La Misión del Ángel

Capítulo 8: La hipocresía en el corazón es sinónimo de tibieza en el alma

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La hipocresía en el corazón

es sinónimo de tibieza en el alma

(La historia de Ana)

 

“Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio, te vomitaré de mi boca.

Apocalipsis 3:15-17

 

Ana se levantaba a las siete en punto de la mañana, tomaba un jugo de naranja y una taza de café con dos tostadas, para luego ir a dar una ligera caminata por la playa, cuando aún las luces de la ciudad apenas titilaban. Amaba el mar, el amanecer sobre las olas y el sonido que hacían las gaviotas. Amaba también recorrer en otras ocasiones algunos de los senderos del bosque que se hallaba cercano a su casa, no había día en que no hiciera esta misma rutina. Era muy perseverante en sus decisiones y sabía que todo lo bueno significa mucho esfuerzo, constancia y convicción, sin estos elementos, nada podría lograrse, pensaba orgullosa de sus resultados. Era muy aplicada en todo lo que hacía, y habiendo terminado la educación secundaria, iba a asistir a la universidad luego de las vacaciones de verano, había optado por el profesorado en ciencias biológicas, dado que aparte de ser atleta, adoraba la naturaleza y todo lo relacionado con ella. En eso era muy parecida a Iris.

Ana era de pocas amistades, porque aparte de ser una chica muy disciplinada, generosa y sencilla, era muy selectiva con respecto a las personas a las que permitía entrar en su vida, siempre decía que era mejor rodearse de buenos corazones en este mundo que verse en medio de un círculo de gente hipócrita que te alabasen cuando se hallasen frente a ti, pero que a tus espaldas dijeran mentiras sobre cómo realmente eres. Trataba de evitar esa clase de gente, porque sabía que sólo le traerían problemas y que no la dejarían avanzar, y ella sólo pensaba en progresar, en ir hacia adelante. Aún en circunstancias angustiosas, o cuando algo inesperado sucedía en su familia o a sus amigos, ella buscaba incesantemente, el animarlos, el alentarlos, el hacerlos saber que siempre había una salida, y que ella estaría allí para apoyarlos. Así era Ana y por eso mismo, muchos en quienes ella había confiado, la habían traicionado, mentido y engañado, porque no estaban vibrando en su misma luz, sin embargo, ella jamás guardaba rencor hacia nadie, simplemente se alejaba cuando este tipo de situaciones tenían lugar.

Aquella mañana se había levantado con muchas ansias por iniciar su rutina de ejercicios, y luego de volver a casa, se dio una ducha y se puso a ayudar a sus hermanas con sus labores escolares mientras los gemelos de dos años jugaban en el patio. Esa misma mañana, antes de reunirse para almorzar junto a su madre y a sus hermanos, recibió una invitación para ir a una caminata por el bosque que se llevaría a cabo durante el fin de semana, dado que el clima estaba bastante húmedo y fresco, por lo que no era conveniente que se realizara antes. Sandra, una de sus amigas del pueblo, estaba un poco obsesiva con aquella competencia y le había instado a que participara, porque se haría en grupos de dos competidores que deberían recorrer juntos el bosque, serían unos quince kilómetros, incluyendo en los primeros siete, un recorrido por la playa y de vuelta al bosque para concluir en un punto de la carretera en donde se recibirían los premios y se evaluarían otros temas deportivos para la próxima temporada de carreras de alto rendimiento en la montaña.

Ana sabía que ya no podía participar de ellas, porque debía cuidar su salud, pero pensó que podría ir a la caminata en el bosque, aún más porque estaría acompañada de su querida amiga de la infancia.

Ana había conocido a Sandra, quien vivía al lado de su casa, cuando ambas eran apenas unas niñas de unos tres años de edad, y a medida que crecieron, congeniaron en todo, por lo que se habían vuelto muy unidas.

—¡Anda Ana!, no seas quejosa, ¡tú puedes hacerlo!, será fantástico, ya lo verás. —Opinó Sandra, muy animada.

—Sí, creo poder hacer los recorridos, aunque hace tiempo que no hacía tantos kilómetros en el bosque, no lo sé, no puedo asegurar nada amiga, verás mi mamá no estará de acuerdo, sabes cuánto me cuida, y pienso que sería inadecuado justo en este momento de mi recuperación, el querer ir más lejos, sería mucho riesgo, sé que entenderás. —Le contestó Ana con firmeza.

—¡No seas tonta! Te digo que es sencillo, es una caminata, no es ir a trote ni mucho menos correr, es sólo caminar por el valle y está el recorrido que se dará por la playa, es que sería una gran oportunidad para ti Ana, pienso que incluso te sentirías más fuerte, ya has estado entrenando, además, nada se consigue sin riesgos…¡vamos anímate! —Insistió Sandra sonriendo mientras hablaban desde el patio que comunicaba ambas casas.

—Lo consultaré con mi mamá primero amiga, así funcionan las cosas, ya tú sabes, esto no puedo tomarlo a la ligera si puede afectar mi salud. —Dijo Ana, sin dar lugar a que su amiga quisiera insistirla de nuevo.

Carmen, su madre, las había estado mirando desde la ventana de la cocina, mientras preparaba la mesa para comer. De repente, sintió una presión en su pecho, lo que le pareció muy raro, pero siguió adelante sirviendo los platos, ese día almorzarían ravioles de ricota con salsa roja y de postre había preparado un budín de vainilla. Sabía que su hija mayor adoraba esas comidas, y quería en aquel día, en el que su trabajo no le impedía estar durante esas horas junto a sus hijos, poder ofrecerles un momento especial. Carmen era enfermera y trabajaba casi todo el tiempo en el hospital del pueblo, así que compartir esos almuerzos en familia eran escasos. Era una madre bastante estricta pero amorosa, gentil y protectora, y aunque sus amigas le decían que debía ser más flexible con sus pequeños, como ella los llamaba, Carmen quería que ellos vieran en su madre una maestra de la vida, no una amiga, no necesitaba que ellos la aprueben, sino que respeten sus decisiones en cuanto a su cuidado y educación, que supieran que ella los amaba pero que los corregiría sin dudarlo cuando fuera necesario.




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