La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 31:Veneno Servido en Tazas de Porcelana

=El Loft, Lauría - Mañana=

El desayuno se reanudó, pero la atmósfera había pasado de una tensa calma a un campo de batalla silencioso. Clara se sentó a la mesa como si fuera su dueña, aceptando la taza de café que Antoine le sirvió con un gesto condescendiente. Su mirada no dejaba de moverse, analizándolo todo: la forma en que Nicolás miraba a Andrea, la pulsera de diamantes en la muñeca de la chica, la evidente intimidad de compartir un espacio tan personal.

—Este lugar es... moderno —comentó Clara, su tono implicaba que era un defecto—. Muy diferente a la calidez del hogar en Cauria, ¿no crees, Andrea?

Andrea, que estaba removiendo su té con una concentración absoluta, levantó la vista.

—Es diferente, sí.

—Por supuesto que lo es —continuó Clara, dirigiendo su atención a Nicolás, pero sus palabras eran para Andrea—. Pero es maravilloso ver cómo cuidas de tu hermana pequeña, Nicolás. Siempre has tenido un gran corazón, un sentido del deber hacia ella desde que llegó a nosotros. Es un lazo fraternal tan hermoso y fuerte.

La palabra "hermana" y "fraternal" fueron lanzadas como dardos envenenados. Eran las mismas palabras que Clara había usado durante años para construir un muro entre ellos. Nicolás sintió la estocada, su mandíbula se tensó.

—Andrea no es mi hermana, tía. Y ambos lo sabemos —dijo, su voz era un hielo delgado que amenazaba con romperse.

Clara soltó una risita, como si él hubiera dicho una broma encantadora.

—¡No seas tan literal, querido! Crecieron bajo el mismo techo, compartieron juegos, secretos... son familia. El tipo de familia que se cuida y se protege. Y hablando de cuidar, Andrea, querida, esa pulsera es exquisita. Nicolás siempre ha tenido un gusto impecable para los regalos... familiares.

Cada palabra era una obra maestra de la manipulación, reafirmando el papel de Andrea como la "hermanita" a la que se le hacen regalos generosos, no como la mujer a la que se corteja.

Andrea sintió la necesidad de gritar, de romper la taza contra la pared. Pero en su lugar, miró a Clara y sonrió. Una sonrisa pequeña, serena, que no llegó a sus ojos.

—Es muy generoso, sí —dijo Andrea, levantando ligeramente la muñeca para que los diamantes captaran la luz—. Nicolás siempre ha sido increíblemente... protector.

La forma en que dijo "protector" tenía un doble filo. Podía interpretarse como gratitud o como una acusación. Clara captó el matiz de inmediato, y su sonrisa se tensó un milímetro. Esta no era la misma niña sumisa que recordaba.

Nicolás observaba el intercambio, una mezcla de furia hacia su tía y una extraña y oscura admiración por la nueva fortaleza de Andrea. Estaba jugando el juego.

—Bueno, ya que estoy aquí, me gustaría pasar tiempo de calidad con ambos —anunció Clara, dejando su taza—. Quizás podríamos dar un paseo esta tarde. O mejor aún, podríamos tener una cena tranquila, solo nosotros tres. Para ponernos al día. Como en los viejos tiempos.

La propuesta era una orden. Quería acorralarlos, interrogarlos bajo la apariencia de una cena familiar.

—Andrea y yo ya teníamos planes —mintió Nicolás de inmediato.

—¡Oh, no seas tonto! —replicó Clara con una falsa alegría—. Cualesquiera que sean tus planes, se pueden cancelar. La familia es lo primero. ¿No es así, Andrea?

Andrea sintió la trampa. Si decía que sí, se sometía a la voluntad de Clara. Si decía que no, desafiaba directamente a la matriarca, algo que Nicolás le había prohibido hacer.

Miró a Nicolás, buscando una salida. Pero él estaba atrapado en su propia red, incapaz de contradecir a su tía en público sin causar una escena mayor.

Con una calma que la sorprendió a sí misma, Andrea respondió:

—Por supuesto, tía Clara. Nada me gustaría más.

La respuesta fue perfecta. La de una sobrina obediente. Pero la mirada que le dirigió a Nicolás por encima de la cabeza de Clara decía otra cosa. Decía: Esta es tu guerra. Tú la trajiste aquí. Ahora, veamos cómo luchas en ella.

Clara sonrió, triunfante. Había ganado la primera escaramuza.

—Maravilloso. Entonces está decidido. Esta noche, cenaremos los tres. Será una velada encantadora.

La promesa de una "velada encantadora" sonó en los oídos de Andrea como la amenaza de una ejecución. La casa de muñecas se había vuelto mucho más pequeña, y ahora, había dos titiriteros tirando de sus hilos.




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