=El Loft, Lauría - Mañana=
La luz de la mañana se filtraba por las persianas automáticas, dibujando barras de luz sobre la alfombra. Andrea no sabía cuánto tiempo había pasado desde que la llave giró en la cerradura, liberándola. Horas, quizás. No había salido de la habitación. Había permanecido sentada, escuchando el latido de su propio corazón, sintiendo el peso de la pulsera de diamantes en su muñeca. Era una marca, una propiedad, pero también un recordatorio constante de lo que estaba en juego.
Cuando finalmente se levantó, no fue por miedo ni por sumisión. Fue por estrategia. Entendió que el monstruo había mostrado su vientre. No un vientre blando de remordimiento, sino un vientre oscuro de autodesprecio. Y eso era una debilidad.
Se duchó. El agua caliente no logró quitarle el frío que sentía en los huesos. Eligió uno de los vestidos nuevos, uno de cachemir azul oscuro, simple y elegante. Se peinó, se miró al espejo y vio a una extraña. Una mujer pálida y serena con ojos que habían visto demasiado. Era la máscara perfecta.
Salió de la habitación. Caminó por el pasillo, sus pasos silenciosos sobre la alfombra. La puerta del estudio de Nicolás estaba cerrada; desde dentro, no se oía ningún sonido. En el salón, encontró a Clara, leyendo el periódico financiero con una taza de té en la mano. Su tía levantó la vista, una sorpresa mal disimulada en su rostro. Claramente, esperaba que Andrea permaneciera encerrada y llorando.
—Vaya, vaya. Miren quién ha decidido unirse al mundo de los vivos —dijo Clara, su voz goteando falsa dulzura—. Espero que hayas tenido un buen descanso, querida. Las emociones fuertes pueden ser tan agotadoras.
—Estoy mucho mejor, gracias, tía —respondió Andrea, su voz era un murmullo educado. Se sentó en un sillón, lejos de Clara, y tomó un libro de la mesita—. Un buen descanso era todo lo que necesitaba.
Clara la observó por encima del periódico, entrecerrando los ojos. Esta calma, esta compostura, no era lo que esperaba. No encajaba con la niña aterrorizada que había visto el día anterior.
Justo entonces, Nicolás salió de su estudio. Su rostro estaba demacrado, sus ojos grises parecían dos pozos sin fondo. No había dormido. Llevaba la misma ropa del día anterior, pero su rabia se había transformado en una energía contenida, una concentración letal que era casi más intimidante. Sus ojos pasaron de Clara a Andrea, deteniéndose en ella por un instante. No dijo nada. Simplemente asintió, un gesto casi imperceptible, y se dirigió a la cocina para servirse un café.
El silencio entre los tres era un lenguaje en sí mismo. Una tregua frágil y precaria. Andrea se dio cuenta de que el campo de batalla había cambiado. Ya no era ella contra ellos. Ahora eran tres lobos en la misma habitación, cada uno esperando que el otro mostrara una debilidad.
=Oficinas de Ferrer Corp., Cauria - Misma Mañana=
—Confirmado. El "Poseidón" está anclado en Dakar bajo una orden de incautación por "irregularidades en el manifiesto" —informó el jefe de operaciones de Luciano, su rostro en la pantalla de la videoconferencia radiante de triunfo—. Nuestra gente ya está "asegurando" la carga. La historia de los piratas se ha filtrado a tres agencias de noticias. Barreiros no sabrá qué le golpeó hasta dentro de unas horas.
Luciano asintió, una fría satisfacción recorriéndolo. Habían asestado un golpe maestro. Una herida pública y sangrante en el costado del imperio Barreiros. Pero su victoria se sentía hueca.
—¿Y la seguridad del edificio Volkov? —preguntó.
—Inexpugnable, como era de esperar. Tecnología de grado militar, guardias que parecen salidos de las fuerzas especiales. Entrar por la fuerza es imposible.
Luciano se frotó la cara, el cansancio y la preocupación pesando sobre él. La llamada. La voz de Nicolás. La certeza de que Andrea estaba atrapada. Había ganado una batalla, pero la guerra por ella parecía más lejana que nunca. Herir a Nicolás en su orgullo podría tener consecuencias terribles para Andrea.
—Entonces, cambiamos de táctica —dijo Luciano—. No podemos entrar. Así que tenemos que sacar información. Quiero un análisis completo del personal del edificio. Conserjes, limpieza, mantenimiento, chefs privados... alguien tiene que estar descontento. Alguien necesita dinero. Encuéntrenme unos ojos y oídos dentro de esa torre. Pago lo que sea.
=Gimnasio del Edificio, Lauría - Tarde=
Andrea encontró su oportunidad a media tarde. Clara, después de una mañana de intentar sacarle información con preguntas capciosas, se había retirado a su habitación para una "siesta". Nicolás no había salido de su estudio desde el café de la mañana. El loft estaba en silencio.
Con el corazón latiéndole con una mezcla de terror y determinación, Andrea se deslizó fuera del apartamento, usando la excusa de ir al gimnasio. Cada paso por el pasillo silencioso era un riesgo.
Dentro de los vestuarios vacíos, recuperó el teléfono desechable de su escondite. Sus manos temblaban mientras lo encendía. Marcó el único número de su memoria.
Seraphina contestó al segundo tono, su voz era un susurro urgente.
—Andrea, ¿estás bien? El silencio desde tu piso ha sido... preocupante.
—Estoy bien —mintió Andrea, su propia voz era un susurro—. Sucedió algo. Él... perdió el control. Su tía está aquí.