La Misión del Ángel

Capítulo 4: Una misión labrada en el alma

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Una misión labrada en el alma

 

“Esta es la victoria que vence al mundo:

nuestra FE”.

Juan 5:4

 

Iris había visto corazones quebrados amar con una mayor intensidad, los había visto destrozados y aún así irradiar toda su luz, eso mismo era lo que ella anhelaba, amar de esa forma, tan única e incondicional.

Ella lo estaba arriesgando todo al haber tomado esa decisión, pero parecía no importarle, y aunque estaba al tanto de las consecuencias que esto podría ocasionar, no iba a detenerse. Estaba dispuesta, aún no sabiendo con certeza si la joven había padecido una muerte física súbita, pues en cierto punto una duda se había instalado en su mente, sentía que su corazón era frágil, así es que un día tendría que alcanzar para habitar allí, al menos eso creyó.

El bosque se alzaba espectral ante sus ojos, Iris comenzó a caminar en círculos, no sabía a dónde ir, no conocía aquellos árboles ni las colinas empinadas que divisaba a lo lejos del valle, más allá del cruce del río, pero no anhelaba ir más allá. Su idea de recorrer al menos una ciudad, se había desvanecido, pues sabía que no podía dejarse ver por ninguna persona, debía permanecer en el bosque y contemplar así, la naturaleza de la Tierra, es lo único que podría hacer hasta que tuviera que regresar, concluyó resignada.

En el Aura, Aelón seguía en su guardia en el sendero hacia el Bosque de las Ánimas perdidas, muy cerca de los abismos, y estaba muy preocupado por Iris, pues la conocía muy bien, sospechaba que ella no iba a conformarse con estar en la Tierra durante un solo día, así que pensó que lo más conveniente sería vigilarla de vez en cuando.

Iris había llegado al río, y más allá de los altos pinos que lo rodeaban, se podía percibir una carretera, y todavía más lejos, un valle, con casas, algunos pocos edificios y una catedral en el centro. A Iris le pareció un pueblo encantador, rodeado de un frondoso bosque y de las montañas nevadas del norte. Ella quería ir al pueblo, aunque sea para verlo a una distancia considerable, al menos para escuchar las voces y las risas de las personas, tenía muchas ansias de poder conocerlo, de caminar por sus calles y poder observar todo a su alrededor. Sabía que no podía, que no debía, así que se detuvo y dio un sentido suspiro. Aguardó por un par de horas, comenzaba a amanecer, el paisaje invernal se dibujaba armonioso junto a una suave  nevisca que inundaba el valle, y no pudo más, creyó que podría acercarse sin hacerse notar, en silencio y siendo muy precavida. Era apenas la primera hora de la madrugada, el pueblo empezaba a despertarse, y sería la oportunidad ideal para que nadie la viera recorriendo sus calles.

Entonces, decidida, cruzó el río a través de un viejo puente de piedras, atravesó los pinos, y cuando alcanzó a ver la carretera, de pronto, unas alas grises la envolvieron en una oscuridad aterradora, todo a su alrededor se silenció, dejó de oír el sonido del viento, de los pájaros, del bosque, entonces un rostro familiar se le presentó ante sus ojos: Elkian la miraba fijamente.

—Te has atrevido a romper las reglas del Aura, tú, quien eres un ángel de luz, un guía entre todos los que allí habitamos —le dijo con una mirada encendida— ahora debo llevarte, aún a pesar de mis deseos, al Umbra, en donde será dado tu castigo por esta fatal desobediencia, Iris, nada puedo hacer por ti.

—Está bien —dijo ella resignada, porque sabía que esto era lo más probable de suceder— pero pido por la misericordia para Aelón, él sólo ha querido ayudarme, sin embargo, no tiene que ver con mis erróneas decisiones, Elkian, por favor, no impongan una pena sobre él. —Suplicó sollozando.

—Haré lo que pueda por Aelón, pero no puedo asegurar que no reciba una condena, el permanecer callado al respecto es también una grave desobediencia, y lo es todavía más cuando él sabía desde un principio que nada puede ocultarse de mi conocimiento.

Todo lo que era la luz del mundo que Iris tanto añoraba conocer se había apagado, supo en ese momento que jamás volvería a bajar a la Tierra, y que su destino había sido quebrantado, por nadie más que por ella misma. Sintió culpa y remordimiento, miedo y una gran angustia en su corazón, por Aelón, porque no quería verlo en los abismos, cumpliendo un castigo que no le correspondía.

Así, absorta entre aquellos pensamientos tormentosos, se percató en un momento, de que Elkian la había llevado hacia un lugar neblinoso y muy frío. No se veía allí, ningún destello de luz, y entonces pudo verlo, el portal del Umbra se extendía imponente frente a ella, y sin más, un ángel de gigantescas alas blancas y doradas, se ubicaba a su lado, Elkian se apartaba y se alejaba de ellos sin decir nada más.

—Mi nombre es Aegeón, como ya lo sabrás Iris, y éstos son mis dominios —dijo el arcángel con voz austera— me han contado de tus aventuras en el mundo de los hombres, y sé que es mi deber el que cumplas con una pena, he tratado de que sea lo menos dolorosa en estas circunstancias, pues a diferencia de Elkian, no es de mi agrado castigar rigurosamente a los ángeles guías, pero a pesar de mi decisión de tan sólo asignarte un período de silencio dentro del Aura, en donde no podrías continuar siendo guía para las almas que llegan allí, han habido cambios repentinos que no he podido vulnerar.




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