=El Loft, Lauría - Mediodía=
El paseo desde el ascensor hasta la puerta del loft fue un silencio denso y pesado, puntuado solo por el sonido de sus pasos sobre el mármol pulido. La mano de Nicolás seguía aferrando la de Andrea, un ancla de calor y fuerza que la mantenía en pie. No la soltó hasta que la pesada puerta se cerró a sus espaldas, aislándolos del mundo. El clic de la cerradura sonó como el cerrojo de una celda.
Andrea retiró su mano de inmediato, como si el contacto le quemara. Se abrazó a sí misma, un gesto instintivo de autoprotección.
Nicolás la observaba, su rostro una máscara impasible, pero sus ojos oscuros ardían con una intensidad helada.
—No volverá a molestarte —dijo, su voz era una sentencia. No había consuelo en ella, solo la fría certeza del poder.
Andrea levantó la barbilla, la adrenalina del miedo siendo reemplazada por una oleada de resentimiento. No quería deberle nada. Especialmente no su seguridad.
—¿Quién era? —preguntó, su voz más firme de lo que se sentía.
—Dimitri Volkov. —Nicolás se quitó el saco y lo dejó sobre una silla con un movimiento fluido—. Es el tipo de hombre con el que no debes cruzar ni una mirada. Su mundo y el nuestro no deben mezclarse.
—¿Nuestro mundo? —replicó ella con amargura—. ¿Desde cuándo tenemos un "nosotros"?
Él se detuvo y se giró para enfrentarla por completo. Dio un paso hacia ella, y Andrea retrocedió uno, chocando contra la consola de la entrada.
—Desde el momento en que puse un pie en esta ciudad para buscarte —dijo, su voz bajando a un murmullo posesivo que le erizó la piel—. Mientras estés bajo mi techo, eres mi responsabilidad. Y nadie, Andrea, absolutamente nadie, te va a tocar.
Su proximidad era abrumadora. El olor de su colonia, la calidez que emanaba de su cuerpo, la promesa de violencia y protección que convivían en su mirada. El recuerdo de su cuerpo sirviéndole de escudo en el ascensor era tan vívido que la hizo estremecer.
—Tu responsabilidad —repitió ella, la palabra sabiendo a ceniza en su boca—. ¿O tu propiedad?
Una sonrisa fugaz, desprovista de humor, cruzó los labios de Nicolás.
—Llámalo como quieras. El resultado es el mismo. Estás a salvo.
Se dio la vuelta y se dirigió a su estudio, dejándola sola en el inmenso salón. Andrea se quedó allí, temblando, no de miedo, sino de una confusión paralizante. El escudo que él le había ofrecido pesaba tanto como las cadenas que intentaba romper.
=Oficinas Clandestinas de Ferrer Corp., Cauria - Mismo día=
El sótano que Luciano había convertido en su centro de operaciones olía a cables recalentados y a la victoria. Uno de sus jóvenes genios informáticos, un chico con gafas y una sudadera con capucha, se giró de su triple monitor con una sonrisa depredadora.
—Estamos dentro, señor Ferrer. Hemos reventado el cortafuegos de Génesis Capital.
Luciano se inclinó sobre la pantalla, sus ojos brillando con una luz febril. El hackeo había sido un éxito.
—Muéstrame su cartera de adquisiciones pendientes. Sus objetivos. Quiero saber a quién cortejan.
El técnico tecleó furiosamente. En la pantalla apareció una lista de empresas, cifras, proyecciones. Y entonces, un nombre hizo que Luciano contuviera el aliento. "Aeroespacial Kaelus".
Una empresa puntera en tecnología de drones que Ferrer Corp. llevaba meses intentando seducir. Según el archivo, Barreiros estaba a punto de cerrar el trato.
—Ahí está —susurró Luciano—. La yugular.
Miró a su hombre de confianza.
—Quiero que prepares una contraoferta. Mejora las condiciones de Barreiros en un treinta por ciento. Usa nuestras reservas de emergencia. Y quiero que filtres a la prensa financiera, de forma anónima, que la seguridad de Génesis Capital ha sido comprometida. Siembra el pánico entre sus inversores.
Su hombre asintió.
—Será un golpe muy caro para nosotros, Luciano.
—El honor es caro —respondió Luciano, sus ojos fijos en el nombre de Barreiros en la pantalla—. Y recuperarlo no tiene precio. Le quitaremos a su nueva novia corporativa delante de sus narices.
=Penthouse Volkov, Lauría - Tarde=
Seraphina sintió un escalofrío cuando Dimitri entró en el salón. Su rostro era una tormenta contenida.
—Tu amiga del piso de abajo —dijo él sin preámbulos, sirviéndose un vodka con mano firme—, el fantasma sin pasado, no es ningún fantasma.
Seraphina esperó, con el corazón en un puño.
—Su protector, el hombre con el que se fue del ascensor, es Nicolás Barreiros.
El nombre cayó en el silencio como una piedra en un lago helado. Seraphina lo conocía, por supuesto.
¿Quién en su mundo no conocía el apellido Barreiros? Eran la realeza corporativa, un imperio de acero y cristal con una reputación tan implacable como la de su propio marido, aunque sus armas fueran los contratos y no los cuchillos.
—¿Barreiros? —susurró ella—. ¿Qué hace con una chica como Andrea?