La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 36: La Trampa se cierra

=Habitación de Clara, El Loft - Tarde=

Nicolás entró en la suite de invitados de su tía con la paciencia agotada. La encontró recostada en un diván, con una mano en la frente y una expresión de fragilidad perfectamente ensayada.

—Me llamaste, tía —dijo, su voz era una línea plana y sin emoción.

—Oh, Nicolás, querido —susurró Clara, su voz era débil—. Es mi corazón... el médico me advirtió que el estrés podría afectarme. Y este ambiente, esta tensión... es demasiado para mí. He hablado con el Dr. Alarcón. Insiste en que vuelva a Cauria inmediatamente.

Nicolás la observó, su mente analítica separando el teatro de la verdad. Sabía que era una manipulación, pero la semilla de la duda, plantada y regada durante toda su vida, seguía ahí. ¿Y si esta vez era real?

—Él cree que necesito reposo absoluto, lejos de cualquier... disgusto —continuó Clara, sus ojos clavados en los de él—. Y tú, Nicolás, no puedes quedarte aquí solo. Tu lugar está en Cauria, dirigiendo el imperio, no actuando de enfermero de una muchacha confundida. Vámonos todos a casa. Por favor. Por mi salud.

Era el chantaje definitivo. Su salud a cambio de su sumisión.

—Llamaré al Dr. Alarcón yo mismo —dijo Nicolás, su tono no admitía réplica—. Y haré que un especialista de aquí te examine. Mientras tanto, descansa.

Salió de la habitación sintiéndose atrapado. La red de su tía, tejida con hilos de culpa y deber, era casi tan asfixiante como su propia obsesión. Estaba tan consumido por la batalla en su propia casa que no se dio cuenta de la guerra que estaba a punto de estallar fuera de sus muros.

=Calles de Lauría - Tarde=

El aire de Lauría se sentía embriagador en los pulmones de Andrea. Sentada en el asiento trasero del sedán de lujo de Seraphina, un auto que olía a cuero y a una libertad que casi había olvidado, observaba pasar la vida por la ventanilla. Gente riendo, tiendas con luces de neón, el bullicio de una ciudad viva. Era un mundo que existía a solo unos metros por debajo de su jaula, pero que se sentía a un universo de distancia.

—El café se llama "Le Sablier" —dijo Seraphina, su voz era una mezcla de calma y excitación conspiradora—. El dueño es un viejo amigo de mi familia. Es como un trozo de París en medio de esta locura. Su pain au chocolat es un pecado por el que vale la pena arriesgarse.

Andrea sonrió, una sonrisa genuina que le resultó extraña en su propio rostro.

—Gracias, Seraphina. Por esto.

—Todas necesitamos un aliado —respondió Seraphina—. Y a veces, una buena taza de café es el mejor plan de batalla.

El auto giró en una calle más estrecha, bordeada de edificios de apartamentos de lujo y boutiques. El conductor, un hombre corpulento con la mirada de un halcón, redujo la velocidad para buscar aparcamiento.

Fue entonces cuando sucedió.

Una camioneta de reparto, grande y blanca, salió de un callejón sin previo aviso, cortándoles el paso con un chirrido de neumáticos. Al mismo tiempo, un auto negro se pegó a su parachoques trasero, bloqueando cualquier posibilidad de retirada. Quedaron atrapados.

—¡Señora Volkov, abajo! —gritó el conductor, su mano yendo instintivamente hacia el interior de su chaqueta.

Pero era demasiado tarde. Las puertas de la camioneta se abrieron y de ella salieron cuatro hombres, vestidos de negro de la cabeza a los pies, con pasamontañas que ocultaban sus rostros. Se movieron con una eficiencia aterradora, sin gritos, sin caos, solo con una precisión militar.

No usaron armas de fuego. Uno de ellos sacó una herramienta hidráulica, una "mandíbula de la vida", y la aplicó sobre el cristal reforzado de la ventanilla de Seraphina. El cristal gimió y luego estalló hacia adentro con un ruido sordo y violento.

Seraphina gritó cuando una mano la agarró del brazo y la sacó del auto con una fuerza brutal.

—¡Es ella! ¡La rubia! —gruñó uno de los hombres, confirmando su objetivo.

Andrea reaccionó por puro instinto. Se lanzó sobre el hombre que sujetaba a Seraphina, golpeando y arañando.

—¡Suéltenla!

El hombre la apartó de un manotazo que la envió contra la otra puerta. Otro de los secuestradores abrió la puerta de su lado.

—¿Y esta quién es? —preguntó.

—No importa. Sin testigos —ordenó el líder—. ¡Llévatela también!

Una mano fuerte la agarró del pelo. Un paño con un olor químico y dulzón fue presionado contra su nariz y su boca. Luchó, sus miembros de repente pesados, su visión llenándose de puntos negros. El sonido de la lucha de Seraphina, los gritos ahogados de su conductor... todo se desvaneció.

Lo último que pensó antes de que la oscuridad la devorara fue en la ironía. Había buscado una hora de libertad, y en su lugar, había encontrado una jaula mucho más pequeña y oscura.

=El Loft, Lauría - Mismo momento=

Nicolás colgó el teléfono con el Dr. Alarcón. El médico había confirmado la historia de Clara: su corazón estaba "delicado", necesitaba "evitar el estrés". Era una farsa bien orquestada, pero inderrotable por el momento. Se sentía acorralado. Decidió ir a buscar a Andrea, a explicarle la nueva situación, a imponerle las nuevas reglas del juego que su tía le obligaba a jugar.




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