La Misión del Ángel

Capítulo 5: El que brilla en la oscuridad más sombría

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El que brilla en la oscuridad más sombría

 

“El que permanece en amor,

permanece en Dios, y Dios en él”.

Juan 4:16

 

El arcángel que había hablado a Iris y que se hacía llamar Ava, asumía una figura de una hermosa dama cuyo semblante siempre brindaba una serenidad instantánea a todas las almas que pudieran contemplarla. Rara vez se hacía presente entre el resto de los ángeles del Aura, y su poder era admirado por todos allí, ella era uno de los arcángeles superiores que protegían el universo.

Así, sin más que decir, Ava condujo a Iris hacia el sendero del bosque oscuro, la miró con sus ojos azulinos y la hizo sentir una calma que relajaba toda aquella desazón que ella había estado sintiendo antes.

—Recuerda que tú puedes brillas en donde te encuentres, no importa si allí vive la oscuridad, ella no podrá tocarte jamás si no lo permites mi querida Iris. —Le dijo despidiéndose.

Iris estaba sorprendida de la amabilidad de Ava, cuando había pensado siempre que un arcángel de su nivel sería severo y muy estricto, sin embargo, Ava sólo le había demostrado humildad y generosidad en su divinidad.

Por su parte, Aelón había querido estar presente frente a Iris para que supiera que no iba a dejarla sola en semejante travesía, pues él conocía muy bien los trucos en los que el bosque de las ánimas perdidas podía envolver a todos quienes lo atravesaran, pero le había sido prohibido por Elkian, quien le demandaba ahora que él permaneciera apartado de Iris, para que ella pudiera cumplir con su labor.

El sendero estaba cubierto de una densa neblina gris, sonidos extraños recorrían los rincones de cada esquina de aquel lugar, voces sollozando, otras irrumpían en un llanto lastimoso muy perturbador que no cesaba, y que Iris podía oír con mayor claridad a medida que avanzaba por el bosque. De pronto, oyó la voz de un hombre a su lado, él le estaba diciendo que se detuviera, le suplicaba, entonces ella se giró para poder verlo, y a pesar de la intensa bruma, pudo hacerlo.

—¡Por favor deténgase! ¡Por favor! ¡Por favor! ¡ayúdeme! —le continuaba suplicando— yo estaba en el río, no sé cómo llegué aquí, esto no puede estar pasando, yo estaba yendo a casa, jovencita, ¿puede usted decirme en dónde estoy? —Le preguntó muy atormentado.

—Acaso no sabe señor…—dijo Iris, pero luego calló,

suponiendo que el pobre hombre no sabía que había muerto y que se hallaba muy confundido. No supo qué decirle, no supo cómo reaccionar, y comprendió el primer mensaje que Ava quería que ella supiera, que puede ser muy complejo el ayudar a una sola alma sin saber cómo comunicarse con su dolor— que este sitio es un bosque, es sólo eso, estamos en un bosque, usted debe estar perdido —le dijo ella— lo ayudaré si me cuenta más sobre usted señor, ¿cómo pudo verme? —Preguntó Iris.

—Entonces debe ser el bosque, en donde yo vivo, pero estaba cazando, estaba en el río, llevaba pescado a casa, hoy era día de paga…me iban a pagar mucho dinero, mucho dinero por las pieles jovencita, esas cosas cuestan mucho y siempre me pagan el doble si son lobos de montaña, esto no puede ser, este lugar es tan neblinoso. —Le dijo con una expresión de desesperación en su rostro de ásperas facciones.

—¿Usted estaba cazando en el bosque?, ¿pero por qué lo hace señor?

—Pues por la paga jovencita, ya se lo dije, es mucho dinero, el más pequeño está aprendiendo —dijo sosteniendo un rifle— él es como su padre, y será un gran cazador, sabe cuando los lobos están cerca aún antes de que aúllen, sabe que debe ser más astuto que ellos para poder atraparlos. —Continuó, dando unas carcajadas.

—¿Pero acaso no puede trabajar en otro oficio?, cazar animales es un acto de crueldad inmensa señor, ¿no lo piensa usted así? —Le apuntó Iris en su ingenuidad, al no conocer la maldad que en los hombres puede albergarse plácidamente, la maldad de que la que Aelón quiso prevenirla.

—Son sólo animales…—dijo el hombre sonriendo— son sólo lobos del bosque que a nadie importan, es decir, crecen como las hierbas en los estanques del valle jovencita, y como le dije, es muy buena paga, ningún otro trabajo en el pueblo me ha dado ese dinero, toda mi familia lo ha hecho desde que sé sobre ellos, mi padre, y mi abuelo y mis bisabuelos eran grandes cazadores, y lo serán mis hijos, todos ellos, tengo siete, todos varones han salido, mi mujer ya ha muerto, cuando nació el último, ella se murió, y ni modo, ya mis pequeños están creciendo, como esos tontos lobos, y ellos los matarán a todos cuando sean hombres, cuando puedan conocer el poder del rifle y el fuego del hambre, ellos van a conocer las ganas de sentir que pueden hacerlo, porque esos animales no importan —repetía— el bosque ha sido la tierra de mi familia por siglos y así lo seguirá siendo, es nuestra, y todo aquí nos pertenece para hacer a nuestro antojo, ¿no es verdad? –Le respondió muy animado.

Iris se sorprendió de tanta indiferencia para con la vida de los seres de la tierra, pues si bien ella había visto muchas escenas de la vida de los hombres cuando visitaba sus ciudades y sus valles, nunca se había puesto a escucharlos con atención, y ése fue el segundo mensaje del que se percató que Ava quería que supiera. Iris había observado a los hombres en numerosas primaveras y otoños, más nunca los había escuchado. Ella nunca se había detenido a comprender la severidad de alguna de esas vidas, la crueldad con la que veían al mundo y con la que tomaban sus decisiones y acciones sin mirar al otro jamás, sin siquiera entender el valor de la vida misma.




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