=El Loft, Lauría - Noche=
Nicolás regresó al loft pasadas las once. El aroma de la victoria y el perfume caro de Stella todavía flotaban a su alrededor como un aura. Había sido una noche productiva. Stella era una aliada formidable, su mente un arma tan afilada como la de él. Juntos, desmantelarían a Ferrer. Y, sin embargo, al cruzar el umbral de su santuario, el triunfo del mundo exterior se disipó, reemplazado por la única obsesión que realmente importaba.
Andrea estaba en el salón, sentada en un sillón con uno de los nuevos vestidos de cachemir color carbón que Madame Laurent había seleccionado.
Tenía un libro en su regazo, pero él sabía que no estaba leyendo. La tensión en sus hombros, la forma en que su mirada estaba fija en la noche más allá del ventanal, le decían que estaba esperando.
Dejó su maletín y se acercó a ella. En su bolsillo, llevaba una pequeña caja de terciopelo.
—Fue una cena productiva —dijo, rompiendo el silencio.
Andrea levantó la vista, sus ojos eran dos pozos oscuros e indescifrables.
—¿Ah, sí? ¿Tú y la señorita Valenti encontraron nuevas formas de devorar el mundo?
Su voz era tranquila, pero el veneno en sus palabras era inconfundible. A Nicolás, extrañamente, le gustó. Prefería su fuego a su silencio.
—Encontramos nuevas formas de proteger nuestro mundo —corrigió él. Sacó la caja del bolsillo y se la ofreció—. Para ti.
Ella miró la caja como si fuera una serpiente. No la tocó. Con un suspiro casi imperceptible, Nicolás la abrió. Dentro, sobre un lecho de satén negro, descansaba una pulsera de diamantes. No era grande ni ostentosa, sino una fina y delicada línea de luz, exquisita y, sin duda, increíblemente cara.
—Es un regalo —dijo él.
—Es una correa —replicó ella sin dudar.
Él sonrió, una sonrisa genuina esta vez, llena de una oscura apreciación por su agudeza.
—Toda joya es una forma de posesión, Andrea. La belleza se usa para marcar lo que es nuestro.
Se arrodilló frente a ella y, antes de que pudiera protestar, tomó su muñeca. Su piel estaba fría. Con dedos expertos, le abrochó la pulsera. El cierre hizo un pequeño clic, un sonido definitivo. La joya brillaba contra su piel, hermosa y terrible. Una manilla de lujo.
—Te queda perfecta —murmuró, su pulgar acariciando el interior de su muñeca, justo sobre su pulso acelerado—. Es para que recuerdes, incluso cuando no estoy en la habitación, a quién perteneces.
Andrea no apartó la mano. Lo miró fijamente, y por primera vez, él no vio solo odio o miedo en sus ojos. Vio cálculo. Vio a una jugadora evaluando el tablero.
—Gracias, Nicolás —dijo, su voz era un susurro sedoso que lo sorprendió—. Es... inolvidable.
Se levantó y se retiró a su habitación, dejándolo arrodillado en el suelo, perplejo. No había habido lucha. Había habido una aceptación escalofriante. Y por un instante, Nicolás sintió la inquietante sensación de que el juego que creía dominar acababa de cambiar de reglas.
=Un café discreto, Cauria - Noche=
Marcus Thorne removió su café, aunque no tenía intención de beberlo. El hombre sentado frente a él era joven, anónimo, y hablaba con una calma que le ponía los pelos de punta. Era el mensajero de Luciano Ferrer.
—El señor Ferrer admira su carrera, señor Thorne —dijo el hombre—. Cree que su talento ha sido... subestimado. Desaprovechado.
Marcus soltó una risa amarga.
—¿Ah, sí?
—Él está construyendo algo nuevo. Un consorcio que rivalizará con los viejos imperios. Busca líderes, no gerentes. Hombres con la experiencia y la ambición para dirigir desde la cima. Le ofrece la presidencia de toda la división de logística global.
Control total. Sin sobrinos de la junta por encima de usted.
La oferta era una bomba. Era todo lo que siempre había querido, todo lo que Eliseo Barreiros le había arrebatado.
—¿Y qué pide a cambio? —preguntó Marcus, su voz era un graznido.
—Información —dijo el mensajero, inclinándose hacia adelante—. Un pequeño gesto de buena fe. El manifiesto de carga del "Poseidón", el supercarguero de Barreiros que zarpa de Róterdam en tres días. Solo eso. Para empezar.
Marcus se reclinó, su corazón latiendo con fuerza. Era una traición. La traición definitiva a la familia que lo había empleado durante veinte años. Y se sentía como una bocanada de aire fresco.
—Dígale al señor Ferrer —dijo Marcus, su voz firme por primera vez en meses— que consideraré su generosa oferta.
El mensajero sonrió. Sabía que ya lo tenía.
=Mansión Barreiros, Cauria - Misma Noche=
El salón principal de la mansión Barreiros era vasto, opulento y tan frío como una cripta. Clara Barreiros caminaba de un lado a otro, su nerviosismo una nota discordante en la perfecta sinfonía de riqueza silenciosa. Su hermano, Eliseo, la observaba desde un sillón de piel, con una copa de coñac en la mano.
En un sofá apartado, ojeando una revista de arte con estudiado aburrimiento, estaba Catalina Barreiros, la esposa de Eliseo. Era una mujer de una belleza helada y perfectamente conservada, cuya indiferencia era su principal rasgo de carácter. No había levantado la vista ni una vez durante el arrebato de su cuñada.