La Misión del Ángel

Capítulo 6: El corazón que es humilde siempre resplandecerá

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El corazón que es generoso y humilde siempre resplandecerá

 

“Como llama divina es el fuego ardiente del amor. Ni las muchas aguas pueden apagarlo, ni los ríos pueden extinguirlo”.

Cantares 8:6

 

El bosque lucía resplandeciente, la bruma se había despejado completamente, y en lo alto del valle, en los jardines de la casona se podía vislumbrar un vasto páramo cubierto de flores silvestres cuyo aroma inundaba todo el valle. Iris estaba asombrada de que una mansión de tal arquitectura hubiera sido edificada en aquel remoto lugar, pero sin embargo se veía hermosa, semejaba ser antigua y muy amplia, parecía como un castillo de colores terrosos en medio del tono verde refulgente del valle.

—¡Anda Isabella!, ¡hermanita querida! Ven que hay mucho de qué hablar y tanto para compartir, hemos estado separadas ya suficiente tiempo. —Expresó la dama del elegante vestido.

—Hola…hermana —dijo Iris, quien no entendía las circunstancias de aquellas vivencias que ahora le acontecían, pero que ya habiendo aprendido cómo funcionaba el mecanismo del bosque, sabía que aquello envolvía una nueva historia de algún alma que yacía perdida en sus sombras—  sí, ha pasado tiempo, ¿cómo has estado tú? Cuéntame de la casa y de la vida aquí. —Le preguntó Iris bastante curiosa y calmada.

—Pues todo sigue como siempre querida Isabella, hemos estado muy ocupados con los campos de flores, que cómo puedes ver, han dado sus frutos, ¡lucen preciosas!, éstas sobre todo —dijo señalando unas violetas que se hallaban a lo largo de la entrada a la casona— son las favoritas de las señoritas del pueblo, todas las damas de la sociedad las quieren, y los futuros esposos andan presurosos por ellas, como el tuyo, quien sigue tan galante como siempre lo ha sido querida Isabella…—Entonces el joven que se hallaba junto a Iris, sujetó la mano de la dama elegante y la besó suavemente. Ya ambos estaban ubicados en la puerta de la casona, alejados del bote y del río, Iris los miraba con cierta nostalgia.

—Nuestra querida hermana Ariana, ¡cuánta amabilidad de tu parte! Y tú, ¡siempre tan jovial y voluntariosa! —Atinó a decir el joven, mientras ingresaba a la mansión y se disponía a hablar con Samuel, el mayordomo, para pedirle que trajera unos vasos de limonada fresca, el calor por aquella época del año solía ser bastante molesto.

Iris concluyó entonces, que esta vez, se trataría o de aquella a quien llamaban Isabella, que peculiarmente, parecía verse reflejada en ella misma, o de su hermana Ariana, pero veía más en concreto que pudiera tratarse del joven, del cual aún desconocía el nombre, dado que ambas damas parecían llevarse tan bien. Una vez más la ingenuidad de Iris hizo que no pudiera ver más allá de sus ojos.

—Tu pretendiente sigue conservando toda su galantería querida hermanita —dijo Ariana sonriendo alegremente— debes aprender a cuidarlo, o pueden envidiártelo, ¿quién diría que luego del gran baile del año pasado estaríamos hablando todos de una boda en la familia?, y tú luces radiante Isabella, tan hermosa como lo has sido desde pequeña, tu Leonardo parece hechizado por tanta belleza en su futura esposa, pero dime más sobre la ciudad y sobre todas las cosas maravillosas que tu flamante novio te ha obsequiado para el gran día. —Los ojos de Ariana se encendían al hablar sobre Leonardo.

Ella lo había conocido primero, y fue quien lo había llevado al cumpleaños de su hermana el año anterior, pero en el momento en que él vio a Isabella, su corazón se había enamorado inmediata e irremediablemente de ella. Ariana entonces pasó a ser para él la amiga que admiraba y la hermana que nunca tuvo, sentimientos que ella repudiaba con todo su ser, pues Ariana había buscado en él, ese amor, aquel que no se olvida, aquel que permanece en el corazón toda la vida.

Sin embargo, no quería, no quiso, odiar a Isabella, en un principio al menos, cuando la vio tierna y sumisa, una pequeña dama de apenas dieciséis años recién cumplidos, que no sabía nada sobre el amor, y que creyó rechazaría a un joven como Leonardo, quien estaba finalizando sus estudios académicos en la universidad de la ciudad, y cuyo futuro en la arquitectura lo mantendría ciertamente bastante ocupado como para querer casarse tan pronto, deducciones en las cuales Ariana había fallado de una manera tan drástica. Pues él sólo anhelaba hacer de Isabella su esposa, y como era costumbre por aquellos años de inicios del siglo veinte, llevarla a pasear por los mejores lugares de Europa luego de la boda, él quería hacerle todos los gustos, regalarle los mejores vestidos, darle todos los lujos, pero sobre todo que ella fuera feliz a cada momento. Así, y al percatarse de esto, Ariana había tomado un odio creciente hacia su hermana y su prometido, un odio que nada hubiera podido detener.

Aquel mes se celebraba en el pueblo una festividad que tenía lugar en la primavera, haciendo alusión a las flores que crecían salvajes y libres por todo el bosque y que se extendían por las colinas como mantos de colores perfumados, por ese motivo fue que Ariana consideró indicado invitar a su hermana a pasar una semana en la mansión de sus abuelos, en la que ahora ella residía.

Ariana siempre había tenido una relación conflictiva con sus padres, más no con sus abuelos, por ello le habían heredado la vieja casona en el bosque.

Pasados los primeros días, Iris se enteró de todas estas cosas, y notó que el tiempo era idéntico al de la Tierra en esa vivencia, que todo era incluso más real que como lo había sentido en la historia de Joaquín, no sabía hasta qué punto llegarían las cosas o qué era lo que se le quería mostrar, pero estaba ansiosa, y nunca antes había sentido tanta dicha, era algo muy extraño, era una felicidad terrenal, una sensación plena y a la vez de inquietud.




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