Solo se oía el sonido de la lluvia cayendo con ferocidad al húmedo lodo en aquella fría noche de Octubre. Notaba como las gotas se escurrían de mis brazos y piernas, ahora doloridos y con claros moratones. El olor a tierra mojada me había impregnado por completo el olfato. Abrí poco a poco los ojos, evitando que las gotas cayeran en estos, tapándolos con mi sucia mano. Con las pocas fuerzas que me quedaban, intenté levantarme. Me quedé mirando el barro sobre el que me había quedado inconsciente quién sabe cuánto tiempo. Me sentía desorientada. Vi a duras penas, a poca distancia de mí, un objeto metálico que se camuflaba en aquella tormentosa noche oscura. Di unos pasos temblorosos a ésta, aunque parecieron una eternidad. Al llegar a su lado, un tremendo rayo surcó los cielos, iluminando unos microsegundos una larga espada mojada y cubierta de suciedad. Pocos segundos después, un ensordecedor trueno se oyó por todos los recovecos de aquel lugar creando posteriormente y de forma inmediata, un eco. Cogí aquella fría espada y la guardé en la vaina que aún colgaba sobre mi costado izquierdo, creando un sonido metálico. Me dispuse a comenzar a caminar, sin rumbo fijo, en aquella solitaria llanura a lo alto de una montaña.
La brisa primaveral de la mañana zarandeaba las pequeñas flores de distintos colores que se encontraban desperdigadas por la inmensa pradera que podía ver desde la ventana.
Cogí las botas para terminar de vestirme y acto seguido agarré lo más preciado que tenía; mi espada. Me la colgué en la cintura con una especie de cinto. Antes de salir de la habitación, me puse una chaqueta que estaba en el respaldo de una silla. Baje unas escaleras hasta llegar al vestíbulo y me dirigí a la recepción.
—Buenos días, me he hospedado en la habitación 107 esta noche —Le expliqué a uno de los recepcionistas mientras le tendía una llave y una placa de metal con el número correspondiente al que había dicho.
El hombre recogió ambas cosas y las colocó en sus correspondientes lugares; la llave colgada en una pared por orden numérico, junto a las demás, y debajo, la placa en un cajón. A continuación, empezó a teclear en el ordenador que había enfrente de mí.
—¿Amaya Hawk?. —pronunció mi nombre segundos después.
Asentí con la cabeza.
—Serían cincuenta y cuatro con noventa.
Rebusqué en uno de los bolsillos de mi pantalón unas cuantas monedas y las conté una por una.
—Aquí tienes —Le tendí un pequeño montón de dinero sobre la mesa.
—Muchas gracias. Que tenga un buen día. —respondió después de contar rápidamente el dinero.
Al salir del Hostal, me inundó un aroma a hierba fresca y a flores y una brisa me zarandeó el castaño cabello obligándome a pasármelo por detrás de la oreja para evitar que se interpusiera en mi visión. Acto seguido, cogí de uno de los bolsillos de la chaqueta, un pedazo de papel arrugado. En este ponía «Preguntar por Alas de Cuervo». ¿Quién se haría llamar por ese nombre? Igualmente era mi trabajo averiguar dónde estaba, así que me guardé de nuevo el papel y comencé a caminar hacia el norte.
A mi alrededor, solo destacaba un único camino de tierra entre todo aquel campo de flores y por tanto, era el que te llevaba a las afueras de aquel pequeño pueblo que había decidido pasar la noche.
Durante todo el recorrido, solo me había encontrado con unas cuantas personas; algunas iban en caballo y otras andando. A lo lejos se veían unas imponentes montañas nevadas a las que las acompañaban unas enormes nubes oscuras y que, tiempo después, se podía ver una cortina de agua precipitarse sobre la cordillera.
Pasadas dos horas aproximadamente, pude ver, de forma remota, la siguiente población. Esta era más grande que la anterior y los edificios eran voluminosos y de varios pisos. Cuando llegué, pasé por el gran arco de la entrada y me fijé en un cartel de madera fijado al suelo en el que se leía claramente Bienvenido a Harmely. Seguí caminando por aquella ciudad, que al parecer, estaban en pleno mercadillo. Habían puestos de todo tipo en cada una de las calles; comida, armas, joyas personalizadas o juguetes entre otros. Los mercaderes gritaban las ofertas de sus productos, haciéndonos creer que eran los mejores del mercado. Habían banderas colgadas en las terrazas de las casas con un símbolo de un escudo y dos espadas que debía de ser el emblema de aquella población, sin embargo, no me interesaba nada de todo eso. Pude distinguir un bar entre todas aquel bullicio, por lo que me hice paso entre las personas para llegar a él. Una vez dentro, no había tanta gente, solo algunos tomando una cerveza. Me acerqué a la barra, que en aquel momento un hombre estaba secando un vaso con una bayeta.
—Hola, buenas. ¿Me podrías decir si conoces a un tal Alas de Cuervo?. —le pregunté sin llamar mucho la atención.
Este dejó el vaso medio seco en la barra y me miró a los ojos con una expresión confundida.
—¿Alas de Cuervo? No lo he oído en mi vida. —Levantó una ceja mientras acto seguido proseguía secando el vaso.
—Me dijeron que en Harmely alguien lo podría conocer. —Continué explicando sin darme por vencida.
—¿De dónde vienes?.
—De Lapanda. —Mencioné el nombre del pueblo del que había salido por la mañana.
El hombre comenzó a reír tan alto que todos los que estaban en las mesas se giraron a nuestra dirección.