La muerte de Eddy Kutner

Prefacio

 

Debo correr, correr con todas mis fuerzas.

El aire se escapa de mis pulmones conforme más esfuerzo hacen mis piernas, temblorosas y débiles, imploran que me detenga. Lágrimas se arremolinan en mis ojos al saberme indefensa, impotente ante la inminente amenaza; caen en silencio una tras otra en la tierra húmeda donde se hunden mis pies. Siento el viento gélido cortar la piel de mis mejillas con furia y percibo cómo la luz de la luna no es suficiente para que pueda ser capaz de huir de este laberinto de tinieblas.

«Auxilio. Por favor, ayúdenme».

Serpenteo los árboles con la poca voluntad que me queda. Mis pasos son cada vez más tambaleantes y la desesperación llena toda mi mente. Mi instinto lucha por llegar a la autopista, pues es mi única alternativa de encontrar una posible salida. Pero entonces, para mi propia agonía, tropiezo con mis propios pies y todas mis esperanzas se desvanecen en una libre caída; de inmediato, siento el dolor punzante en una parte de mi cabeza tras el golpe con una piedra dura del terreno y casi pierdo la noción del tiempo.

Jadeante y muy cansada, me arrastro sobre el suelo húmedo y terroso e intento avanzar a ciegas hasta la orilla de la fría carretera, mas no es suficiente, con mis débiles esfuerzos no lo puedo conseguir. Escucho retumbar en mi interior el grito del más absoluto terror, aunque mis labios amoratados no se despegan y continúan sellados.

No hay escapatoria.

Este es el final.

Entonces, a centímetros de alcanzar mi última esperanza con las yemas de los dedos, veo tras de mí con terror agudo... Con el corazón encogido contemplo cómo esa sombra se acerca con acecho para matarme.

 

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