La Misión del Ángel

Capítulo 9: El amor de una madre

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El amor de una madre

 

“Cuando habla, lo hace con sabiduría, cuando instruye, lo hace con amor”.

Proverbios 31:26

 

¿Cómo encontraré a esa joven en este bosque? —pensó Iris en la incertidumbre de sus pensamientos— Este sitio es inmenso, hay miles de almas aquí, y sólo sombras a mi alrededor. —Entonces se sentó un momento en una silla de la habitación del hospital.

—No tienes que buscarme —dijo una voz muy suave— he estado aquí siempre, nunca me fui a ningún sitio —continuó— porque mi madre no podría estar en este mundo si me alejo de ella —y se mostró, era Ana, lucía igual al día en que sucedió lo impensado— tú eres mi ángel, ¿cierto? —Le instó a Iris a responder, quien la miraba en silencio.

—Tú no puedes saber eso…pero me has visto, allí en ese bosque gris, cuando te estabas yendo, ahora recuerdo. —Asintió Iris con la cabeza.

—Ese día había estado dudando si ir o no a la caminata por el bosque con mi amiga, muchos iban a asistir a una competencia que suele hacerse en los límites del valle, pero yo no estaba segura. Mi madre me dijo que no lo hiciera, que no forzara a mi corazón, es que he tenido un trasplante hacia menos de un año, antes yo era una atleta de innegable notoriedad aquí en el pueblo y en la ciudad, pero hace unos años, luego de una fuerte caída cuando participaba de un maratón de bicicletas de montaña, supieron que mi corazón presentaba una anomalía. Mis médicos no pudieron descubrir cómo se había desarrollado tan repentinamente, siendo la única solución que hallara un corazón sano para mi cuerpo.

Así, estuve en lista de espera durante tres largos años, hasta que consiguieron un donante, yo estaba ya muy débil, pero todo salió bien, fue un milagro como dijeron en mi familia, sólo mi madre me repitió siempre que así había sido porque yo tenía ángeles cuidándome desde que nací, aunque confieso que la primera vez que vi un ángel, fue cuando te vi a ti. —Le dijo brindándole una sonrisa.

—Me llamo Iris, y no quise asustarte aquella vez, no sé si lo hice, nunca he sabido cómo me ven las personas, si es que me ven, como tú lo has hecho, pero siempre he sido tan curiosa, y te hallé, supe que no ibas a sobrevivir allí sola, quise ayudarte pero no pude, me tuve que apartar.

—No te preocupes por lo que pasó, puedo decirte que he sido siempre tan fuerte, siempre tan vivaz, que he llegado a pensar que tanto mis hermanos, como mi madre, han dependido de esa fuerza, es como si todos ellos se aferraran a las energías que yo demostraba tener en mí, pero forcé a mi corazón durante aquella caminata tan larga, no estaba listo para un esfuerzo de esa dificultad, y tuve un infarto repentino, me encontraron cerca de la carretera, y luego en el hospital mi cuerpo estaba muy débil, caí en coma y mi madre pidió que me mantuvieran de ese modo hasta que despertara, ella nunca perdió la fe —le explicó Ana, quien la miraba con una intensa angustia en sus ojos— ¡pero mírame ahora! ¿a dónde se ha ido toda esa fuerza?, ¡debí haber hecho caso a mamá!, ¡debí haberme quedado ese día en casa!, íbamos a hornear una torta de chocolate y a escuchar música toda esa tarde con mis hermanas, mientras que mis hermanos menores jugarían en la casa de mis abuelos, no entiendo cómo pude equivocarme como lo hice, ¿cómo pude doblar mi destino de esa forma?, ¿acaso tú podrías responderme Iris? —Pero ella sólo calló, porque tampoco sabía por qué le había ocurrido esa tragedia.

—No puedo responderte Ana, sin embargo, puedo decirte que no todo se ha perdido, tú no te marchaste, ni al Aura, como yo había creído, ni al Bosque de las Ánimas perdidas. —Y en ese instante Iris se percató que entonces ella tampoco estaba en el bosque, que algo había pasado para que ambas estuvieran en el hospital, en un tiempo presente, en la Tierra.

—Ni tú ni Ana están perdidas en las penumbras de aquel valle de sombras, ya han partido de ese lugar —les dijo Ava, quien se hallaba frente a ellas— porque ya no era necesario que estuvieran allí, Iris tú debías estar al lado de Ana, y Aelón, aún sin mi consentimiento, la encontró por ti, no queriendo que regresaras al bosque, y confieso que no quise interponerme, porque él estaba haciendo un bien, entonces tuve que cerrar la entrada para ti, para que pudieras vivir un presente junto a un alma que aún tiene mucho por hacer en el mundo de la humanidad, esa eres tú, mi querida Ana. —Dijo viéndola a los ojos.

—Pero mi cuerpo está roto —le respondió Ana— he sido una atleta de alto rendimiento cuando estaba sana, ahora entiendo que nunca volveré a ser la que fui antes, así que no sé qué puedo yo brindar a este mundo. —Y su rostro se cubrió de una inmensa tristeza.

—No es lo que fuiste, o lo que eres en este preciso momento Ana, sino lo que serás, lo que puedas crear en ti que aún no sabes, pero que ya existe en ti, y es eso mismo lo que hará que hagas a muchas almas brillar como tú…tu madre ha estado junto a ti durante cada día en este hospital, ha hecho todo para mantenerte protegida, ella ha luchado por ti a lo largo de toda tu vida, sin jamás rendirse, sin nunca bajar sus fuerzas, porque eso es lo que hacen las madres por sus hijos, porque el amor que guardan en sus corazones es tan infinito como lo es el universo —Le contestó Ava, mientras se desvanecía de la habitación— todo está en tu decisión, confía en ti misma…puedes hacerlo. —Concluyó.




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