La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 39: Fuego contra Fuego

=Afueras del Muelle 7, Lauría - Noche=

El convoy de tres camionetas negras se deslizó por las calles desiertas del distrito industrial como panteras de caza. No llevaban luces. Dentro del vehículo principal, el aire era espeso, cargado con el olor a ozono de los equipos electrónicos y la tensión metálica del miedo y la adrenalina.

Nicolás estaba sentado frente a una pantalla que mostraba una transmisión en vivo desde un dron térmico que sobrevolaba el complejo de almacenes.

Llevaba un chaleco antibalas sobre una camisa negra y en su muslo, asegurada en una funda táctica, descansaba una pistola. No parecía un empresario jugando a ser soldado; parecía un hombre que había vuelto a casa. La violencia era un lenguaje que, aunque no lo hablara a diario, nunca había olvidado.

A su lado, Dimitri Volkov revisaba el mecanismo de un rifle de asalto con una familiaridad aterradora. Sus hombres, sentados en silencio a su alrededor, eran un muro de músculo y profesionalismo letal.

—El dron muestra cinco firmas de calor en el perímetro exterior. Patrullas —informó Nicolás en voz baja, sin apartar la vista de la pantalla—. Dos en el tejado con rifles de largo alcance. Y al menos seis más en el interior, además de las dos de la oficina central. Un total de trece.

—Mis hombres se encargarán de diez de ellos antes de que sepan qué los golpeó —respondió Dimitri, su voz era un gruñido—. Los dos del tejado primero. Silenciosamente. Luego las patrullas.

—De acuerdo. Pero los tres que quedan dentro, los que custodian la habitación, son míos —dijo Nicolás, y no era una petición.

Dimitri lo miró, una chispa de diversión asesina en sus ojos.

—Como quieras, Barreiros. Es tu fiesta.

El convoy se detuvo a un kilómetro del objetivo. Los hombres de Dimitri se deslizaron fuera de los vehículos y se desvanecieron en las sombras como fantasmas. Durante diez minutos, el único sonido en la camioneta de Nicolás fue el de su propia respiración controlada.

Luego, en su auricular, una voz susurró:

—Nidos de francotiradores eliminados. Perímetro exterior despejado. Estamos en posición en las entradas norte y este. Esperando su señal.

Nicolás miró a Dimitri. Dimitri asintió.

—Señal verde —dijo Nicolás en su comunicador—. Inicien la distracción en la entrada este. Equipo de asalto, entren por el norte. Nos vemos dentro.

Se puso un auricular, se ajustó los guantes y salió de la camioneta, seguido de cerca por Dimitri. La bestia corporativa y el zar de la mafia caminaron lado a lado hacia el corazón de la oscuridad, listos para reclamar lo que era suyo.

=La habitación del almacén=

El sonido de una sirena lejana, seguida de una serie de golpes metálicos y gritos ahogados, hizo que Andrea y Seraphina se sobresaltaran.

—¿Qué es eso? —susurró Andrea, su corazón latiendo con una fuerza dolorosa.

Seraphina escuchaba, su cuerpo tenso como la cuerda de un violín.

—No es la policía. Es demasiado coordinado. Demasiado silencioso. —Sus ojos se encontraron con los de Andrea en la penumbra—. Es él. Es Dimitri.

La esperanza era una cosa terrible, un veneno dulce que te hacía vulnerable. Pero allí estaba, innegable.

De repente, se oyeron disparos. No ráfagas, sino disparos únicos, precisos, seguidos de silencios mortales. El sonido venía de dentro del almacén. La batalla había comenzado.

—Tenemos que hacer algo —dijo Andrea, luchando contra sus ataduras—. Si entran aquí y nos usan como escudos…

—Tienes razón —concordó Seraphina. Empezó a moverse, frotando la cuerda que ataba sus muñecas contra una esquina áspera del marco de metal de la cama—. Ayúdame a hacer ruido. Grita. Distráelos.

Mientras Seraphina trabajaba frenéticamente en sus ataduras, Andrea respiró hondo y gritó. Un grito agudo, lleno de pánico, diseñado para atraer la atención.

La puerta metálica se abrió de golpe. Uno de los secuestradores entró, con una pistola en la mano.

—¡Cállate la boca! —gruñó, apuntándoles.

Pero el grito había servido a su propósito. Había creado una distracción.

=Pasillos del almacén=

Nicolás se movía por los pasillos laberínticos del almacén con una gracia letal que habría sorprendido a cualquiera que solo lo conociera de una sala de juntas. El sonido del grito de Andrea resonó en el espacio cavernoso, y fue como si le hubieran inyectado hielo y fuego en las venas.

—¡Está allí! —le dijo a Dimitri por el comunicador.

Llegaron a un pasillo que daba a la oficina central. Dos hombres montaban guardia fuera. Antes de que pudieran reaccionar, dos disparos silenciados desde el otro extremo del pasillo, cortesía de los hombres de Dimitri, los abatieron.

Nicolás y Dimitri llegaron a la puerta justo cuando el tercer guardia salía, atraído por el grito. Se encontró cara a cara con el cañón de la pistola de Nicolás. No hubo palabras. No hubo vacilación. Un solo disparo.

Nicolás pateó la puerta y entró.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.