, sino como el uniforme del enemigo. Para moverse por territorio hostil, a veces había que llevar su bandera.
Eligió un pantalón de lino color crema y un jersey de cachemir gris perla. Ropa que susurraba riqueza, no la gritaba. Era el tipo de atuendo que una mujer que pertenecía a este mundo usaría para tomar el desayuno. Se miró al espejo. La imagen que le devolvía era la de una extraña elegante y serena. Bien. La Andrea asustada y rota debía permanecer oculta. La supervivencia dependía de la máscara.
Salió al salón justo cuando el chef privado, un hombre pulcro y eficiente llamado Antoine, terminaba de poner la mesa. Le dio los buenos días con una cortesía distante, pidiendo solo un té y fruta. Estaba interpretando su papel.
=Estudio de Nicolás, El Loft - Media Mañana=
Nicolás estaba en su elemento. En una pantalla, revisaba los planos de ataque de Stella contra la cadena de suministro de Ferrer. En otra, un equipo de abogados preparaba la documentación para asfixiar legalmente a uno de los socios minoritarios de Luciano. Era un director de orquesta sinfónica de la destrucción, y cada movimiento era preciso, letal. Se sentía invencible dentro de los muros de su fortaleza, con su imperio al alcance de sus dedos y su obsesión personal a solo unos metros de distancia.
Fue entonces cuando sonó su teléfono privado. La pantalla mostró el nombre de su padre. Nicolás contestó, su tono era eficiente y sin emociones.
—Eliseo.
—Nicolás —respondió la voz grave de su padre, con ese matiz de diversión que siempre lo irritaba—. Solo una llamada de cortesía familiar. Para informarte de que tu tía ha decidido hacerte una visita. Aterriza en Lauría pasado mañana.
El mundo perfectamente controlado de Nicolás se detuvo por una fracción de segundo. Un bloque de hielo se instaló en su estómago.
—No es un buen momento —dijo, su voz era una capa de hielo sobre un volcán—. Estoy en medio de negociaciones críticas.
—Díselo a ella. Sabes cómo es —replicó Eliseo, y Nicolás pudo oír la sonrisa en su voz—. Murmuraba algo acerca de que necesitas 'supervisión'. Parece preocupada por tu bienestar y el de tu... invitada. Te deseo buena suerte con eso.
Eliseo colgó, dejando a Nicolás en un silencio cargado de furia.
Clara. Su tía venía a Lauría.
No se hacía ilusiones. No venía a supervisar sus negocios. Venía a inspeccionar su vida. Venía por Andrea. La mujer que había moldeado su visión del mundo, la que le había inculcado la idea de que Andrea era un tabú, una hermana, venía a ver por qué había roto la regla más sagrada. Venía a reafirmar su control.
Su santuario. Su jaula. El espacio que había creado para él y Andrea, estaba a punto de ser invadido por su arquitecta original. Y eso era una complicación que no podía permitirse.
=Salón del Loft - Tarde=
Cuando Nicolás salió de su estudio, el cambio en él fue tan drástico que Andrea lo sintió en el aire antes de verlo. La confianza depredadora había sido reemplazada por una tensión oscura y contenida.
Sus hombros estaban rígidos, su mandíbula apretada. Caminó directamente hacia ella, que estaba de pie junto al ventanal.
Se detuvo frente a ella, sus ojos grises la escrutaban, pero la mirada era diferente. No era solo posesiva. Era casi... desesperada. Como si temiera que se la fueran a arrebatar.
—Viene —dijo, su voz era un murmullo ronco.
Andrea frunció el ceño.
—¿Quién viene?
—Tía. Clara —escupió el nombre como si fuera una maldición—. Pasado mañana estará aquí. Viene a verte. A asegurarse de que la 'pobre huerfanita' no está corrompiendo al heredero de la fortuna Barreiros con sus encantos.
El sarcasmo en su voz era tan amargo que Andrea sintió un escalofrío. Clara. La mujer que la había criado con una crueldad velada de caridad, la que le había recordado cada día que no era más que una *pieza de atrezo en la vida de los Barreiros. La verdadera carcelera de su infancia.
—¿Y qué esperas que haga? —preguntó Andrea, su voz sorprendentemente firme.
Nicolás dio un paso más, acortando la distancia hasta que casi se rozaban. La cogió por los brazos, su agarre era firme pero no doloroso. Era urgente.
—Cuando ella esté aquí —dijo, su mirada clavada en la de ella, intensa, suplicante y autoritaria a la vez—, no habrá desafíos. No habrá sarcasmo. No habrá ni una sola palabra fuera de lugar. Serás la perfecta, dulce y agradecida protegida que vive bajo mi techo gracias a la infinita generosidad de nuestra familia. Sonreirás. Darás las gracias. Y no me contradirás en nada. Absolutamente nada. ¿Lo has entendido?