La Mentira [saga Contratos del Corazón #1]

Capítulo 41: Romper las Cadenas

=El Loft, Lauría - Mañana=

El sol de la mañana se derramaba sobre el loft, pero por primera vez, no se sentía como la luz que ilumina una jaula, sino como el calor que entra por la ventana de un hogar. Andrea despertó en los brazos de Nicolás, en el silencio pacífico que sigue a la más violenta de las tormentas. La noche anterior no había borrado las cicatrices, pero las había besado, las había aceptado.

Había sido una comunión, una toma de posesión mutua que había redefinido los límites de su mundo.

Se movían por el apartamento con una nueva sincronía. Mientras él preparaba dos tazas de café, ella ojeaba los informes sobre la mesa, su mente ahora curiosa por entender el imperio que él comandaba. Ya no era su prisionera; se estaba convirtiendo en su confidente. Era un cambio tan vertiginoso como el propio Nicolás.

—Buenos días —dijo él, su voz era un murmullo grave mientras le entregaba una taza. Su mirada la recorrió, posesiva, pero ahora teñida de una ternura que la hacía estremecer.

—Buenos días —respondió ella, aceptando el café. Sus dedos se rozaron, y la simple corriente eléctrica de ese contacto lo dijo todo.

Mientras estaban sentados en silencio, el teléfono personal de Nicolás vibró sobre la mesa. El nombre que apareció fue "Dimitri Volkov". Nicolás lo miró, luego a Andrea, y contestó, poniendo la llamada en altavoz.

Barreiros —dijo la voz de Dimitri, tan áspera como la lija.

—Volkov. Espero que tu esposa esté bien —respondió Nicolás.

Es una Volkov. Está hecha de acero —gruñó Dimitri—. El responsable de vender su ruta... digamos que ha tenido un accidente laboral permanente. Mi deuda contigo está saldada.

—No había ninguna deuda. Teníamos un enemigo común.

Y puede que tengamos más en el futuro —dijo Dimitri, y había un matiz de respeto a regañadientes en su voz—. Mis fuentes me informan que el ataque a tu carguero fue financiado con dinero muy limpio, muy bien escondido. Ferrer no tiene esa clase de recursos. Quienquiera que sea tu traidor interno, tiene socios poderosos. Ten cuidado, Barreiros. En nuestros mundos, a veces la amenaza más grande es la que se sienta a tu misma mesa.

—Lo tendré en cuenta —respondió Nicolás.

Si necesitas un tipo de ayuda que no se puede comprar con dinero, tienes mi número —concluyó Dimitri antes de colgar.

La llamada dejó un silencio resonante. La alianza forjada en fuego se había solidificado en un pacto de respeto mutuo entre depredadores. Nicolás miró a Andrea. La advertencia de Dimitri sobre la amenaza en su propia mesa pesaba sobre ellos.

—Clara —susurró Andrea.

—Clara —confirmó él, su rostro era una máscara de hielo—. Se acabó. Voy a cortar el veneno de raíz. Ahora mismo.
Se levantó y se dirigió a su estudio. —Ven conmigo. Quiero que estés aquí cuando lo haga.

=Estudio de Nicolás, El Loft - Media Mañana=

Nicolás inició una videollamada en la pantalla gigante de su estudio. Andrea estaba de pie a su lado, ligeramente detrás de él, una presencia silenciosa, pero inquebrantable. Un momento después, tres rostros aparecieron en la pantalla, cada uno en su propia ventana.

Eliseo, desde su despacho, con su habitual aire de superioridad. Catalina, desde uno de los salones de la mansión, su rostro una obra de arte de fría indiferencia. Y Clara, desde su habitación, con una expresión de furia mal contenida.

—Nicolás —dijo Eliseo, su tono era de impaciencia—. ¿A qué se debe esta reunión tan... dramática?

—Les he llamado para informarles de mi decisión final —comenzó Nicolás, su voz era tranquila, pero tenía el peso del acero—. Andrea y yo estamos juntos. Es mi pareja, y la mujer con la que pienso pasar el resto de mi vida. Cualquier falta de respeto hacia ella, de ahora en adelante, la consideraré una falta de respeto hacia mí.

Clara soltó una exclamación ahogada.

—¡Has perdido el juicio! ¡Esa niña te ha embrujado! ¡Después de todo lo que he hecho por ti, me echas de tu casa por ella! ¡La huérfana desagradecida que crié como a una hija!

—Tú nunca la criaste como a una hija, Clara. La criaste como a un recordatorio de tus propios fracasos —replicó Nicolás, su voz cortante—. Y tu juego de la enfermedad, tus manipulaciones... se han terminado.

—¡Nicolás, basta de este melodrama! —intervino Catalina, su voz era gélida—. Esta aventura tuya está afectando a la reputación de la familia. Termina con ello y vuelve a Cauria. Tienes responsabilidades.

—¡Suficiente!—sentenció Eliseo, su voz era la del patriarca que no espera ser desafiado—. Volverás a Cauria. Dejarás a esa chica. Eres el heredero del imperio Barreiros, y no voy a permitir que una obsesión ponga en riesgo todo lo que mi padre y yo hemos construido. Es una orden.

Nicolás sonrió. Fue una sonrisa terrible, desprovista de calor, la sonrisa de un hombre que está a punto de quemar el mundo.

—Te equivocas, padre. Barreiros Corp no es lo que tú has construido. Es lo que yo he salvado y hecho crecer durante la última década. —El tono de Nicolás cambió, volviéndose el del CEO depredador que el mundo de los negocios tanto temía—. ¿O has olvidado la desastrosa inversión en los astilleros del Báltico que casi nos lleva a la quiebra hace ocho años? Fui yo, con diecinueve años, quien renegoció la deuda a tus espaldas mientras te escondías. Fui yo quien lideró la expansión en Asia que hoy representa el cuarenta por ciento de nuestros ingresos. Fui yo quien triplicó el valor de esta compañía con la división de tecnología que tú considerabas "un capricho de jóvenes".




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