=El Loft, Lauría - Mañana=
La atmósfera en el loft al día siguiente era como el aire en calma en el ojo de un huracán. Frágil, temporal y cargado de una energía destructiva. Andrea durmió poco, pero el descanso fue profundo. Se despertó sintiendo, por primera vez en mucho tiempo, que tenía un propósito más allá de la simple supervivencia. Tenía un arma: el conocimiento.
Se vistió con una deliberada sencillez, eligiendo un vestido de punto negro que era a la vez elegante y sobrio. Era la armadura perfecta para la batalla psicológica que se avecinaba. Cuando salió al salón, encontró a Clara y a Nicolás en un tenso silencio, cada uno en un extremo de la larga mesa de comedor, fingiendo leer informes en sus tabletas.
Andrea ignoró a Clara y se sirvió un té. Luego, con una naturalidad que le costó un esfuerzo sobrehumano, tomó la tableta que Nicolás solía dejar en la mesita del salón y se sentó en un sillón. Deslizó los dedos por la pantalla, abriendo un portal de noticias financieras, el mismo que Seraphina le había recomendado.
Fingió leer durante varios minutos, dejando que el silencio se asentara. Luego, dejó escapar un suspiro suave, casi inaudible, pero lo suficientemente alto como para llamar la atención.
—Vaya… —murmuró, como para sí misma.
Nicolás levantó la vista, su mandíbula tensa.
—¿Qué pasa?
Andrea levantó la tableta, mostrándole el titular en llamas sobre la catástrofe del "Poseidón". Su rostro no mostraba miedo ni satisfacción. Mostraba una serena y grave comprensión.
—Ahora entiendo —dijo, su voz era tranquila y nivelada—. Ahora entiendo tu furia de ayer. Esto no es solo una pérdida de dinero. Es una humillación pública. Un ataque directo a tu reputación de control absoluto.
Nicolás se quedó sin palabras por un instante. Esperaba lágrimas, acusaciones, un silencio resentido. No esperaba… análisis. No esperaba que ella viera la situación desde su perspectiva, que entendiera las complejidades del poder y la imagen.
Clara, por otro lado, la miraba con puro veneno. La calma de Andrea, su capacidad para conectar con Nicolás en un plano estratégico, era una amenaza mucho mayor que sus lágrimas.
—Es impresionante cómo lo entiendes todo tan rápido, querida —dijo Clara, su voz goteando sarcasmo—. Casi como si tuvieras un interés personal en los negocios de la familia.
—Tengo un interés personal en entender el humor del hombre que controla cada aspecto de mi vida —replicó Andrea, sin apartar la vista de Nicolás—. Me parece una estrategia de supervivencia bastante básica.
El golpe fue tan directo y tan elegante que Clara se quedó sin respuesta.
Nicolás se levantó y se acercó a Andrea. Se agachó frente a ella, tomando la tableta de sus manos. Sus ojos grises la estudiaron, buscando la trampa, el engaño. Pero solo encontró una nueva y desconcertante fortaleza.
—Es más que una humillación —dijo él en voz baja, como si Clara no estuviera allí—. Es una declaración de que tienen un topo dentro de mi organización. Alguien les dio la ruta y los códigos. La herida no es externa, Andrea. Es interna.
Fue la primera vez que le hablaba como a una confidente. La primera vez que compartía el peso de su mundo con ella. Para Andrea, fue un momento vertiginoso. Odiaba al monstruo que la había encerrado, pero el hombre herido que tenía delante, el rey traicionado, despertaba algo en ella, algo antiguo y doloroso que se parecía peligrosamente al amor.
—¿Y qué vas a hacer? —susurró ella.
—Voy a quemar su mundo hasta los cimientos —respondió él, y la promesa era tan fría y tan absoluta que a Andrea se le heló la sangre.
=Habitación de Clara, El Loft - Tarde=
Clara cerró la puerta de su habitación con una furia contenida. La escena del salón la había aterrorizado. Había perdido el control. Nicolás ya no la escuchaba, y Andrea, la insignificante Andrea, se estaba transformando ante sus ojos en una reina serena y calculadora. Había aprendido a jugar el juego.
Caminó hacia el tocador, su rostro era una máscara de frustración. Su plan de reafirmar su autoridad se estaba desmoronando. La confrontación directa no funcionaba con el nuevo Nicolás, y la intimidación ya no parecía surtir efecto en Andrea. Tenía que cambiar de táctica. Volver a su arma más fiable. La única que Nicolás nunca había podido resistir: la culpa.
Sacó su teléfono y marcó el número de su médico personal en Cauria, el Dr. Alarcón, un hombre cuya lealtad había comprado hacía años.
—Doctor —dijo, su voz de repente frágil y cansada—. Soy Clara Barreiros. Siento molestarlo, pero… no me siento bien. El estrés de este viaje… siento esa presión en el pecho otra vez, y los mareos…
Escuchó las instrucciones del médico, asintiendo.
—Sí, sí, entiendo. Reposo absoluto. Evitar cualquier disgusto. Por supuesto. Le mantendré informado. Gracias, doctor.
Colgó y respiró hondo, su expresión transformándose de nuevo en una de fría determinación. Se sentó en el borde de la cama y esperó una hora. Luego, abrió la puerta de su habitación y llamó con una voz débil pero audible:
—¿Nicolás? ¿Nicolás, querido, podrías venir un momento?