Siempre he sido escéptica a las criaturas mágicas y a la magia, pero en estos últimos días me dí cuenta de que estaba totalmente equivocada. Tanto que lo averigüe en carne propia.
Mi respiración volvía a la normalidad después de unos interminables minutos sintiendo como si me aplastara un árbol.
—Lamento por no haberlo comentado antes. Creía que aguantarías tanto como Asher —Se disculpó por novena vez nuestro querido amigo ya en forma humana.
Le lancé una mirada amenazante, dudando de su palabra.
—Ahora sabemos que Amaya no es tan ruda como aparenta —Bromeó Asher riendo.
Le di un golpe en el brazo con las pocas fuerzas que había recuperado.
Según me explicó Elanor después de volver al mundo de los humanos, los mortales tenían un tiempo limitado que variaba en cada persona al estar en las tierras de criaturas mágicas. Esto se debía a la presión del ambiente y la cantidad de maná que desprendía el lugar. Si no volvías al mundo al que pertenecías en un periodo de tiempo, tu cuerpo se adaptaba. Sin embargo, morirías antes de que acabara la transformación. Eso era lo que me había ocurrido en el cementerio, afortunadamente llegué justo a tiempo.
—Lo importante es que estás bien —Me ayudó a levantarme mi compañero.
—Gracias Elanor.
—Recuerda que en este mundo son Izan —Sonrió.
El sol empezaba a bañar con su cálido calor el denso bosque, dando paso al amanecer.
—Chicos. No sé si serán imaginaciones mías o no pero desde que hemos llegado a Antigua he sentido que algo o alguien nos está vigilando.
Izan y yo negamos con la cabeza, dando a entender que no nos había pasado.
—¿Estás seguro que tanto tiempo en Eldamar no te afectó la mente? —Bromeé.
Sin perder más tiempo, cogimos las cosas que habíamos dejado en la posada y empezamos a caminar dirección Terminan, que según Izan, era una pequeña ciudad llena de comercios artesanos, incluyendo armeros.
—Me pregunto si aún estarán unos amigos que hice cuando trabajé de herrero en Terminan —Suspiró como si soñara despierto.
—Si es así, me vendría bien afilar mi espada. Hace mucho no lo hago —Dije acariciando la vaina de mi querida arma.
—Claro.
Izan y yo estuvimos hablando sobre aquel oficio unos minutos más hasta que Asher sacó su pistola gritando “te pillé” a los cuatro vientos seguido de otro pequeño chillido.
—¿Qué mierda haces? —Pegué un salto mientras me giraba.
Asher estaba apuntando a una niña de alrededor de 11 años que se cubría la cara de miedo.
—¡Por el amor de Dios, Asher! No pensé que llegarías a amenazar a una niña inocente —Izan le apartó la pistola.
—Y yo no creía que esta niña era la que nos había estado siguiendo todo este tiempo —Se defendió guardando de nuevo su arma.
—¿Es eso cierto? —Me agaché para poder estar a la altura de la pequeña.
Esta, aún con las manos alrededor de su pequeña cara, abrió unos pocos dedos para verme.
—¿Podríais ayudarme? —Evadió mi pregunta.
—¿En qué? —Se acercó Izan.
—Pues… —Pensó por un momento las palabras que iba a decir — A deshacer la maldición —Dijo finalmente con la cara ya descubierta.
Sus ojos marrones nos suplicaban ayuda como un cachorro.
—¿Maldición? —Clamamos al unísono los tres.
La niña solo asintió.
—No pienso cargar con una mocosa —Asher se cruzó de brazos.
—¿A quién llamas mocosa, cara ardilla?
Izan y yo no pudimos aguantarnos la risa.
—Por eso mismo no quiero —Levantó una ceja— Son molestas, gritonas y lloronas.
—Nadie te ha obligado a viajar conmigo —Más bien él vino por voluntad propia.
Puso los ojos en blanco.
—¿A qué te refieres con lo de maldición? ¿Cómo pasó eso?.
—Hace unas semanas cuando estaba de picnic con mis padres —Empezó a explicar— me distraje un momento y me perdí, acabando en una cueva. Como tenía curiosidad me metí, pero dentro había una bruja que me lanzó una maldición por molestarla. Me dijo que solo puede ser deshecha por otra bruja que no sea ella.
Los tres nos quedamos atónitos por la historia de la pequeña.
—Al final encontré a mis padres pero al caer la noche me convertí en un ave gigante. Mis padres me abandonaron, espantados, al ver lo que me ocurría.
—¿Ave gigante? Debe ser un roc —Dijo pensativo Asher.
—Por eso necesito vuestra ayuda. Si deshago la maldición mis padres volverán a quererme.
Miré a Asher y luego a Izan. Los tres sabíamos que sus padres ya no iban a querer volverla a ver si huyeron cuando la vieron en forma de ave.
—Te ayudaremos —Prometí.
—De ninguna manera. Da igual si tiene maldición o no. No aguanto a los niños.