=El Loft, Lauría - Tarde=
La tarde se convirtió en una lenta tortura psicológica orquestada por Clara. Se paseó por el loft como una general inspeccionando un campamento enemigo, criticando con sutileza cada detalle. El arte era "frío", los muebles "impersonales". Cuando Antoine, el chef, le presentó el menú propuesto para la cena, Clara lo desestimó con un gesto de la mano.
—No, no, no —dijo, con una sonrisa que no llegaba a sus ojos—. Prepararemos algo nosotras mismas, ¿verdad, Andrea? Como en los viejos tiempos. Un estofado casero. A Nicolás siempre le ha encantado. Le recordará al hogar.
Era una jugada maestra. Relegaba a Andrea al papel de ayudante de cocina, la transportaba de vuelta a la servidumbre de la mansión de Cauria y, al mismo tiempo, se posicionaba como la dueña de los recuerdos y sabores de la "familia".
Andrea sintió una oleada de pánico, pero la reprimió.
—Por supuesto, tía Clara. Será un placer.
En la cocina, que era un santuario de acero inoxidable y tecnología de punta, Clara le entregó a Andrea un cuchillo y una tabla de cortar.
—Pica las verduras, querida. Con cuidado, no te vayas a cortar. Siempre has sido un poco torpe con las manos —dijo, su voz era melosa.
Mientras Andrea picaba zanahorias con una precisión metódica, Clara se apoyó en el mesón, observándola.
—Estoy tan contenta de ver que Nicolás te cuida tan bien —comenzó, en un tono confidencial—. Después de tu... desliz en Cauria, me preocupaba que hubieras puesto a tu hermano en una posición incómoda.
Andrea se detuvo, el cuchillo a medio cortar.
—¿Mi desliz?
—Oh, ya sabes, querida. Confundir la gratitud y el afecto familiar con... bueno, con sentimientos más inapropiados. Es un error común en chicas en tu posición. Pero Nicolás, con su nobleza, supo poner las cosas en su sitio. Te recordó que el lazo entre ustedes es sagrado, fraternal. Y ahora, míralo, te trae aquí, te cuida... demuestra lo buen hermano mayor que es.
Cada palabra era un clavo en el ataúd de sus esperanzas pasadas. Clara no solo estaba construyendo un muro; estaba redecorando la celda de Andrea con los fantasmas de su humillación.
—Nicolás ha sido muy... claro con sus intenciones —respondió Andrea, reanudando su tarea. Su voz era neutra, pero sus nudillos estaban blancos por la fuerza con que sujetaba el cuchillo.
—Me alegro de oírlo —dijo Clara, satisfecha—. Porque debes entender, Andrea, que él tiene un destino. Un imperio que dirigir, una familia que honrar. Necesitará una esposa a su lado. Una mujer de su mundo, de su talla. Alguien como Stella Valenti, por ejemplo. He oído que están haciendo negocios. Una alianza así sería... perfecta. Tú, por otro lado, eres su responsabilidad. Su deber. Y es importante que nunca, nunca olvides la diferencia.
=El Loft, Lauría - Noche=
La cena se sirvió en un silencio cargado de electricidad. El estofado, irónicamente, estaba delicioso. Clara dominaba la conversación, contando anécdotas de la infancia de Nicolás, historias en las que Andrea siempre aparecía como la pequeña y torpe comparsa.
—¿Recuerdas, Nicolás, ese verano, poco después de que Andrea llegara? Se resbaló en las rocas cerca del lago y tú te lanzaste a ayudarla sin pensarlo, casi te caes tú también. ¡Eras un adolescente! Siempre cuidando de tu hermanita —decía Clara, radiante.
Nicolás, que había estado bebiendo vino con una velocidad constante, forzó una sonrisa.
—Apenas se raspó la rodilla, tía. Y yo no me lancé, solo la ayudé a levantarse.
—¡Pero tu instinto fue protegerla! —insistió Clara—. Es lo que son. El protector y la protegida.
Andrea había permanecido en silencio, comiendo despacio, observando. Había escuchado el veneno, había sentido las punzadas del pasado. Pero ahora, bajo la mesa, sintió algo más. La rodilla de Nicolás rozó la suya. No fue un accidente. Fue un contacto deliberado, un ancla en medio de la tormenta de palabras de Clara.
Envalentonada por ese gesto secreto, Andrea dejó su tenedor. Miró a Clara, una expresión de dulce inocencia en su rostro.
—Es verdad, tía Clara. Nicolás siempre me ha cuidado. De hecho, está tan preocupado por mi futuro que hemos estado hablando mucho de ello estos días.
Nicolás se tensó, sin saber a dónde se dirigía.
Clara se inclinó hacia adelante, interesada.
—¿Ah, sí?
—Sí —continuó Andrea, su voz suave como la seda—. Me ha liberado de mis estudios para que pueda concentrarme exclusivamente en mi novela. Cree tanto en mi talento que se ha convertido en mi mecenas oficial. Quiere que me establezca aquí, en Lauría, que eche raíces. Dice que mi voz como escritora necesita un hogar permanente para florecer.
Las palabras "mecenas", "establecerme aquí", "hogar permanente" golpearon a Clara con la fuerza de una bofetada. No eran las palabras que usaría un hermano para su protegida temporal. Eran las palabras de un hombre invirtiendo en el futuro a largo plazo de una mujer. De su mujer.
Por un instante, la máscara de Clara se resquebrajó. Sus ojos se entrecerraron y una línea fina y dura se formó alrededor de sus labios. Vio a Andrea, no como la niña insignificante, sino como una adversaria real, una que había aprendido a usar las propias armas de Nicolás en su contra.