La Misión del Ángel

Capítulo 7: El valor que le damos a nuestros seres queridos habla de cómo somos

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El valor que le damos a nuestros seres queridos habla de cómo somos

 

“Jacob trabajó siete años para poder casarse con Raquel, pero como estaba muy enamorado de ella, le pareció poco tiempo”.

Génesis 20:29

 

Una brisa fresca recorría el valle, el bosque comenzó a cantar de nuevo con los sonidos de los pájaros, algunas flores se explayaron ante los ojos de Iris, y aquel edificio se convirtió en un inmenso castillo antiguo que se alzaba majestuoso sobre la colina.

El curioso hombre no dejaba de observarla, entonces comenzó a hablarle más tranquilo.

—Disculpe usted señorita, si le he parecido algo nervioso, pero es que en este día tenemos una importante labor en el museo, han venido desde muy lejos unas increíbles pinturas realistas de la artista Akiane Kramarik, como usted ya debe saber sobre sus maravillosas obras, también han traído su más famosa pintura, “El príncipe de la Paz”, el rostro de Jesucristo, como ella misma lo ha llamado. Dice que lo ha visto en sus sueños, que de hecho todas sus pinturas han salido de lo que vio en sus sueños desde niña. Es una de las artistas contemporáneas  favoritas de mi esposa, es magnífica en su arte, ya podrá conocer más sobre su obra en nuestra exposición de esta quincena, tendremos aquí todas sus más reconocidas pinturas durante estos días exclusivamente.

—Entiendo, no se preocupe, señor…—Y entonces el hombre anunció su nombre mostrando una leve sonrisa en sus labios.

—Soy Gerardo, soy el jefe de la sección de restauración en este museo, he trabajado aquí por más de veinte años señorita, me resulta raro que no le hayan informado sobre mí antes de presentarse, pero bueno, debe ser porque estamos, como dije, todos muy ansiosos por estos días, pronto conocerá a mi esposa, Amalia, ella será quien le enseñe cómo hará los primeros trabajos, y luego ya sabrá usted manejarse libremente por esta sección, ustedes dos son las únicas restauradoras de pinturas aquí, la falta de personal siempre ha sido algo que me ha molestado, pero no se puede hacer nada, no depende de mí, bueno, pero vaya ahora a la sala oval, en el primer piso, allí está mi esposa, puede usted comenzar cuando hable con ella sobre los instructivos principales a seguir con las obras, su nombre es…—Preguntó curioso Gerardo, mientras buscaba su legajo entre algunas carpetas, pero no lo podía hallar.

—Me llamo Iris, muchas gracias por todo señor Gerardo, iré ahora mismo a ver a Amalia, confieso que estoy ansiosa también, por comenzar con mis tareas en el museo. —Respondió ella y sin más, se dirigió a las escaleras, hacia la sala oval del castillo, como le habían indicado.

La gran sala, era, como lo dice su nombre, ovalada, tenía gigantescas pinturas colgadas en sus muros, algunas parecían ser muy antiguas, otras lucían muy maltratadas por el tiempo y la humedad de los muchos sitios en donde fueron expuestas, y habían otras que llamaron especialmente la atención de Iris. Se trataba de unas pinturas al óleo que mostraban unos hermosos ángeles danzando sobre colinas, cantando frente a un lago, o tocando violines cerca de unas cascadas en un frondoso bosque. Todas le parecieron tan bellas, fue como si estuviera en el Aura por un momento, Iris se sintió tan dichosa en aquel lugar rodeado de tanta belleza, que le inquietó saber qué había sucedido allí. De pronto, una mujer de blusa grisácea y jeans gastados, la saludó muy sonriente.

—¡Hola!, usted ha de ser mi nueva asistente, me llamo Amalia, seguro que ya habló con mi esposo, espero la haya tratado bien, es un hombre muy ocupado y a veces, un poco testarudo. —Dijo la mujer mirándola con dulzura.

—Hola, sí, soy Iris, su esposo me ha dicho que estos días tendrán mucho qué hacer en el museo, y que por eso todos han estado muy ocupados, ciertamente señora Amalia.

—Puedes llamarme Amalia, no tienes que ser tan formal, la mayoría llevamos años trabajando juntos en este viejo castillo, sabes, aquí podrás encontrar algunas de las pinturas más antiguas que jamás hayas visto, las recibimos de todas partes del mundo, de Europa sobre todo, y hasta de Rumania, muchas obras han llegado desde ese lejano país, pero nosotras nos dedicaremos a restaurar una serie de pinturas que requieren bastante esfuerzo y tiempo, no serán presentadas en la exposición, pero yo las conservo aquí, en donde cada día las cuido y protejo para que cuando estén terminadas, todos puedan admirarlas.

—Son preciosas…debo decir que me han fascinado aquellas, las que tienen las figuras de los ángeles. —Señaló Iris, curiosa por saber quién las había pintado.

—¡Oh!, esas no las mires, no querrás perder tu tiempo en restaurarlas, son sólo unos lienzos de los que debo deshacerme uno de estos días. —Indicó Amalia, su alegre rostro había cambiado, y se notó una cierta tristeza en sus ojos.

—Pero son hermosas —volvió a recalcar Iris— dígame por favor quién es el artista de tan impresionantes obras. —Insistió.

—Bueno, pero no se ría señorita, son mías, pinto y dibujo desde muy pequeña, lo he heredado de mi madre, ella también lo hacía, pero debo confesar que no he heredado su talento. —Dijo riendo y sujetando un pincel mientras se disponía a continuar con la restauración que estaba realizando en esa mañana.

—Creo que tiene usted mucho talento Amalia, no sé por qué piensa lo contrario, y debería poner sus pinturas en exposición, pienso que su esposo debe estar orgulloso, aparte no noto que requieran ninguna restauración, las ha cuidado muy bien.




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