=El Loft, Lauría - Tarde=
El silencio que siguió al rugido de Nicolás fue más aterrador que el propio sonido. Era un vacío absoluto, el epicentro de un universo que se había colapsado sobre sí mismo. Clara, que había retrocedido por el impacto de su furia, lo miraba ahora con una mezcla de miedo y una retorcida fascinación. El monstruo que ella había nutrido con sus manipulaciones se había soltado de sus cadenas.
Nicolás se movió. No con pánico, sino con una velocidad y una precisión aterradoras. Su mente, entrenada para la guerra corporativa, se recalibró en una fracción de segundo para un tipo de conflicto mucho más primario. Abrió una aplicación segura en su teléfono, una que conectaba con su equipo de seguridad personal en Cauria.
—Movilización total —dijo, su voz era un susurro letal, sin inflexiones—. Quiero a mi equipo de extracción en el aire en menos de veinte minutos. Destino: Lauría. Quiero acceso a cada cámara de tráfico, a cada satélite privado que sobrevuele esta ciudad. Y quiero un nombre. Ferrer. Luciano Ferrer. Quiero saber dónde respira, dónde duerme, dónde come. Lo quiero localizado. Ahora.
Colgó sin esperar respuesta. Luego, sus ojos se posaron en Clara. Ella era una variable suelta. Una debilidad.
—Tú —dijo, acercándose a ella—. Vas a hacer exactamente lo que yo te diga. Irás a tu habitación. Harás tus maletas. Mi gente vendrá a buscarte en una hora y te llevará al aeropuerto. Volverás a Cauria esta misma noche.
—¡No puedes echarme! —protestó Clara, intentando recuperar algo de su antigua autoridad—. ¡No en un momento como este!
Nicolás se rio, un sonido seco y sin alegría que le heló la sangre a su tía.
—No solo puedo, sino que lo haré. Tu juego ha terminado, tía. Ya no eres útil. Eres un lastre. Y yo no tolero los lastres en una guerra. Vete.
Su tono no admitía discusión. Era el de un rey desterrando a un miembro de su corte. Clara, por primera vez en décadas, obedeció sin replicar. Se dio la vuelta y se dirigió a su habitación, derrotada.
Solo entonces, cuando estuvo solo, Nicolás permitió que una grieta apareciera en su armadura de hielo. Se apoyó en la pared, cerrando los ojos por un instante. La imagen de la última ubicación del rastreador ardía en su mente. Callejón sin salida, sector portuario. Un lugar para desaparecer. Un lugar para morir.
Su teléfono vibró de nuevo. Era un número bloqueado. Contestó.
—Señor Barreiros —dijo una voz distorsionada electrónicamente—. Parece que ha perdido algo.
—¿Cuánto? —preguntó Nicolás, su voz era pura calma mortal.
—Oh, esto no es por dinero. El dinero es aburrido. Esto es por educación. Una lección sobre los peligros de jugar en un tablero que no le pertenece.
—¿Quién eres?
—Somos los que limpiamos el desorden. Su... amiga... estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado. El verdadero premio era la mujer de Volkov. Pero los errores ocurren. Y ahora, usted tiene la oportunidad de recuperarla. Si sigue nuestras instrucciones al pie de la letra.
La llamada se cortó.
Volkov. La mujer de Dimitri Volkov. El objetivo era Seraphina. Andrea solo había sido un daño colateral. La revelación no alivió a Nicolás; lo enfureció aún más. Su reina había sido tomada por error en el juego de otro rey.
=Un almacén oscuro, en algún lugar de Lauría=
Andrea se despertó con un dolor punzante en la cabeza y el sabor metálico del miedo en la boca. El aire olía a humedad, a polvo y a óxido. Estaba en una habitación pequeña y oscura, apenas iluminada por un único foco que colgaba del techo. Estaba sentada en un colchón sucio, con las manos atadas a la espalda.
A unos metros de ella, Seraphina también estaba despertando, gimiendo suavemente. Estaba en las mismas condiciones.
—¿Seraphina? —susurró Andrea.
—Andrea… —la voz de Seraphina era temblorosa—. ¿Dónde… dónde estamos?
—No lo sé.
Las dos mujeres se miraron, el pánico reflejado en sus ojos. La pequeña aventura, la hora de libertad, se había convertido en una pesadilla.
La puerta metálica de la habitación se abrió con un chirrido, y un hombre entró. Era alto, corpulento, y su rostro estaba cubierto por un pasamontañas.
—La bella durmiente ha despertado —dijo, su voz era áspera—. Escuchen con atención. No vamos a hacerles daño, si cooperan. Sus maridos pagarán un precio muy alto por su libertad. Hasta entonces, silencio. Comida una vez al día. Agua, dos. Cualquier intento de escapar resultará en… consecuencias desagradables.
Se giró para irse.
—¿Quién los envía? —preguntó Seraphina, su voz, a pesar del miedo, tenía un filo de acero.
El hombre se detuvo y se giró lentamente.
—Digamos que un viejo socio de negocios de su marido, señora Volkov. Alguien a quien no le gustó cómo terminaron las cosas.
Cerró la puerta, y el sonido del cerrojo al correrse fue el de una tumba sellándose.
=Penthouse Volkov, Lauría - Noche=